La sublevación de sectores de las Fuerzas Armadas ya llevaba tres días, pero la madrugada del lunes 19 de septiembre de 1955 ocurrió un hecho decisivo para el triunfo del golpe de Estado contra Juan Domingo Perón: el crucero ARA 9 de Julio se ubicó frente a la costa de Mar del Plata y disparó los cañones contra la ciudad durante horas.
Ese mediodía Perón dio a conocer su renuncia, aunque más tarde aclararía que fue ante las Fuerzas Armadas y no frente al Congreso. El día estuvo signado por cañonazos e intentos de resistencia que no pudieron vencer a las fuerzas del Estado.
El movimiento golpista de septiembre fue encabezado por Eduardo Lonardi en Córdoba el 16. El 18 salió desde el puerto de Bahía Blanca —otra ciudad clave para este proceso— una flota naval que primero se dirigió al Río de la Plata para ubicarse frente a la costa de Buenos Aires.
El presidente ya estaba bajo amenaza: las Fuerzas Armadas manifestaron su intención de bombardear de nuevo la capital del país. En el camino, el buque ARA 9 de Julio recibió la orden de ubicarse frente a la costa de Mar del Plata.
La amenaza de bombardear ciudades tenía un espesor muy tangible por su antecedente el 16 de junio de ese año, cuando aviones de la Marina arrojaron 14 toneladas de bombas contra la Plaza de Mayo y mataron a al menos 308 personas y dejaron a otras cientas heridas. Además en 1951 ya había habido un intento de golpe frustrado y en 1953 un atentado terrorista durante un acto de la CGT en la Plaza de Mayo que dejó seis muertos y fue cometido por los conocidos como Comandos Civiles —grupos de civiles armados que tomaban acciones directas y violentas.
Además, el mismo día que inició el golpe, el 16 de septiembre de 1955 entre cuarenta y sesenta aviones de la Marina bombardearon la isla Santiago y el barrio Campamento, en Ensenada. Y regía la amenaza de bombardear la destilería de La Plata y Dock Sud.
A pesar de cierta memoria colectiva en la que la Marina se constituyó como la fuerza más antiperonista, comprometida en toda su cadena de mando a derrocar al “tirano” como le llamaban a Perón, según investigaciones académicas, a partir del relevo de documentos oficiales de la fuerza, la postura homogénea de la Marina no era tal. Después de la masacre de Plaza de Mayo, Perón había instruido una serie de órdenes contra la Marina, removió jefes y les quitó parte de la flota.
Los días previos al bombardeo en Mar del Plata dieron “libertad” para darse de baja de la operación. Pero la mayor demostración de esa disputa se ve en las diez detenciones que hubo a bordo del buque y el fusilamiento de Miguel Spera, el maquinista que se negó a bombardear la ciudad. Los demás marinos fueron detenidos, desarmados y vigilados dentro de sus camarotes por haberse negado a cumplir las órdenes criminales.
Otra interna que hubo dentro de la Armada tuvo que ver con la decisión de informar a la población del ataque. Un sector se negaba, tal como ocurrió con el bombardeo sorpresivo del 16 de junio. Si bien se impuso la decisión de dar aviso, fue muy sobre la hora del ataque y la medida estuvo signada por tensiones y posturas ambivalentes. Según las investigaciones relevadas, cerca de las 4 de la mañana tiraron un cañonazo al aire para advertir del inminente ataque; otros papers indican que policías federales y provinciales fueron casa por casa dando aviso a los vecinos para que evacúen.
El mensaje emitido desde la escuadrilla de destructores al comando de la base indicaba que era necesario ordenar la evacuación a la población que habitaba “la zona de la explanada desde Playa Grande hasta la Bristol en una profundidad mínima de cinco cuadras”.

¿Por qué Mar del Plata? Algunas hipótesis que se desprenden: la relativa cercanía con Buenos Aires, unos 400 kilómetros, para avanzar por tierra en la toma del poder; por otro lado, el objetivo de desabastecer de combustible al sur de Buenos Aires.
De hecho, el primer punto de ataque fue la zona del puerto de Mar del Plata donde había tanques de combustible de YPF. El primer intento vino del cielo, en manos de un avión naval. No está claro si intentó hacerlos explotar y falló o si fue una manera de indicarle al buque el blanco de ataque.
El hecho es que las primeras bombas vinieron de un avión y no generaron mayores daños. La segunda oleada de bombas fue efectiva: cayó frente a Playa Grande, cerca de la escollera norte; también sobre los tanques de YPF, nueve de los once tanques explotaron y llevó casi dos días apagar el incendio.
Algunos investigadores hablan de unos veinte mil evacuados en la zona del puerto, un barrio de inmigrantes italianos que justamente habían llegado a Argentina escapando de la guerra. La huida de los vecinos fue espontánea apenas escucharon las primeras detonaciones, se dirigieron a la zona rural de la ciudad.
En este sector se generaron enfrentamientos con algunos civiles armados que rodearon la base naval. El personal de la Marina comprometido con el golpe escapó del puerto en lanchas y botes que habían sido incautados para tal fin. La entrada al puerto y el muelle de pescadores quedaron parcialmente destruidos.
El bombardeo siguió contra la Escuela de Artillería Antiaérea, en particular el blanco fue la antena de radar y la torre de agua.

Odio antiperonista
Hacia las 11 de la mañana se registran los primeros festejos de un sector de la sociedad marplatense: a pesar de la llovizna, unas doscientas personas iniciaron una procesión a pie y en auto con banderas argentinas y escarapelas. Ya consideraban el triunfo de la Marina sobre el Gobierno. Hacia el mediodía se conoció la carta de renuncia de Perón después de días de extorsión y amenazas.
Empezaron también los ataques contra locales peronistas, como anticipo de la etapa que estaba por iniciar en Argentina: la de la proscripción y persecución de militantes peronistas y ex funcionarios; la del exilio durante 18 años del líder político que venía de ganar con más del 60 por ciento de los votos elecciones nacionales y legislativas; la del intento de borrar de la historia y la memoria colectiva la experiencia peronista y toda simbología que diera cuenta de ella.
Varios -¿decenas, cientos?- ciudadanos marplatenses decidieron que todo espacio identificado como peronista debía ser tomado, saqueado, destruido o quemado. Las postales del día incluyen el incendio de muebles de esos lugares y, sobre todo, de fotos y retratos de Perón y de Evita. También destruyeron los relojes florales —canteros de flores con un reloj de agujas detenidas, que indicaban la hora de muerte de Eva Duarte de Perón.
Los sublevados tomaron posesión de Radio Atlántica y Radio Mar del Plata. Desde ahí, y también mediante altoparlantes, comunicaron a la población evacuada que ya era seguro regresar a sus hogares. Civiles también tomaron el edificio municipal, a la espera del cambio de autoridades de facto.

El día siguió con enfrentamientos de la Marina contra civiles peronistas armados que intentaron sin éxito revertir el triunfo de las fuerzas desleales a la Constitución y al Gobierno.
Los festejos de cierto sector de la población de Mar del Plata, que consideró que se trataba del retorno de la libertad y la democracia y de la caída del “tirano”, se dio en el marco del anuncio de la aplicación de la ley marcial y toque de queda en todo el territorio argentino.
Ya el 20 de septiembre, en una serie de comunicados, el Comando Militar de Mar del Plata prohibió la venta de nafta, recomendó a la población ahorrar energía eléctrica y advirtió que “todo aquel que se oponga a la apertura de los negocios o a la concurrencia de los obreros y empleados a sus puestos de trabajo, será considerado saboteador y se le aplicará la Ley Marcial”. Es decir, quien se opusiera sería ejecutado. Esa misma ley se aplicaría menos de un año después en los conocidos fusilamientos de José León Suárez, narrados en la obra de no ficción “Operación Masacre”, de Rodolfo Walsh.
Una vez asumido el triunfo, la Marina reforzó la vigilancia y el blindaje de la ciudad. La noche del 20 llegaron a tierra los tripulantes del ARA 9 de Julio, con los diez marinos detenidos y el cuerpo de Spera.
Entre el 20 y el 24, se tomaron las principales medidas que serían los rasgos que adoptaría la dictadura incipiente. Además de la prohibición de reuniones públicas o particulares y aplicación de la ley marcial, se intervinieron todos los sindicatos y se cambió el nombre de todas las calles, avenidas, plazas, plazoletas o espacios públicos que llevaran la palabra Perón o Eva. Siguieron las quemas de retratos, fotografías o libros referidos al peronismo.
El Partido Socialista de Mar del Plata y la Unión Obrera Local utilizaron las palabras “desinfección” y “limpieza” para referirse al proceso de intervención que se abría en los sindicatos identificados como peronistas.

Fuerzas Armadas y comandos civiles allanaron locales peronistas y gremios. Recién el 24 de septiembre se normalizó en la ciudad el servicio de transporte público y la circulación de autos. Se celebró la asunción del presidente de facto el viernes 23, Eduardo Lonardi, general del Ejército y líder del golpe de Estado.
Si bien el relato oficial y los medios locales no dieron cuenta de ningún asesinato, la pregunta por víctimas fatales es factible por la virulencia de los hechos registrados. En un artículo publicado en Tiempo Argentino esta semana, Ricardo “Patán” Ragendorfer indica que según “una investigación efectuada en 2017 por el Archivo Nacional de la Memoria entre el 16 y el 21 de septiembre, hubo no menos de 157 vidas truncadas por los insurrectos al mando de Lonardi, Rojas y el general Pedro Eugenio Aramburu”. Se refiere a víctimas fatales registradas en todo el país.
Lo que siguió en la Argentina fue la disolución del Congreso y la institucionalización de un plan de persecución contra todo militante peronista. Fue el primer intento de “desperonizar” la sociedad argentina. Lonardi estuvo en el poder hasta noviembre, cuando lo reemplazó Aramburu: mucho más feroz en su convicción de eliminar al peronismo y a peronistas. Durante 18 años, Perón no pudo volver a Argentina. El Partido Justicialista fue disuelto y estuvo prohibida su presentación a elecciones.
Para muchos historiadores, con esta serie de bombardeos de parte de las Fuerzas Armadas argentinas contra las ciudades y poblaciones argentinas se inauguró en el país una nueva modalidad de violencia estatal que llegaría a su cumbre con el plan de exterminio ejecutado entre 1976 y 1983.
Antes del inicio del bombardeo en la ciudad costera, el comandante del crucero ARA 9 de Julio dijo: “El objeto de estas misiones es demostrar a los que han envilecido el país, pisoteando la libertad, las leyes, y los más caros sentimientos argentinos, que las Fuerzas Revolucionarias están decididas a lograr la desaparición de los autores de esta infamia y si es necesario atacar también el Puerto de Buenos Aires. Como argentinos nos duele inmensamente al tener que hacer fuego sobre lo nuestro; pero la ceguera de los que han injuriado la Justicia y nos han llevado a la ruina moral, nos obliga a tomar esta determinación extrema. La nación lo espera todo de nuestro valor y del estricto cumplimiento del deber”.
A 70 años del bombardeo a Plaza de Mayo: claves para entender cómo se llega a una masacre colectiva
Fuentes consultadas
No abundan los trabajos académicos acerca del bombardeo en Mar del Plata y en los medios locales se pueden rastrear apenas algunas notas para los aniversarios. Colegas de la ciudad compartieron a este medio que en general en Mar del Plata tampoco se hacen ceremonias o actos conmemorativos, sin embargo este viernes 19 de septiembre se estrenó en la Facultad de Humanidades, de la Universidad de Mar del Plata (UNMDP), el documental «Después del silencio», de Oriana Castro. El mismo incluye una serie de entrevistas a hombres y mujeres que entonces eran niños, hoy de entre 70 y 80 años.
Las investigaciones relevadas para esta nota fueron “La Revolución Libertadora en perspectiva local: el bombardeo al puerto de Mar del Plata”, de Agustín Nieto, de la UNMDP; y “Crimen y castigo en la Armada Argentina. Una problematización sobre la narrativa “revolucionaria» a partir del estudio del bombardeo a la ciudad de Mar del Plata en septiembre de 1955”, de Ivonne Barragán y Joan Portos Gilabert, de la misma universidad.