La saca del bolso, la infla y la muestra. “¿Es linda, no?”, pregunta mientras acaricia con ambas manos a la pelota que lleva su nombre. Es su pelota, la Silvio Velo. Nada menos. Enseguida la baja al piso, la pone bajo la suela y la mueve rápido, de acá para allá, como si enfrente tuivese un defensor. Y como si la viera… En realidad, lo suyo va más allá. El la siente. En su pies. Y en su corazón. “Yo nací ciego y pobre. Y mi único juguete de pibe era la pelota. Desde aquel día hasta hoy es mi gran amor”. A los 52 años, luego de 30 como capitán de los Murciélagos, que incluyó Mundiales (2), medallas paralímpicas (3) y Copas América (2) ganadas, además de cinco elecciones como mejor jugador del mundo, Silvio Velo revela la importancia que ese objeto redondo ha tenido en su vida, como vehículo de transformación. El verdadero hilo conductor de su existencia. Una relación de amor puro, la esencia de una inspiradora historia de resiliencia que todos deberían conocer.
Silvio nació en San Pedro, a 164 kilómetros de Capital Federal. En Las Canaletas, un barrio pobre y olvidado. «Dormíamos tan juntos que soñábamos todos lo mismo. A veces nos levantábamos para descansar un poco… Es que de chico vivía en un barrio privado… privado de luz, de gas, de todo», bromea. Así arranca Silvio el encuentro. Y no para. Tira chistes uno detrás del otro, sobre su historia y su condición de no vidente. “Fijate que encima me llamo Sil-Vio Ve-lo”, deja como al pasar mientras regala una sonrisa cómplice.
Hijo de padre albañil y madre ama de casa, Silvio fue el cuarto de 13 hermanos que se criaron en un rancho de barro, andando en bici, yendo a pescar, remontando barriletes, jugando a las escondidas (“aunque nunca encontraba a nadie”) y, sobre todo, al fútbol, en el campito. “Por ahí no tocaba una pelota en cinco minutos, no la podía encontrar, pero no me importaba. Me encantaba estar ahí, experimentar esa sensación de jugar en el potrero. Era mi lugar, yo sentía que había nacido para eso”, recuerda, emocionado, mientras deja algunas líneas para contar su amor por la pelota. “Era mi juguete preferido, el único que se podía compartir en el barrio. Para mí significó muchísimo, vivir esa pasión era casi lo único que tenía…”, admite.
A los 10 años dejó San Pedro para internarse en un centro especializado para ciegos, el Instituto Román Rosell en San Isidro. Allí hizo la primaria, aprendió braille, cosas de carpintería y electricidad. Pero lo principal fue que empezó a desarrollarse como jugador, a partir de un descubrimiento que le cambió la vida. Una pelota casera para ciegos, con chapitas de gaseosas achatadas y atadas con un hilo al cuero. “Cuando empecé a escuchar la pelota fue tocar el cielo con las manos… Era peligrosa, a veces te pegaba y te cortaba. Pero a mí no me importaba. Estaba feliz, era como había encontrado a una novia que siempre me había sido esquiva”, rememora. Aún tiene muy presente lo que sintió en aquel momento. “Que al iba a poder cumplir mi sueño de ser jugador”, reconoce.
Rápidamente saltó a la fama, cuando a los 14 años la popular revista Semanario le fue a hacer una nota. “Era el pibe ciego que la rompía al fútbol”, recuerda. Tenía 20 cuando fue citado a la Selección de no videntes para disputar los Panamericanos. Un sueño cumplido. “Sí, porque yo no veía pero quería jugar para mi país”, aclara.
Lo que vino después, durante tres décadas, superó todo lo imaginado. Silvio ganó dos Mundiales, se colgó tres medallas paralímpicas y logró dos Copas América, entre otros hitos que incluye haber sido, durante cinco años, considerado el mejor jugador del mundo. Sus compañeros y entrenadores solían decir que era capaz de ganar los partidos solito, como Diego en el 86. Por eso le pusieron el Maradona de los no videntes. Y luego cambiaron a Messi, cuando la Pulga empezó a brillar en el Barcelona.
Por eso, además de ganar, dejó su legado. “Con Los Murciélagos rompimos muchas barreras. Al principio, nos miraban y pensaban ‘pobrecito el cieguito, hace fútbol para no quedarse en casa’. Y con el paso del tiempo entendieron que esto es un deporte en serio. Cuando arrancamos no nos conocía nadie. Nos cansamos de golpear puertas que no se abrían. Pero a fuerza de buenos resultados se fueron abriendo y hoy somos un seleccionado respetado. Y yo siento una satisfacción enorme por haber aportado mi granito de arena para que se empiece a mirarnos como deportistas y no como a personas que estamos haciendo terapia”, reflexiona.
Una de las puertas que se abrió fue la de Europaris, una empresa rosarina de alcance nacional fabricante de pelotas profesionales que apuesta a la calidad y vio en Silvio a un verdadero ejemplo inspirador. Ramiro Fabris, uno de los dueños de la marca, leyó el libro “Cuando hay voluntad, hay mil maneras” y quedó cautivado por la historia. Quiso conocer a Velo y ahí comenzaron las charlas para hacer un modelo profesional para ciegos que llevara su nombre. Y su número, el 5. Así se fabricó la Euro Silvio Velo que lo hace sentir orgulloso al sampedrino. “Es algo hermoso, soñado… Imaginate que yo dormía con una pelota y ahora tengo la mía. Es como cerrar un círculo… A veces llego a una cancha y están jugando con mi pelota. Es muy loco todo. Y muy lindo”, cuenta.
Silvio siempre quiere más. En 2013 estuvo en un reality de Telefé, en 2018 subió al Aconcagua con otras personalidades y desde hace tiempo da charlas sobre actitud, liderazgo, trabajo en equipo, resiliencia y perseverancia. Y de retiro ni le hablen… El año pasado, con 51 años, jugó para el Instituto Rosell que lo vio crecer y fue campeón, metiendo el gol de la definición por penales ante Huracán de Parque Patricios. También estuvo jugando la Copa Europea con San Remo. “Me las rebusqué bien, la edad te pasa factura pero tengo la experiencia, el oficio…Pude competir”, cuenta mientras programa lo que viene. “Nunca dije que voy a dejar, nunca me voy a sentir un ex jugador. Pero estoy haciendo la transición a otro rol, más de conductor. Y buscando otros horizontes también, completa.
Hace poco, por caso, arrancó con el tenis para ciegos, tomando clases todos los días y viendo adónde puede llegar. Me gustaría ser un jugador internacional”, dice sin andar con chiquitas. También está por presentar su segundo libro y comenzará a grabar un documental sobre su vida. Para Silvio no hay imposibles. “Nunca renegué de lo que no tuve sino que me dediqué a potenciar lo que Dios me dio. Siempre, cada día y en cada etapa de la vida, hay que dar el 100%. Y en eso estoy, otra vez, con la misma pasión de siempre”, cierra. Un ejemplo de pasión. Siempre con la pelota bajo la suela. Ahora con la propia.