Hubo una música en Brasil, entre todas las maravillosas músicas que ese país despliega, que escuché recién llegado a Niteroi a mediados de los ochenta –ese municipio del Estado de Río de Janeiro donde se suceden las playas de arenas casi blancas y la temperatura del agua es mucho más que cálida–, que se escuchaba en todas partes y casi todo el día, en los bares donde se servía una cachaza intensa y ligeramente alimonada, en las plazas que parecían dibujadas por las luces tenues de las tardecitas, en los pequeños micros llamados bondinhos cargados de estibadores que la tarareaban como un coro díscolo pero afinado.
Pronto quise saber qué canción era y quiénes tocaban y cantaban, porque ese sonido parecía funcionar como aglutinador de los humores colectivos, dispensaba una idea de fraternidad musical y además sonaba muy bien. Rápidamente me enteré que la canción era “Más que nada”, ejecutada por Sérgio Mendes & Brasil 66, un pianista en ese momento afincado en Estados Unidos, pero oriundo de esas tierras fundadas por un indio de la comunidad originaria tupí en 1573, y a quien el pueblo de esa localidad costera adoraba.
Mendes había estudiado piano clásico en una escuela de música de Niteroi en los años cincuenta y hasta pensó en ser concertista participando en una orquesta municipal. Su endiablado sentido del ritmo lo colocaba con ventaja cuando contaba con apenas dieciocho años. Hizo audiciones en la ciudad de Río, pero apenas si consiguió algunas presentaciones en solitario y tocó con una gran formación de samba y bosa, aunque todo el mundo hablaba muy bien de su talento.
Un gran concierto de música brasileña en el Carnegie Hall organizado por productores cariocas y neoyorkinos fue el empujón que Mendes necesitaba para comenzar una carrera que lo llevaría a ser conocido internacionalmente y a estar en la mira de grandes músicos de jazz, sorprendidos por su calidad y versatilidad para dar una atmósfera sublime a la rítmica del país tropical. Ese recital entonces, ocurrido en noviembre de 1962, fue su presentación en sociedad frente al público estadounidense, donde compartió escenario con otros compatriotas de primera línea como João Gilberto, Óscar Castro Neves y el prodigioso percusionista conocido como Milton Banana, entre otros. La repercusión de ese concierto puso a Mendes en la agenda de las productoras yanquis, que veían en el bosa que tocaba el brasileño una expansión propicia para una rítmica proveniente del jazz, y pronto surgió la posibilidad de grabaciones conjuntas con el saxofonista Cannonball Adderley y el flautista Herbie Mann.
Su primera formación fue Brasil ’65, propulsada por iniciativa del ministerio de Exteriores para promocionar la música brasileña en el extranjero. Con esa banda tocó en clubes de jazz estadounidenses con cierto éxito, pero no fue hasta 1966 con, justamente, Brasil’66 que comenzaría a escalar en un circuito más amplio y con una resonancia mediática que no resultaba nada fácil para los latinoamericanos. Con Mendes en los teclados, el grupo se completaba con José Soares en percusión, Joao Palma en batería, Bob Matthews en bajo y las cantantes Lani Hall, Karen Phillip, Gracinha Leporace y Bibi Vogel; el grupo exhibiría un sonido compacto y sutil, sumamente armonioso, que lo hizo apetecible para paladares amplios e incluso para los más refinados.
Con “Más que nada”, en versión de Jorge Ben, Sérgio Mendes entró a la lista de Hot 100 de Billboard, lo que terminó dándole al brasileño la estatura necesaria para poder hacer su música, cantada en portugués, y ser escuchado en todo Estados Unidos y en Europa, porque supo combinar la belleza rítmica tropical de manera efectiva, tornándola popular también para públicos extranjeros. Los juegos vocales, los ritmos de maracas, las precisas cadencias del bosa llamaron la atención del trompetista Herb Alpert, que comandaba la Tijuana Brass y el sello A&M, y quien le propuso integrar el catálogo de la compañía. Alpert vio que Mendes podía perfectamente convertir los estándares de jazz en un universo donde primara el bosanova y de ese modo generar un toque más fresco y envolvente.
En 1968, un crítico especializado del The New York Times, admitía que la versión de «My Favorite Things», el clásico de Oscar Hammerstein y Richard Rodgers, ejecutada por Mendes y Brasil ’66 era “francamente grandiosa y salvajemente excitante”. En una entrevista para el mismo medio, Mendes explicó algo del ensamblaje logrado, al mismo tiempo que desnudó sus objetivos musicales, adelantándose a lo que luego se denominaría globalización, en todo caso en el mejor de los sentidos de universalidad.
“Creo que la música brasileña puede ser escuchada en todo el mundo y puede gustar mucho; incluso a la gente tal vez no le importe demasiado las letras, que yo considero tan rítmicas y fundamentales como cualquier instrumento, y como pienso eso de la música que hacemos en mi país, intentaré que se cuele en la mayor cantidad de lugares posibles, creo además que a la gente la hará sentir mejor, desde el bosa y el samba podemos abordar cualquier género sin perder jamás la identidad”, expresó el pianista carioca. En Brasil, el mismo Vinicius de Moraes destacó el rebote universal de Mendes de esta forma. «Sérgio nunca va a abandonar su identidad porque él es parte del samba brasileño, hay que dejarlo que lleve nuestra música a todos los rincones».
Así, luego de que cambiara buena parte de la formación original, en el segundo álbum grabaron una versión de “El loco de la colina”, de The Beatles y “Scarborough Fair”, el mítico tema de Simon & Garfunkel, obteniendo una nominación al Grammy de 1968, y superventas y topes en los rankings más prestigiosos. Las versiones, con un cuidado trabajo vocal de Leni Hall y Gracinha Leporace, toda la “polenta” de la rítmica tropical, una percusión exquisita y los teclados enfáticamente armoniosos de Mendes, penetraron públicos diversos y no pocos temas fueron cortinas de programas televisivos y de algunos films.
Durante los 70 y 80, Mendes continuó sacando álbumes con versiones de temas de bandas o solistas como Bufallo Springfield, Joni Mitchell, Blood, Sweet and Tears, pero también de Caetano Veloso, Gilberto Gil, Oscar Castro Neves, hasta que en 1992 grabó Brasileiro, donde no solo se reafirmó en Estados Unidos, sino que fue un vehículo para volver a relacionarse con su país, donde se lo había criticado por no volver.
De este modo, grabó tambores de escuelas de samba en las populosas barriadas de Río y de San Salvador de Bahía; hizo un recorrido por el norte brasileño grabando batucadas que luego incorporaría para abrir algunos de sus temas y en Río convocó a raperos que hicieron lo suyo en un contexto a pura samba. Uno de sus discos más jugados y fabulosos fue Primal Roots, de 1972, donde incursiona en ritmos afro-caribeños-cariocas y en el jazz latino fon cánticos femeninos sugerentes y una guitarra, piano y flauta traversa enérgicos y armónicos a la vez. La macumba y el umbanda, aparecen más como ritos musicales, más allá de su vocación sincrética.
Brasileiro ganó el Grammy como mejor álbum global en 1992. Mendes impulsó también a músicos brasileños como Carlinhos Brown, quien en la década del noventa era desconocido fuera de su país. En 2006 grabó Timeless, donde tuvo la colaboración de Justin Timberlake y las magníficas Erykah Badú, Jill Scott e India.Arie.
La música de Mendes ya engalanado varias películas, pero en 2010 compuso la música para el film animado Río junto a Carlinhos Brown. Ambos fueron nominados al Oscar en 2011 por Mejor Canción. Sérgio Mendes se fue de este mundo a principios de setiembre con 83 años, afectado por consecuencias del covid 19. Poco antes había dicho que nada hubiera sido lo mismo en su vida si de niño no hubiera descubierto la vitalidad del samba y el bosa, escuchado sobre todo en las favelas de su Niteroi natal, a donde subía encaramado a un bondinho.