Por Pablo Guiliano/Télam
En Brasil de fin de marzo de 2021 no hay playas ni bares ni comercios, no hay vehículos para vender en las concesionarias por la falta de producción y no hay camas para morir de Covid-19.
El Covid-19 se ha transformado en la causa de decesos masiva, más de 303.000 personas en 12 meses, superando incluso los casi 290.000 muertos por HIV en cuatro décadas. Desde el inicio del año, más de 500% aumentó la muerte de mayores de 30 años por el coronavirus, según el informe del viernes por la noche lanzado por el laboratorio federal Fiocruz.
Ya no hay grupos de riesgo. Aunque los mayores de 70 están siendo vacunados y se redujo la mortalidad de los ancianos desde que el 17 de enero empezó la inmunización con la vacuna china CoronaVac y una porción de Astrazeneca, van 12 millones de vacunados de 210 millones de habitantes. Otro dato aterrador de la tragedia secular brasileña es que la mayor parte de vacunados son blancos, teniendo en cuenta la mayor longevidad de quienes no son los herederos de los 350 años de esclavitud.
El porcentaje de muertes entre jóvenes de 18 y 45 años por Covid-19 se triplicó de febrero hasta la fecha: en 2020 eran el 13,1% de las víctimas; ahora son el 38.5%, informó este sábado la Asociación de Medicina Intensiva Brasileña (AMIB).
“Brasil es un riesgo, es un vivero a cielo abierto de variantes y mutaciones por la falta de un confinamiento”, dijo recientemente a Télam el neurocientífico Miguel Nicolellis, ex coordinador del grupo antiCovid de los estados del noreste.
La devastadora acción de las aglomeraciones, circulación de personas, turismo y fiestas en general mezcladas con la cepa de Manaos, como se conoce a la poderosa variante P1 surgida en noviembre en el estado de Amazonas, llevó al presidente Jair Bolsonaro y hasta a sus seguidores a usar barbijo e impulsar vacunas, además de cambiar al general Eduardo Pazuello el miércoles pasado por el cardiólogo Marcelo Queiroga al frente del Ministerio de Salud.
No sólo la cepa P1 condicionó a Bolsonaro, también la situación política que cambió fuertemente cuando en medio del colapso se anularon las sentencias contra el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva por parcialidad del ex juez bolsonarista Sérgio Moro en la Operación Lava Jato.
Incluso el oficialismo que controla el Congreso advirtió a Bolsonaro con un discurso del presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, bolsonarista de ocasión, señaló que el Legislativo tiene listo “remedio amargo” contra la incompetencia gubernamental.
El remedio es el juicio político, que en Brasil despachó en tres décadas a dos presidentes, Fernando Collor de Mello y Dilma Rousseff.
Hasta los bolsonaristas aceptaron ahora el barbijo, tal el nivel de paria mundial que se autopercibe parte de la clase política.
“Mi marido nunca creyó en el barbijo hasta que vio a mucha gente ser internada por la peste”, le dijo a Télam Suely Gomes, esposa de un chofer de Uber. Ella es cajera del supermercado Pao de Açucar.
Ambos votaron al presidente Bolsonaro en 2018, viven en Jardim Angela, un barrio de favelas en la periferia de San Pablo. Desde febrero que volvieron a tener miedo, tanto del virus como del desempleo. Ella aún es trabajadora esencial. Apenas están permitidos comercios como supermercados y estaciones de servicio.
En el barrio de ellos, así como en los de clase alta, el bolsonarismo logró imponer el prejuicio terraplanista en el día a día de las relaciones humanas. Usar barbijo es de “bixa”, se escuchaba en algunas reuniones familiares y en los ya cada vez más infames grupos de whatsapp. Bixa es «puto» en el argot paulista.
El marcado avance de la poderosa cepa P1, surgida en Manaos, estado de Amazonas, y el colapso hospitalario está impidiendo a los enfermos graves morir en una cama de terapia intensiva. Son más de 2.100 muertos promedio por día.
Hay fila para morir en lugares tan icónicos para los argentinos como Copacabana en Río de Janeiro, Florianópolis, Bahía o incluso en la fronteriza Foz do Iguaçú.
Son al menos 6.500 pacientes que esperan la fila de camas, 1.500 apenas en San Pablo, el estado que batió el récord de tener más infectados.
El martes a la noche, Bolsonaro trató de mostrar empatía con «todos los que perdieron un familiar» en un discurso a la nación que tuvo por eco estruendosos cacerolazos en las principales ciudades del país. Su reelección en 2022 depende para muchos analistas del éxito de la vacunación, sobre todo porque a partir de mayo Fiocruz espera fabricar 20 millones de dosis por mes de AstraZeneca.
La pandemia también se está llevando al ala trumpista del gobierno. Los senadores han pedido en su mayoría la renuncia del canciller Ernesto Araújo por haber dado prioridad, incluso en la actualidad, a lazos diplomáticos ajenos a la escuela del Palacio de Itamaraty y controversiales hacia por ejemplo China, el principal socio de Brasil desde 2009 y proveedor del insumo de las vacunas.
El colapso del sistema hospitalario se refleja también en los tres estados del sur fronterizos con las provincias de Misiones y Corrientes, Río Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná. Los relatos de familias desesperadas buscando una cama de UTI con respirador se multiplican al punto que un juez de Chapecó, a 200 kilómetros de Bernardo de Irigoyen, Misiones, pidió aceptar médicos extranjeros sin rendir examen de equivalencias.
La cuarentena rígida en Brasil no tiene al gobierno central como ordenador sino todo lo contrario. El mensaje ha hecho trizas la confianza económica en este marzo con récord de muertos e internados en todo el país cuando al menos 7 automotrices multinacionales acordaron con los sindicatos cerrar por 12 días la producción para evitar el movimiento de los trabajadores. Comprar hoy un cero kilómetro básico en Brasil puede demorar cuatro meses.
La industria funeraria reforzó en las principales ciudades sus servicios de entierros y cámaras frigoríficas con servicios las 24 horas. En San Pablo, los cementerios municipales recibieron torres de energía para poder tener luz para los entierros de noche y de madrugada.