Sergio Chejfec, quien falleció el domingo a los 66 años, fue un escritor nada fácil de clasificar. No demasiado leído en Argentina, su país natal, salvo por sus colegas, que, en su mayoría, admiraban su tipo de escritura, Chejfec construyó una obra sólida a partir de una prosa muy personal que fue traducida al inglés, portugués, francés y alemán. Puntualizar las actitudes, reacciones, gestos personales permiten a Chejfec desandar las apariencias y roles estructurados en las relaciones humanas, poniendo de manifiesto en esa operación la imposibilidad de una comunicación con estatuto de verdad. Actualmente vivía en Nueva York, donde dictaba cursos y talleres de literatura en el Programa de Escritura Creativa en Español de la New York University, llegado allí desde Venezuela donde vivió desde 1990 hasta 2004, donde dirigió Nueva sociedad, un diario sobre política, cultura y ciencias sociales.
En 2005 llegaría a la Gran Manzana para quedarse definitivamente. No obstante, el autor viajaba seguido a la Argentina –si se exceptúan los dos años de pandemia– donde además de verse con algunos amigos y mostrarse curioso por las publicaciones contemporáneas locales, una vez por año asumía tareas como docente en dos cátedras de maestrías: la de Escritura Creativa (Untref) y la de Literatura Argentina, de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Autor de narrativa, ensayo y poesía, algunos de los títulos de sus obras son Lenta biografía (1990), Cinco (1996), El llamado de la especie (1997), Los planetas (1999), Baroni: un viaje (2007), Mis dos mundos (2008), El aire (2011), La experiencia dramática (2012), Modo linterna (2013) y los más recientes Teoría del ascensor (2016) y No hablen de mí. Historia de un museo (2018).
“Yo quería vivir fuera de Argentina y me sirvió estar fuera, porque Venezuela es un país muy lábil, por decirlo así: no tiene un campo intelectual muy consolidado, no hay un acento muy marcado, ni una oralidad distintiva. De todos modos, para mí la cuestión era estar fuera para tener una relación esquiva con Argentina, pendiente de lo que se hace y escribe acá, pero al mismo tiempo, al estar fuera físicamente, tener una relación productiva de nostalgia”, había explicado no hace mucho sobre su decisión de vivir afuera. El autor le esquivaba a la ficción en estado puro y solía mezclar materiales de distintos registros en sus obras, tal como lo hizo en La experiencia dramática, un libro publicado en 2012 donde narra la historia de una pareja en un presente que se funde con reflexiones por el pasado a través de un relato que cabalga entre la novela y el ensayo literario.
Una imaginación más hospitalaria a registros distintos a la ficción
Artífice de novelas que suelen tener como personaje principal a un narrador reflexivo, Chejfec inscribió en ese línea a Los incompletos, una ficción sobre un argentino que envía postales desde Rusia que sirven como información a partir de la cual un narrador reconstruye las acciones y los pensamientos del viajero. Cercana a esa línea, en Últimas noticias de la escritura (2016) plantea una suerte de híbrido donde aparecen manuscritos, cuadernos y textos digitales con los que se excusa para reflexionar sobre algunos de sus tópicos más habituales: el estatuto físico de la escritura, la noción de originalidad y de copia.
Publicado en 2016, Teoría del ascensor, es una serie de textos sin género ni linealidad, a los que impulsa a través del ensayo, la autobiografía y la ficción. Los textos tienen el carácter de recuerdos, anécdotas y hasta de reseñas de escritores como Mercedes Roffé, Antonio Di Benedetto y Juan José Saer. “A lo mejor lo único vedado que debería tener un escritor es escribir ficción, porque ello contendría un grado de violencia conceptual que ninguna buena ficción sería capaz de redimir. Hablo en términos abstractos, porque a menudo sucumbo ante la ficción. La ficción como escenario de la narración no me gusta, me suena pretenciosa. Prefiero una voz más baja, digamos lo dado, como requisito para el relato. Ahí se presentaría una imaginación más hospitalaria a registros distintos a la ficción”, señaló.
Memoria y escritura
Durante un tiempo, Chejfec dictó una maestría en la cátedra de Literatura argentina en la UNR. En una de esas visitas fue entrevistado para la sección Cultura de este diario. Sobre la memoria en relación a la escritura dijo: “La memoria escrita y convertida en literatura suele tener un programa de exposición, protocolos admitidos de desarrollo, un sistema de pertinencias que deriva de las convenciones literarias y de la época. Pero hay otra literatura que se relaciona con la memoria de otra forma. Se relaciona con la memoria y con la experiencia más por aproximación, sin establecer desde un principio los resultados que se alcanzarán. En un punto, para mí la memoria es una excusa, como casi cualquier otra cosa. No busco problematizar la memoria, sino crear una zona de incidencia donde el discurso sobre la memoria no sea únicamente celebratorio o condenatorio, feliz o amargo, amnésico o nostálgico; más, un discurso donde se vea la memoria como una situación en el mundo, o más bien como una dimensión deliberada de nuestra sensibilidad, más allá de los recuerdos que la integran y la vinculan con la experiencia concreta”.
Y sobre si el pensamiento volcado a la escritura es un recurso extraordinario para expandir la percepción y la representación de la realidad, en esa misma conversación Chejfec expresó: “Para mí es una forma de escribir. Eso. Nunca me interesó solamente aquello que puede ocurrir en una historia, sino en especial cómo ocurre. Y el cómo ocurre no es un dato argumental, tiene que ver con la mirada de la construcción y de la lectura, pero también con la minucia, con el aparente residuo que va dejando el avance de la narración. Ese residuo sigue trabajando, por lo menos es como yo lo veo, hasta que se convierte en algo distinto, a veces atendible. En general todos estamos de acuerdo en que hay un punto donde lo secundario o eventual puede adquirir importancia. Yo estoy en contra de esas jerarquías. No hay cosas secundarias por un lado y esenciales por otro. Las narraciones avanzan por distorsiones y acumulación. Si tenemos una sola forma de leer nos quedaremos con más de la mitad de la literatura afuera”.
Un mes atrás Chejfec había dado a conocer su último texto, No hablen de mí. Una vida y su museo, dedicada al trabajo de Darío Cantón, poeta y sociólogo argentino cuyo programa literario se expande en archivos políticos-sociales, autobiografías poéticas y experimentos autobiográficos.
Despedida de colegas
Luego de la ingrata noticia, otros escritores, editores y amigos lo recordaron en redes. Sebastián Martínez Daniell, responsable del sello Entropía, quien comenzó un vínculo como editor y luego se transformó en su amigo, dijo que “su obra es una de las más sólidas y originales de la literatura argentina de los últimos 50 años”. La escritora Gloria Peirano posteó en su muro de Facebook la portada de su libro Lenta biografía y expresó: “No encontré mi ejemplar viejo de esta novela maravillosa, inolvidable, que me abrió las puertas, hace años, a su escritura. Gracias Sergio Chejfec”.
El poeta y escritor Mario Arteca dijo no haberlo conocido mucho pero recordó una vez que se quedaron hablando “hasta tarde después de una charla que dio” y lo describió como “un tipo de lo más agradable, cálido, con una conversación pausada, donde parecía elegir las palabras para no degradar la conversación. Una capacidad de análisis y de conocimiento de la literatura como no he visto muy seguido”.
El escritor y crítico Daniel Molina recordó que “fue amigo de todos nosotros, desde Charlie Feiling hasta Luis Chitarroni. Un gran tipo; un escritor excepcional y extraño”, publicó en su cuenta de Twitter.