—¿Y por qué Sapo?
—En general creen que es por mi bocota, que la tengo, pero no: viene de la primaria, y es porque cuando era chico me la pasaba dando saltitos.
Sergio Rossi cuenta entre risas el recuerdo, pero va a ser la única vez que lo haga así: las demás van a ser más complejas, parte del sutil arte de la ironía, que parece cultivar bien. La propia historia del hace tiempo funcionario del Ministerio de Defensa y actual precandidato a senador provincial por el departamento Rosario abunda en ellas, como cuando recuerda que fue jefe de Gabinete de la Gobernación de la provincia de Santa Fe “por 13 horas”: un cuestionamiento, acaso tan acertado como real, a quien entonces era el ex gobernador Carlos Reutemann generó la eyección del cargo que acababa de asumir con el entonces flamante mandatario Jorge Obeid, en una feroz muestra de los vaivenes de la política –y del peronismo– provincial. El episodio no hizo mella en su trayectoria de militante peronista –como él mismo suele presentarse– ni en sus habilidades de agudo analista: mantiene cinco blogs diferentes, aunque el más conocido es Sapitorossi, suele escribir en distintos medios del país y el exterior, y es habitual verlo integrando un panel, el último este miércoles 5, cuando disertó en la sede Rosario de la Universidad Católica Argentina, en el marco de la jornada Inteligencia Artificial y Ciberdefensa. Pero en su otra faceta es apicultor, aunque sus actuales funciones de virtual viceministro de Defensa –es secretario de Estrategia y Asuntos Militares de la Nación– lo mantengan lejos de apiarios y colmenas, y es agrimensor. Fue precisamente esa profesión la que lo devolvió a la función pública, en los tiempos en que Nilda Garré era ministra del área y Cristina Fernández de Kirchner presidenta; por lo que precedió en la llegada en la cartera a su primo, el ex ministro de Defensa, jefe de Gabinete y precandidato a la vicepresidencia Agustín Rossi.
El Sapo también responde con otra ironía a la pregunta de El Ciudadano sobre si su postulación también enuncia la intención de un regreso al territorio santafesino. Prefiere no hablar de la compleja puja que tiene por delante, en la que el próximo domingo 16 se medirá, desde la lista Unamos Fuerzas, con otras siete que competirán dentro de Juntos Avancemos, como se llama la expresión en Santa Fe de lo que a nivel nacional es Unión por la Patria. En cambio, su relato va a hacer pie, una y otra vez, en ejemplos concretos, tanto propios y protagónicos como ajenos y desmenuzados a distancia. El hilo conductor, que no deja de seguir, es la practicidad y la simpleza para exponer soluciones, acaso una marca de su paso por la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Rosario. En aquellos años de temprana militancia en la Juventud Peronista Liberación, donde confluyeron distintas organizaciones y tuvo su presentación en un acto público en el auditorio de Luz y Fuerza el 26 de julio de 1984, al joven Sergio se le había roto el reloj pulsera, y apeló a la solución más lógica y simple: usaba un reloj de bolsillo. Sólo que éste era un descomunal reloj despertador a cuerda, y generaba sorpresa a sus interlocutores cuando Rossi lo tenía apoyado sobre su anotador en alguna de las mesas de la pizzería Astral. El legendario bar, que ya no existe, era el paso obligado de auqellos y aquellas jóvenes peronistas que acudían al “local” de Rioja 919, una casona de altos que tampoco quedó en pie.
El agrimensor que defiende a la Nación
El Sapo anuncia su presencia frente a la Redacción de El Ciudadano. Pero no está: recorre unos metros con andar pausado, tras un masivo apagón, una falla en un transformador de Transener. Ese mismo gesto lo va a tener en su hablar: elige las palabras, intenta transmitir con exactitud lo que vio, lo que piensa. Es fácil imaginarlo en una fiesta: no estaría debajo de las luces, animando todo, sino acaso en un rincón, observando desde el lugar menos expuesto.
Uno de sus compañeros de militancia le aclara a este diario quién es: “El mejor cuadro del rossismo. El mejor, pero por lejos”, lo define. Pero hay más: “Tiene una faceta totalmente desconocida, que es la de preocuparse por los compañeros. La cuestión humana, que no la tienen muchos. No, que no la tiene casi nadie”.
Pero esa es la visión de Cristóbal, uno de los actuales analistas de la Corriente Nacional de la Militancia. El candidato a senador por Rosario no va a mencionarla, ni a pronunciar palabra que se asemeje a un gesto de autoadulación. Salvo en un tema: se adjudica (y es cierto) una figura nacional que no parece tener antecedentes en el mundo: las Reservas Naturales de la Defensa.
Ocurre que, por su propia historia, las Fuerzas Armadas disponen de enormes predios de tierras fiscales, de uso exclusivo, en todo el territorio nacional. Y a medida que fue cambiando la matriz agrícola desde que se permitió el cultivo de soja transgénica –en 1996– esas extensiones aparecieron como reservorios de una biodiversidad original, sensiblemente amenazada fuera de sus límites. Y, además, incluso algunas eran linderas a Parques Nacionales. Rossi empezó a recibir pedidos de gobernadores e intendentes interesándose por esas superficies. En todos los casos la intención declarada era garantizar su estatus de conservación. Y vio la posibilidad: una administración a escala nacional y centralizada daba mejor oportunidad de cumplir los objetivos de preservación que un suerte de reparto entre jurisdicciones, que había depender todo de los recursos que tuviera cada una. El sistema de Reservas Naturales de la Defensa fue la temática que expuso en una jornada en la Sede de Gobierno de la UNR, en Maipú 1065, días antes de su ponencia en la UCA.
Así, el precandidato a senador por el departamento Rosario deja expuesto con claridad que en el Ministerio de Defensa no es sapo de otro pozo. Y recuerda que durante “20 años” no estuvo en una elección: “No hice política públicamente acá”. En esa línea, hasta se permite jugar con su propia postulación, salvo en una arista: “Yo creo que las campañas siempre sirven para instalar ideas”, define.
—¿Pero coincide con la idea de que el Senado provincial opera como una especie de frontón donde rebotan los proyectos aprobados en Diputados?
—No me animaría a decirlo. Un diseño de eso es lo que le da la Constitución del 62, con la idea –hoy perimida– de la mayoría en Diputados. Ahí había una idea de que el gobernador tenía una masa de gobernabilidad propia en Diputados, que después el Senado equilibraba. La idea del Senado la inventaron a fines del siglo XIX para equilibrar el poder de territorial, el poder poblacional, de Rosario en la Legislatura santafesina.
Rossi enhebra la continuidad histórica de la Rosario pujante pero también conmocionada, la de una ciudad en crecimiento con una fuerte inmigración que buscaba hacerse un lugar, donde tallaban los trabajadores anarquistas. “Se llenó de gringos revoltosos”, describe. “¿Cómo lo equilibraron? Generando departamentos en las tierras nuevas”. Y completa la idea de la Cámara alta santafesina como representación de esos nuevos departamentos, un resguardo del orden conservador. “Después fue evolucionando”, dice, y avanza sobre la ley de Boleta Única: “Al fragmentar los cinco órdenes de la elección, queda que el gobernador no tiene mayoría. Y es al revés: terminó siendo el Senado el absorbente de iniciativas”.
E insiste: “Creo que el problema del senador de La Capital y de Rosario es que es en muchos sentidos irrelevante. Cuando más chico el departamento, mayor poder tiene el senador, que no tiene responsabilidades y termina haciendo de «hada buena» repartiendo subsidios. Que no es un invento de Santa Fe: se recoge de una tradición italiana y romana, del legislador que genera clientes…”.
Y da un ejemplo claro: “Si vos sos el senador del departamento Garay, donde está Santa Rosa de Calchines con 5 mil habitantes, Helvecia con 6 mil, y Saladero Cabal (que tiene menos de mil), el tipo tiene más plata en subsidios que el Presupuesto de la comuna, sin tener que pagar sueldos a nadie, y sin tener que estar en la primera línea para resolver problemas. Y se mueve libremente, ¿por qué no va a ganar?”.
“Ahora –amplía– eso no pasa en Rosario, porque el peso relativo del senador, acá es menor, no se lo visualiza, no está claro cuál es su rol… Acá se ve al concejal, a algún diputado muy movedizo. Pero si no, no se ve”.
Sergio Rossi completa la vuelta refiriéndose a una nota de opinión en la que volcó su parecer: “El senador no puede ser un repartidor de becas y subsidios. No puede ser sólo eso. Además tendría que tener visibilidad, que habría que construirla: ya lo inventó Agustín (Rossi) en 1989; sólo que ahora en vez de “El Concejo en tu Barrio”, sería atender en cada lugar. Que el primer lunes de cada mes, por ejemplo se haga una reunión con todos los jefes comunales. Me parece que sería un ámbito para vincular al senador, y a su tarea, que además, nadie la entiende”.
Se desmiente a sí mismo: Rossi tiene una claridad determinante sobre qué hacer, que no congenia con una relativización de su candidatura. “¿Vos producís leyes, repartís subsidios u otra cosa? ¿Hacés gestión de obras? ¿Las tres cosas? Bueno: transparentalo”, lanza la estocada. Y deja claro que la política, y con ella la función pública, para él puede ser muchas cosas, pero nunca una reposera. Y tampoco un noble en una sociedad feudal: “Es un viejo concepto, la Justicia tiene que estar por sobre la gracia. La gracia debe ser excepcional, no un método”, explica.
Nacional, popular y regionalizado
Rossi hilvana otro concepto, apuntando al papel protagónico de un o una representante departamental –en los 19 departamentos– en el andamiaje regional. Se trató de un tema prioritario durante las gestiones de los socialistas Miguel Lifchitz en la provincia y Mónica Fein en la ciudad; pero dejó de tener esa impronta en los mandatos del justicialista Omar Perotti y el frentista Pablo Javkin. Pero el precandidato hace la genealogía de la cuestión y la ubica en otros tiempos históricos. “El gobierno metropolitano del hecho urbano Rosario”, lo nombra. “Fue un hecho muy transitado en los 50, pero sobre todo 60 y 70”, explica. Y relata que durante los gobiernos de José María Vernet y de Víctor Reviglio, en los 80, se intentó retomar, y él mismo trabajó el tema. “Se hizo el Coteur, el Comité Técnico Urbanístico Rosario, que no llegó a ser lo que había sido la Prefectura del Gran Rosario en los 60, que era la idea de armar un gobierno metropolitano para los problemas que exceden la escala municipal –y los recursos municipales–”.
En esa línea, Rossi describe al Ente de Coordinación Metropolitana Rosario como una versión más acotada de lo que se había intentado antes. “Lo que pasa es que el Ecom es una especie de observatorio, que no tiene ningún poder normativo, ni económico”, explica. “No tiene ni palo ni zanahoria”, allana.
Rossi apunta como ejemplo a la gestión de la cuenca del arroyo Ludueña, el cual atraviesa Rosario en buena parte entubado, y había generado enormes problemas a mitad de la década del 80. “Está todo escrito después de la inundación de 1985. No hay que inventar nada”, detalla. Y apunta al arroyo Saladillo como otro foco de problemas: “Lo que pasa es que ahí no hubo protestas”. Y agranda los límites: “El arroyo Frías es una vergüenza. El arroyo San Lorenzo está todo contaminado”. Y concluye que lo que se elaboró tras la recuperación de la democracia en 1983 ameritan “un desagravio” a la gestión de Vernet, por entonces severamente cuestionada por la Juventud Peronista. “Hizo el Plan Lote, que era un intento de arreglar toda la cuestión de las villas. Y la ley de Cuencas, que se concreta en un solo caso, en el norte”.
Rossi pasa revista al tema del transporte, a los puertos “que primero se instalaron clandestinos después se legalizaron” y la gestión de residuos. Abunda que son temas que no al territorio y la gestión provincial, pero sobrepasan lo local. “Lo que hay que plantear es cómo se ordena y se corrige todo lo que se hizo, pero también cómo te anticipás en lo que todavía queda por planificar y ordenar, que es la línea de Villa Amelia, Coronel Bogado, Acebal y todo lo que aún no se urbanizó. Lo que pasó en Ybarlucea o en Funes va a pasar, porque el negocio inmobiliario se va desplazando. Entonces, conducilo”.
El Sapo explica lo que considera “una experiencia muy interesante”, en San Vicente, una ciudad bonaerense de cerca de 100 mil habitantes, que está 50 kilómetros al sur del Capital Federal. Su intendente, Nicolás Mantegazza, aplicó una receta que le gusta. “Es la frontera ecológico-social del conurbano hoy. El conurbano está creciendo ahí. Y el intendente, cuando ve que se le viene, saca una serie de ordenanzas y arma un plan: antes alterar el suelo rural en lo más mínimo le pide el 30 por ciento del suelo urbano”.
Rossi apunta que Mantegazza con una serie de disposiciones logró hacer un banco de tierras, y con servicios, condición para que los privados puedan avanzar en sus desarrollos inmobiliarios. Y acudió al Ministerio de Defensa, con la propuesta de hacer un barrio militar. “Ya tiene cuatro barrios policiales”, sorprende. La clave es el acceso al crédito que tienen los uniformados para construir, pero que no alcanza para comprar la tierra. La Municipalidad de San Vicente la entrega, a modo de un crédito no bancario y a largo plazo. Y así ofrece una solución local a uno de los problemas sociales más complejos: la vivienda. “Y arma barrios, no ghettos. El quiere que se mezclen”, aclara Rossi. “No inventó nada: le puso cabeza”, elogia.
“Además del suelo residencial –agrega– está el problema del suelo industrial. El diseño de cada una de las localidades es de los años 30. Antes eran similares, pero ahora no, y cada una compite –a la baja– para que se instale un parque industrial. Y la lógica es que cada una de esas entidades jurídicas –municipio o comuna– genere donde le parezca un parque industrial, porque después hay que vincular la logística”.
Rossi vincula la cuestión de la tierra con una cita que sorprende: “El marqués de Sade decía que la moral sexual era un invento burgués. Que los ricos y los pobres eran promiscuos. Bueno, en los loteos, es igual: yo primero ocupo y luego legalizo. Y eso después se paga, porque hay que llevar el agua a donde se le ocurrió a alguien”.
El precandidato a senador abunda más: se interna en los conflictos entre vecinos e industrias, y en cómo mientras Rosario expulsa otras localidades reciben, pero ambas pierden recursos: una por las fugas, otras por tratarse de atraer, resignando condiciones. “¿Por qué no armar un pacto metropolitano del Derecho de Registro e Inspección industrial?”, se pregunta. De esa forma, apunta, se pueden armar parques logísticos diferenciados, según las distintas infraestructuras y condiciones de cada lugar. “Me parece que hay que armar un consenso de los problemas metropolitanos y de las respuestas que habría que dar, que también tienen que tener una lógica metropolitana”.
En esa línea da otra definición: “Hay que prohibir la fumigación aérea en general, y hay que ser muy restrictivo con la fumigación terrestre, y en algunos lugares prohibirla. Pero donde se prohíba, hay que construir una zona rural, no sujeta a uso residencial ni industrial, y generar un fomento para usos dignos, para hacer agricultura orgánica, apicultura, usos recreativos privados…”.
Rossi retrocede a la Rosario de 1898, cuando el intendente Luis Lamas logra la autorización para expropiar 125 hectáreas para construir el parque de la Independencia, que sería inaugurado tres años y medio después, el 1º de enero de 1902. “La relación de espacio verde recreativo planificado con el uso residencial es enorme. ¿Hoy hay esa dotación de espacio verde como parque regional? No. ¿Hay un área natural protegida acá y no en la isla? No. Me parece que ese debe ser un objetivo.
Comentarios