En vísperas de la celebración de un nuevo Día por la Memoria, la Verdad y la Justicia, la periodista y senadora nacional Norma Morandini presentará hoy en Rosario su libro De la culpa al perdón. Se trata de un ensayo que escribió hace diez años y en el que desarrolla reflexiones acerca de cómo construir una convivencia democrática sobre las intolerancias del pasado. Con una historia personal y familiar signada por la militancia, las tragedias y las persecuciones políticas, la autora eligió vivir en el exterior durante los últimos tiempos de la dictadura cívico-militar (1976-1983). Dos de sus hermanos están desaparecidos desde la tarde del 18 de septiembre de 1977, cuando una patota integrada por hombres armados irrumpió en el departamento que compartían. Se llaman Néstor y Cristina, aunque para ella siguen siendo Pipi y Titón.
—Este libro lo escribió hace bastante tiempo, ¿por qué lo publicó recién el año pasado?
—Lo escribí hace diez años y en ese tiempo nunca conseguí una editorial que lo quisiera publicar. Nadie puede pensar que es un libro para el hoy y sin embargo tiene muchas respuestas para el hoy. A mí me impresiona mucho su contenido y de alguna manera eso contribuye a darme alguna de las respuestas después de que regresé a la Argentina, pero no a la Argentina democrática sino que regresé al pasado a cubrir los juicios a la Juntas como corresponsal para el exterior. Fueron seis o siete meses que, como decía Sábato, descendí a los infiernos porque se reconstruyó este rompecabezas macabro del terror y todos los que estuvimos ahí salimos modificados.
—¿Por qué el título, “De la culpa al perdón”?
—Yo tengo una historia personal del horror. Nunca dejaré de agradecer el coraje de las víctimas que declararon en los juicios a las Juntas y que fueron las que vencieron su propio miedo en un momento en que los Falcon todavía andaban en la calle y, sobre todo, se mantenía el aliento de la dictadura que no se terminaba de ir. Desde entonces me he preguntado con mucha obsesión qué nos pasó, por qué un país en un momento de su vida se desquicia: los que son hermanos se terminan matando, casi al borde de la guerra civil como fue la violencia de los años 70 para desembocar en esta orgía de muertes que fue el terrorismo de Estado. Entonces nos preguntamos qué vamos a hacer con el pasado, si va a ser venganza o aprendizaje…
—¿Están plasmadas sus vivencias personales, sobre todo su mirada afectiva acerca del recuerdo de Cristina y Néstor, sus hermanos?
—La vivencia personal pude escribirla después de haber hecho el libro, después de 35 años, porque la verdadera intimidad es la del dolor, y por eso es un ensayo que tiene mucho de estudio y de reflexiones que surgieron luego de que trabajara en distintos países de Latinoamérica y otros países del mundo como corresponsal.
—Estuvo en Alemania ¿cómo es el tratamiento de los países europeos en materia de derechos humanos, en relación a Argentina?
—Lo que le dio el nazismo a Europa fue la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. En 1948 los hombres sensatos, horrorizados, elaboran esa hermosa utopía. Es el modelo jurídico en el que nos hemos inspirado. En Europa se han ido ampliando los derechos, pero creo que lo que nos pasa a nosotros es que hemos denunciado sobre derechos humanos pero no hemos anunciado una cultura de derechos humanos que se basa en el respeto al otro. Yo no puedo levantar la bandera de los derechos humanos y después no reconocer que el otro tiene los mismos derechos aunque piense diferente. Por eso creo que estamos en un momento bisagra y es importante que empecemos a hablar de estos temas y sobre todo ahora que hay un sentimiento colectivo legitimado por el papa Francisco, que aunque parezca ridículo él puede decir que tenemos que hablar de amor, de perdón y de mirarnos como hermanos porque no hay país posible en base a la confrontación del otro.
—¿Qué posición tiene sobre las denuncias que circularon sobre la participación de Jorge Bergoglio en la última dictadura?
—Estuvo involucrada toda la Iglesia como institución. Hubo obispos que colaboraron, hubo sacerdotes que salieron con la sotana manchada de sangre por haber estado presentes en fusilamientos, pero hubo muchísimos sacerdotes que les prestaban las parroquias a las madres que no se podían reunir porque eran despreciadas y amenazadas. En esa época de represión clandestina también la ayuda fue clandestina. El que ayudaba no andaba diciendo que lo estaba haciendo. Ojalá llegue el tiempo que comencemos a contar los actos heroicos que se hicieron, lo que no está escrito porque se hacía en la intimidad y a cuántas personas fueron a las que Bergoglio ayudó. De todos los testimonios que hay en relación al nuevo Papa y que hemos escuchado todos estos días yo me pregunto, en un país que todavía tiene un techado de vidrio, ¿quién puede tirar la primera piedra?