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Si no hay perpetua, ¿no hay justicia?

El pedido de “encierro perpetuo para los monstruos”, explica la autora, significa que los ocho imputados por el homicidio de Fernando Báez Sosa -quienes hoy tienen menos de 25 años- podrían llegar a pasar 50 encerrados, sin siquiera salidas transitorias.

Claudia Cesaroni (*)

“La aflicción es inevitable, pero no lo es el infierno creado por el hombre”
Nils Christie (Los límites del dolor)

Desde el 18 de enero de 2020, cuando nos enteramos de que un adolescente había muerto por la acción de otros adolescentes en una madrugada de Villa Gesell, comenzó a construirse, por un lado, a una víctima impoluta, y por el otro, a los victimarios, los “rugbiers”, como un grupo de monstruos.

Incluso, un seudo punitivismo clasista intenta postular una especie de reivindicación, en cabeza de esos jóvenes, de todos los males que padecen a diario los jóvenes de los sectores populares.

Todos los protagonistas de la madrugada fatal eran adolescentes de entre 18 y 20 años. Bebían más de la cuenta, iban a boliches abarrotados, comían fideos con aceite, se sacaban fotos haciendo morisquetas, se peleaban por tonterías. Al menos, en esa noche de Gesell, se los ve más parecidos que diferentes en la primera pelea dentro de Le Brique.

Después, el horror. De un cruce de pechazos y trompadas adentro, a una agresión en la que varios patean cobardemente a uno, que muere en menos de un minuto, y ya no hay más.

La vida de Fernando Báez Sosa se extingue, los responsables de su muerte son detenidos.

Con el argumento de protegerlos, se los encierra 21 horas por día sin actividades de ningún tipo: ni educativas, ni recreativas, ni laborales.

Un régimen de encierro extendido durante tres años en los que solo se ven con sus familias, salen al patio, dialogan entre ellos, vuelven a las celdas, matean de a dos, esperan la próxima visita, se comunican con amigos y novias por celular, vuelven a esperar.

Un régimen que solo se cumple, al menos teóricamente, cuando un preso o presa cumple un castigo por haber cometido una infracción, con la prohibición de que se extienda por más de 15 días. Y del otro lado, el dolor sin fin de la ausencia del hijo.

Así llegamos al juicio. La exhibición de ocho monstruos se multiplicó por mil pantallas.

Como en el 2004, cuando Juan Carlos Blumberg encabezó marchas de decenas de miles de personas y luego presionó a un poder político que cedió a sus demandas de mano dura por debilidad o convicción, el reclamo de hoy es perpetuas para los ocho.

“Si no hay perpetua, no hay justicia”, dicen miles de carteles, y vomita en cada ocasión que puede -que son muchas- el abogado de la mamá y el papá de Fernando y precandidato a gobernador, Fernando Burlando.

Quien ose cuestionar ese reclamo, como en 2004, es anatemizado con el argumento de que con el dolor de un padre, o de una madre, no se discute. Se acatan y se acompañan sus pedidos.

Salvo, por supuesto, que sea la madre de David Moreira, un joven de 18 años como Fernando que también fue matado a golpes en el piso, sin que nadie intentara defenderlo.

David había intentado robar un celular minutos antes, y entonces no era una víctima impoluta. Estaba manchado.

Él sí podía ser golpeado como una bolsa de papas, no durante un minuto sino durante 15

(https://www.clarin.com/policiales/linchamiento-rosario-imputados-declaro-culpable-ira-preso_0_JZXHTCR.html).

Un único sujeto fue condenado por aquel crimen, a tres años de prisión “en suspenso” por homicidio en agresión, y no estuvo ni un día preso.

Encierro perpetuo para los monstruos

Para los autores del homicidio de Fernando el pedido es de prisión perpetua.

El abogado de la querella, los medios que le hacen de comparsa y miles de personas que se autoperciben “el pueblo”, repiten: Justicia es perpetua para todos.

Para los ocho imputados por el homicidio de Fernando, se pide que quienes hoy tienen menos de 25 años, pasen 50 encerrados

Para saber qué significa hoy ese castigo en la Argentina, basta mirar los artículos 13 y 14 del Código Penal.

En el 13 se dice que los condenados a prisión perpetua tendrán libertad condicional a los 35 años de cumplida la pena.

Pero en el 14 se indica una larga lista de personas que no tendrá libertad condicional.

Primero, como fue siempre, los reincidentes, y luego dice: “Tampoco se concederá cuando la condena fuera por…” Y se enumeran una serie de delitos.

Los primeros son justamente los homicidios calificados del artículo 80 del Código Penal, incluyendo los cometidos con el concurso premeditado de dos o más personas, y con alevosía, las dos agravantes que plantearon la fiscalía y la querella.

Esto es así desde 2017, luego de una reforma propuesta por el diputado radical de Juntos por el Cambio, Luis Petri, cerrando el círculo de restricción de derechos iniciado en 2004

En consecuencia, para los ocho imputados por el homicidio de Fernando, se pide que quienes hoy tienen menos de 25 años, pasen 50 encerrados. Y sin salidas transitorias, que se rigen por la ley 24.660 de ejecución de las penas privativas de la libertad, modificada también en 2017 en el mismo sentido, obturando los derechos para los mismos delitos.

La cárcel como tumba, el dinamitamiento del sistema de ejecución penal.

Hoy perpetua es la vida entera, o casi. Eso, a muchas personas les parece bien, incluso a una parte les parece poco, porque les gustaría ver a estos jóvenes temblando con una inyección letal, como ven que pasa en Estados Unidos, o colgados, como se espantan selectivamente de que pase en Irán.

Y como eso no se puede, piden lo más parecido a la pena de muerte, que es una muerte en vida.

¿Para qué? ¿Para “resocializar”? ¿Cómo podría pensar en volver a vivir en sociedad una persona que ingresó a una cárcel a los 20 años y, si sobrevive, saldrá de allí a los 70?

Evidentemente, el único objetivo es devolver dolor por dolor.

Reclaman: “que se pudran en la cárcel”. O sea: que sufran todo lo que sea posible, ellos y sus familias, a las que se señala también como culpables. Se alega: el dolor de la madre y el padre de Fernando es mayor, su hijo está muerto.

Sin embargo, la equivalencia no es posible. ¿Qué daño “equivalente” habría que hacerle a un condenado por delitos de lesa humanidad que secuestró, torturó hasta el infinito, tiró de un avión, robó a un bebé, le quitó su identidad, para que una Madre o Abuela pudiera decir “ahora sí estoy satisfecha, ya sufrió igual que mi hija y que yo y que mi marido y que toda mi familia y que sus amigos”?

Como repetía Hebe, el dolor no da derechos. Y como nos enseñó Nils Christie, el dolor no repara, solo daña, arruina más vidas y construye infiernos que nunca son solo de los otros.

(*) ELDiarioAr