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Ser y parecer: la insoportable realidad de uno

Cree ser elegante y lejos de eso, se tira a los pies en un afán tribunero y encima te corren el balón y se queda derrapando.

Uno cree que tiene un papel determinante, una misión en la vida y termina en el callejón del ocho, tierra de nadie corriendo por atrás a los que pasan o pidiendo un pase que nunca llega.

Uno cree que se debe al arte de vivir. Levantar la cabeza, ser sutil y efectivo, pero termina disputando torpemente una pelota que se iba larga por un lateral. Uno cree que es importante y peligroso y en los centros nadie lo marca y además la pelota vuela lejos.

Uno cree ser elegante y lejos de eso, se tira a los pies en un afán tribunero y encima te corren el balón y se queda derrapando. Uno intenta pararla con el pecho pero te rebota. Es muy fuerte el tiro. Uno la quiere peinar y el bochazo te tumba. Uno cree que va a llegar y termina estrolado contra el alambre. Uno pide el tiro libre y se lo dan de lástima, pero lo marra: alto, lejos, afuera.

Uno se afinca desde los doce pasos y la quiere picar: va mansita a las manos del arquero que se sonríe. Uno elige pegarle fuerte y al medio y le rebota al número uno en la panza. Uno grita dando órdenes pero no le dan bola, ni pases ni nada. Uno se adelanta buscando el rebote y queda en offside. Uno se repliega para no ser sorprendido en esa  posición y alguien te ordena que vayas para adelante.

Uno quiere ser once y termina de tres y con baile. Uno quiere ser diez y termina de cinco, arrabalero y metedor pero  nunca efectivo. Uno tiene que preguntar dónde es el próximo partido; nadie lo invitará. Antes a uno lo llamaban requiriendo sus servicios, ahora es uno el que tiene que andar llamando en la noche para verificar el sitio. Uno tiene que ir solo al lugar de salida en grupo. A uno ya no lo pasan a buscar. Es uno el que lleva si tiene auto y sólo en ese momento se torna imprescindible.

Uno viene de atrás preparado para tumbar al habilidoso y se queda sin agredir, lejos del tipo y en ridículo. Uno siente que le hacen foul y reclama, pero es uno mismo quien se ha enredado en su propia pierna inhábil. Uno reta al que se la morfa pero resulta que la jugada termina en una perfecta asistencia de gol o en un dibujo maradoniano.

Uno se lleva por delante el banderín de córner, al árbitro, a sus propios compañeros, a la pelota. En pleno partido y al pasar, a uno le preguntan si se siente mal o tiene  algún tirón, dado que casi ni corre. Uno viene a replegarse pero termina siempre habilitando al contrario. Uno se adelanta y no puede volver, como si el campo propio fuese un país lejano.

Uno empezó de once o de nueve o de siete: luego jugó de ocho, de cinco, luego de cuatro y ya en las postrimerías, de arquero. Luego, como los leones vencidos que son devorados por las hienas en venganza, terminará sus días tras el alambrado. Así que mejor  no prepare más el bolsito, mejor ármese con diligencia y orgullo su pack de cuchillo filoso, su tabla, sus fósforos o yesquero prodigioso y prepárese para tener el fuego a punto, cosa que al terminar el match los muchachos lo sigan queriendo porque ven que sigue siendo un jugador de toda la cancha y ahora su función es la de asador.

Uno debe conocer sus límites. Es una cuestión de astucia, inteligencia y el famoso “saber retirarse con gloria”. Uno debe retirarse a tiempo, amigo. Pero por las dudas practique mucho, el tiempo justo entre que termina el encuentro y entre que los choris se encuentran ¡bien, bien! a punto.

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