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Se cumplen setenta años de antiperonismo en Argentina

Ezequiel Adamovsky / @EAdamovsky

Sobre el peronismo y sus “setenta años” (hoy ya 78) de presencia en la política nacional ya han corrido ríos de tinta. Muchísimo menos se ha escrito sobre su hermano gemelo, el antiperonismo, nacido en el mismo contexto que catapultó a Juan Domingo Perón en 1945.

Aunque poco y mal conocido, el antiperonismo es una de las identidades políticas más influyentes de los últimos setenta años. Comparte muchos de los rasgos de su siamés: como el peronismo, también ha sido ideológicamente variable, también ha agrupado sectores de derecha y de izquierda y tiene un costado fuertemente emocional.

Peronismo y antiperonismo se retroalimentan

Sus efectos en nuestra historia son incontables. A su pesar, no ha dejado de colaborar con el éxito de su identidad rival. La vitalidad del peronismo, sus ya varios renacimientos, resultan incomprensibles sin tener en cuenta las violencias que patrocinaron los sectores del antiperonismo y las políticas ruinosas que tomaron cuando tuvieron la ocasión de gobernar.

Lo comprendió nada menos que el general Alejandro Lanusse. En sus Memorias, publicadas en 1994, puesto a evaluar la larga desventura que las divisiones le depararon al país –divisiones de las que él mismo había sido partícipe–, Lanusse concluyó que fue “nuestra soberbia” la culpable de “la persistencia del fervor peronista”. Porque no era tanto que los más humildes admiraran a Perón, sino que él se había convertido para ellos “en un santo y seña, en una marca de identidad, en el retazo de una bandera que habíamos intentado destruir torpemente”.

Para traer ese argumento de Lanusse a tiempos más recientes: si el peronismo resurgió luego del profundo descrédito en el que había caído en 2001, fue en parte gracias al viraje desquiciado y fuertemente antipopular que asumió la política opositora luego del lock out de las patronales rurales en 2008. La victoria de Alberto Fernández tampoco se entiende sin tomar en consideración la calamidad que fue el gobierno de Mauricio Macri en todos los planos. Peronismo y antiperonismo se retroalimentan.

Aclaremos los tantos: ser antiperonista no significa estar en contra del peronismo, lo que es perfectamente legítimo. Se puede estar en contra del peronismo, tal como uno está en contra de la UCR, del Partido Socialista o del Movimiento Popular Neuquino. El antiperonismo va más allá de la mera preferencia partidaria: se define por la creencia según la cual el peronismo es una deformación política y cultural monstruosa, el causante central de todos los males de la Argentina.

Se caracteriza por el deseo íntimo de que él y sus partidarios desaparezcan de la faz de la tierra, dejando la política nacional reservada a las demás fuerzas y grupos sociales, en los que no se percibe ninguna patología dañina. Enteramente organizada por los conceptos propios de la tradición liberal, la visión del mundo que propone el antiperonismo crea, en quienes la abrazan, una disposición marcadamente antipopular. Genera una desconfianza –a veces lindante con la paranoia– respecto de cualquier intento de conexión significativa entre la política y las clases bajas. Incluso si ese intento no se identifica con la tradición peronista en absoluto.

Por lo mismo, los vuelve indulgentes frente a las formas elitistas (“normales”) de la política, que aparecen como antídoto frente a la gravitación indebida hacia lo plebeyo. Por todo esto, el antiperonismo ha sido siempre uno de los canales más frecuentes entre los que habilitan el pasaje de posturas de izquierda a otras de derecha, incluso autoritarias.

No debe sorprender entonces que el antiperonismo –reforzado por el “antipopulismo”, que pertenece a la misma familia ideológica– funcione como vector de conductas que, consciente o inconscientemente, llevan agua al molino de la derecha y alejan a muchos progresistas de los posicionamientos de izquierda o centroizquierda que tuvieron antes. En el escenario de “la grieta” hemos visto decenas de pasajes en ese sentido.

No entregarse al antiperonismo

A quienes pertenecemos a la tradición de izquierda, los efectos ideológicos del antiperonismo y del antipopulismo no nos pueden dejar indiferentes. Porque les quitan a quienes caen en su influjo la capacidad de distinguir entre las diversas fuerzas que invocan lo popular. Sean o no peronistas. Y, más preocupante, invitan a la violencia Estatal sobre cualquiera de ellas.

Al respecto, les recuerdo una anécdota reveladora: era 2017, un grupo de trabajadores despedidos encaraba una protesta en una fábrica, la policía intentaba desalojarlos. Como siempre, los referentes de los partidos trotskistas estaban allí apoyando a los obreros. En ese contexto, un policía, frustrado por no poder avanzar en el desalojo, lanzó al líder del PTS Nicolás del Caño el reproche “Dejen de hacer populismo”.

Justo a un trotskista, de quienes se podría decir cualquier cosa salvo que son “populistas”. Peronistas, pobres, gente de izquierda, piqueteros, planeros, obreros en huelga: a ojos del antiperonismo parece todo lo mismo. Y el problema es que las consecuencias de esa “confusión” la padeceremos todos, peronistas tanto como no peronistas.

Aunque repetimos en loop la misma escena desde hace décadas, el problema no es nuevo: lo habían advertido ya en 1956 los editores de la mítica revista Contorno, que agrupaba por entonces a lo mejor de la intelectualidad progresista. Habiendo sido claramente opositores al gobierno de Perón, se negaron sin embargo a sumarse entonces al coro que celebraba su derrocamiento en nombre de la libertad, la moralidad y la República.

Llamaron a “no entregarse” al antiperonismo, a no dejarse permear por su lenguaje. Si del peronismo identificaban los componentes autoritarios, sus “vicios y su ceguera”, no dejaban por ello de percibir los motivos legítimos detrás del amplio apoyo que había concitado en las clases populares. De las fuerzas que lo derrocaron, sin embargo, identificaban sin ambages su “tinte reaccionario” y clasista, su moralismo hueco.

Los intelectuales de Contorno cerraron su notable intervención de entonces convocando a “decir los nombres de las cosas, aunque sea con violencia y acritud”, a no clausurar el careo con la realidad “en aras de una beatería liberaloide” tan del gusto “de los honrados pero deshonestos dirigentes de la ‘intelligentzia’ argentina”.

Palabras más, palabras menos, las advertencias de Contorno siguen siendo válidas hoy. Peronismo y antiperonismo se retroalimentan. Para salir del ciclo dominado por ese par, las herramientas de la crítica deberán apuntar también al antiperonismo.