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Ser otros en la inmensidad

“Al desierto”, la nueva película de Ulises Rosell, cuenta la historia de dos personajes que quedan atrapados en el desierto sureño argentino pero a los que ese contacto les sugiere otra vida posible. Su director refiere los tópicos más importantes.

Una mujer llamada Julia que trabaja como camarera en un casino de Comodoro Rivadavia se queja porque el sueldo apenas le alcanza para el alquiler. Es en ese momento cuando acepta la propuesta de Gwynfor, un trabajador petrolero, para ir a trabajar como administrativa en la compañía donde él está empleado. A partir de allí ambos inician un viaje con derivaciones impensadas hacia el desierto, se pierden en su inmensidad, sacan a flote una interioridad que los deja expuestos. Caminan ese espacio natural y desolado porque han perdido todo contacto con lo civilizado tal como lo conocen; ambos son muy distintos, sin embargo un aire común los envuelve, el de la percepción de que otro mundo está al alcance de sus pies. Intensamente actuada –Valentina Bassi y Jorge Sesan son sus protagonistas–, de singular  belleza plástica, con aires de western y eficacia documental, Al desierto es la nueva película de Ulises Rosell, que cuenta la historia de estos dos personajes. De reciente pasada en el Festival de Mar del Plata, desde el último jueves puede verse en Rosario. En la conversación que sigue, el también director de Bonanza (2001), Sofacama (2006) y El etnógrafo (2012) apunta algunas de las líneas fundamentales de la construcción de Al desierto.

—En tu película planteás un mundo aparte de las convenciones; bastaría perderse en algún lugar donde la naturaleza dictamine y los rastros civilizados no estén a la vista, ¿Gwynfor busca eso?, aunque también parece estar buscando una forma de amor, justamente, no convencional, ¿lo pensaste de esa forma?

—A Gwynfor lo conocemos exclusivamente bajo el punto de vista de Julia, ya que la película la sigue a ella.  A sus ojos parece tener una insatisfacción con las cosas tal como se le dieron, con su lugar en la sociedad, donde se desempeña como obrero petrolero. Nos damos cuenta de que aprendió a abrirse paso ahí, a ganar plata, pero parece tener otro mundo más propio, que no puede presentarle caballerosamente, sino que es necesario entrar violentamente, quizás porque sea imposible de comprender desde afuera y sea necesario experimentarlo directamente.

—Gwynfor parece convencido de sobrevivir en el desierto y convertirlo en su nuevo ámbito; por momentos Julia cree que morirán allí, en su mayor parte el film trabaja esta tensión, ¿te interesaba hacer hincapié en ese contraste?

—Yo diría que parece conocer el terreno en el que se internan, y tiene ese aplomo que tiene la gente que se encuentra “haciendo lo suyo”.  Pero a los ojos de Julia, en principio es algo demente, es una experiencia accidental, que nadie podría buscar voluntariamente.  Y la película va a contar ese desplazamiento que va ocurriendo también en su cabeza a lo largo del trayecto.

—¿Qué dirías que percibe Julia en Gwynfor que la hace sospechar rápidamente apenas se desvían de la ruta y quiere arrojarse de la chata?

—La asalta uno de los temores más fomentados por los medios y la sociedad de hoy, con todas las razones del mundo ya que los casos de trata y violencia de género son alarmantemente cotidianos. La película juega con esa expectativa de relato en el arranque.

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