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Siempre se puede estar peor

Dirigentes como Felipe Solá, Miguel Pichetto e incluso Sergio Massa procuran por estos días desmarcarse del resto y mostrarse como líderes de un movimiento que todavía se está gestando, pero que tiene en la mira las elecciones del año que viene, ya sea con o sin Cristina Kirchner dentro del proyecto

 

Por Emilio Rodríguez /NA

Lo reconocía Carlos Melconian hace unos días, durante una entrevista vinculada con la reciente y descomunal disparada del dólar. En la Argentina, “siempre se puede estar peor”, decía Melconian, apenas horas después de que el billete estadounidense superara por primera vez en la historia moderna los 40 pesos por unidad para la venta en la city porteña. El ex presidente del Banco Nación mencionaba incluso que no se trataba de una frase propia, sino que estaba parafraseando a su colega economista, además de profesor universitario, Juan Carlos de Pablo, pero que en definitiva ésa era una de las primeras reflexiones que tenía para compartir.

En los últimos días, cada analista económico arriesgó su propia teoría sobre la trepidante suba del dólar, de igual modo que su diagnóstico sobre la situación financiera del país, aunque en su mayoría coincidieron en que una brutal devaluación como la que se produjo recientemente nada bueno puede generarle al argentino de a pie, sino todo lo contrario. La inflación probablemente supere este año el 35 por ciento, según pronosticaron economistas, 20 puntos por encima de aquel ingenuo 15% que el gobierno se había propuesto alcanzar tras haber incluso revisado al alza sus previsiones de aumento del costo de vida para 2018.

Cualquier suba de precios afecta irremediablemente a los sectores más postergados de la sociedad en primer lugar y luego, también, a la clase media, ésa que confió en su gran mayoría en el proyecto político de Cambiemos liderado por el presidente Mauricio Macri tanto en 2015 como en 2017 (sobre todo).

Desde aquellas elecciones de medio término, los estratos medios, medios-bajos y bajos del país no han hecho más que recibir golpes y lamentarse por los moretones provocados en sus economías familiares por las políticas de ajuste que lleva adelante el gobierno, sumadas a la inflación y a la devaluación.

En este contexto, referentes de la oposición han estado advirtiendo en los últimos días que el llamado “humor social” se está tornando espeso, dado que la capacidad de tolerancia y de resiliencia de la población, en especial de aquellos decepcionados con el “gobierno del cambio”, podría estar llegando a su límite.

 

El regreso del Pacificador

Tras largas semanas de haber mantenido un perfil relativamente bajo, el ex presidente Eduardo Duhalde abandonó el ostracismo en estos días y comenzó a lanzar frases altisonantes, relacionando el actual momento que padece la Argentina con aquellos días previos al derrumbe del gobierno de la Alianza a fines de 2001. Si bien desde el punto de vista económico, de acuerdo con la opinión de especialistas, la situación es completamente diferente, dado que los bancos que operan en el país gozan en la actualidad de una mejor salud financiera con relación a aquella época, en la que en forma deliberada estafaron a sus clientes al retenerles los ahorros –con el corralito–, Duhalde salió a desfilar por medios de prensa y a levantar polvareda con sus opiniones.

“Si Macri me pregunta cómo lo veo, le diría, como el orto”, espetó el dirigente peronista, que agregó: “Así no se puede seguir, Macri fracasó”. Duhalde, a quien algunos mentan como el Pacificador de Lomas de Zamora, se mostró días atrás junto al gobernador salteño, Juan Manuel Urtubey, presunto candidato presidencial del peronismo moderado con vistas a 2019, aunque estaría trabajando también para que el justicialismo cierre filas y postule eventualmente a Roberto Lavagna para la Jefatura del Estado el año que viene. Lavagna, por el momento, no estaría del todo convencido en embarcarse en esta misión.

Mientras tanto, Duhalde, de igual modo que sectores del kirchnerismo que necesitan del caos para disimular el escándalo por los cuadernos del remisero Oscar Centeno y el presunto pago de millonarias coimas durante el gobierno anterior, salieron a agitar con fuerza los fantasmas de 2001, en medio de un contexto de altísima volatilidad del precio del dólar.

Macri “no tiene las condiciones para ser presidente”, insistió Duhalde en su vorágine mediática y añadió: “Estamos a un paso del que se vayan todos”, recordando esa frase de guerra que enarbolaban miles de argentinos tras la caída del gobierno de Fernando de la Rúa y que repiqueteaba especialmente en aquel masivo acto de agosto de 2002 frente al Congreso nacional.

Desde un escenario montado en las puertas del Parlamento, un grupo de actores leía enfáticamente las consignas y adhesiones que llegaban, rematando sus proclamas con una frase que quedó para la posteridad: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

Norberto Gonzalo, Héctor Bidonde y Norman Briski, en especial, se lucieron aquel día micrófono en mano. Quizá Duhalde se ponga aún más nostálgico por estas horas al recordarlo.

 

Listos para saltar al barro

La escalada del dólar generó alboroto puertas adentro en el gobierno, donde incluso el ministro del Interior, Rogelio Frigerio (el dirigente que mejor mide en la estructura nacional de Cambiemos), no desechó la posibilidad de que se produzcan modificaciones en el gabinete, incluso después de que minutos antes su jefe inmediato, Marcos Peña, lo descartara de plano.

Como ha venido sucediendo en las últimas semanas, en momentos complejos para la población en general, la voz más lúcida surgió desde la gobernación bonaerense: “Creo que estamos ante una dificultad y no reconocerlo sería no entender qué es lo que le pasa a la gente”, retrucó la mandataria provincial María Eugenia Vidal tras escuchar la explicación light de Peña acerca de la suba del precio del billete norteamericano.

En este contexto, quedó pendiente en los últimos días una reflexión y una autocrítica más formal de parte del gobierno, luego de que comentarios del mismísimo Macri alertaran a las hienas del mercado financiero al miércoles pasado por la mañana que la Argentina estaba sangrando.

En medio de una creciente incertidumbre en cuanto a las posibilidades de Cambiemos de renovar su mandato en 2019, el peronismo se ha mostrado –lógicamente– dispuesto, aunque aún no del todo preparado, para saltar al barro y desempeñarse en un escenario que le cae como anillo al dedo.

Dirigentes como Felipe Solá, Miguel Pichetto e incluso Sergio Massa procuran por estos días desmarcarse del resto y mostrarse como líderes de un movimiento que todavía se está gestando, pero que tiene en la mira las elecciones del año que viene, ya sea con o sin Cristina Kirchner dentro del proyecto.

En este sentido, las discusiones internas en la actualidad en el Partido Justicialista (PJ) se enfocan básicamente en dos ejes, no más: qué medidas tomar frente a la crisis por la que transita el país y si la ex jefa de Estado debe o no formar parte del proceso de resurgimiento del peronismo.

Intendentes del conurbano bonaerense se reunieron anteayer en Merlo, terruño del cuestionado presidente del PJ provincial, Gustavo Menéndez, con líderes gremiales –como Hugo Moyano y Solá, entre otros, para analizar la disparada del dólar y reclamar al gobierno medidas de emergencia para paliar la situación.

También discuten por estos días los jefes comunales si deben o no cobijar al kirchnerismo en el armado electoral que planean desarrollar con vistas a 2019: “Cristina tiene los votos”, insisten aquellos que consideran que para defender su poder territorial es imprescindible contar con el respaldo de Unión Ciudadana el año que viene.

El massismo, en cambio, aunque en especial Sergio Massa, y otros sectores del peronismo moderado, entienden que el PJ de una vez por todas debe dejar atrás la época de dependencia kirchnerista y concentrar sus energías en forjar un destino propio, superador.

Todos ellos saben, de todos modos, que el barro les sienta bien, que el barro de la política es su ámbito y cuanto más embarrada esté la situación mejor, porque una vez que llegan y consiguen sumergirse luego les alcanza con un simple manguerazo para tratar de salir limpios (eventualmente).

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