Debiera ocurrir que un país que tuvo terribles cimbronazos socio-políticos y pendió de un abismo de insondable profundidad como fue la negra noche de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica, se haya hecho de un anticuerpo suficiente para tolerar las amenazas en ciernes que otra vez pendulan sobre él. Pero para eso la sociedad de ese país tendría que contar con una homogeneidad en cuanto a su sensibilidad y memoria capaz de resistir activamente la embestida de las fuerzas reaccionarias que insisten en segmentarla en la perfecta composición que entienden como la adecuada para sus intereses.
En Argentina, esto sería una clase altamente privilegiada ligada al poder económico concentrado, una clase media cada vez más apretada y empobrecida –un escarmiento por osar querer parecerse a la que está un par de peldaños arriba– y un sector excluido encargado de los trabajos más sucios y que si tiene que morir –o muere por gatillos fáciles o pandemias– lo haga sin aspavientos, que no son asuntos para andar atendiendo. Esas fuerzas están detrás del PRO –como lo estuvieron desde 2005, cuando vio la luz tras la figura del fraudulento empresario Mauricio Macri–, pero hoy también especulan con los siniestros lances del engendro político llamado Javier Milei –toda vez que aceptan el juego democrático por imposibilidad de otras prácticas silenciadoras–, ante la remontada en las recientes PASO del ahora candidato, para ver de qué parte de su menemismo implícito pueden servirse y cómo disciplinarlo si fuera elegido presidente. Todo sería más fácil con Cambiemos otra vez en el timón, puesto que sus integrantes son aceitados engranajes para que la maquinaria del poder hegemónico optimice la transferencia de recursos a la que es tan afecta.
Tibieza e inoperancia como caldo de cultivo
Al mismo tiempo esas fuerzas se mantienen firmes en su arrinconada al gobierno actual, el del Frente de Todos ahora convertido en Unión por la Patria para disputar las elecciones. Cierto es que durante la pandemia, cuando todo era un poco más confuso, el gobierno del Frente de Todos tuvo la determinación de proveer de vacunas sin importársele que se lo señalara como amigo de Rusia y pese a que el poder dominante insistía en que no era necesario gastar recursos para salvar vidas. Fue allí, en ese periodo, donde Alberto Fernández tuvo su imagen más alta y podría haber consolidado algún rumbo más propicio tomando las riendas sobre el escándalo Vicentin, sobre las vías navegables del Paraná y haber decidido la no firma de ningún acuerdo con el FMI hasta que se investigara el origen espurio de la deuda y el destino de los billetes.
Pero en la tibieza e inoperancia que siguió –y que en estos días aciagos mutó en invisibilidad total–, el poder concentrado midió el grado de obediencia del propio presidente y de la mayor parte de los miembros de su gestión a sus designios y volvió a plantarse valiéndose de los artilugios de la oposición legislativa, de su artillería mediática y sus golpes de mercado hasta dejarlo sin capacidad de reacción y llegar poco después al atentado fallido a la vicepresidenta Cristina Kirchner. Los poderes fácticos no se andan con chiquitas y el FMI ajusta el lazo toda vez que pudo calzárselo otra vez a la Argentina, que ahora cuenta con recursos como Litio y producción de gas y petróleo no convencional (Vaca Muerta) que hacen babear a su patrón, Estados Unidos.
Y como si ese escenario ya no fuera demasiado trágico para un pueblo severamente castigado económicamente y hasta adormecido –sin movilización popular, con militancia detenida, centrales obreras ausentes– surgió ahora una amenaza palpable en la figura del inefable Milei, que capitaneó las Paso con un inesperado 30 % y jura que ajustará hasta la asfixia, no dejará derecho en pie y si se lo piden, luego que termine con ministerios, empleados y empresas estatales, sería capaz de privatizar hasta sus perros. Los medios todos hablan de sus proyectos, de sus posibles ministros y de su reciente noviazgo. El ladino Macri sostiene un diálogo en las sombras y debe lamentar no tenerlo en su redil, aunque sabe que en el desquiciado economista –o al menos en quien actúa de esa forma– tiene un bastón donde apoyarse para negociar con el mundo occidental y cristiano. Mientras, un corrillo subterráneo y no tanto se debate para saber exactamente quién votó a Milei por fuera de los muy jóvenes furiosos y desencantados y hasta ahora la data surgida trae más pesadez a medida de que se comprueba que las edades de los votantes violetas alcanzan hasta las de los adultos mayores, y que ya no son solo resentidos y fascistas, sino otros dispuestos a que todo explote y se derrumbe con tal de no estar sometidos al descalabro actual.
Un anticuerpo contra el fracaso de la democracia capitalista
El autoerigido ministro de Economía –porque seguramente rosqueó con todos los sectores del otrora Frente de Todos para llegar allí como trampolín a la candidatura presidencial–, Sergio Massa, continúa en el timón ostentando su coraje para no abandonar el barco y capear la tormenta y por estos días lanzará medidas para recomponer ánimos y bolsillos de una sociedad demasiado golpeada por la inacción oficial y la fulminante devaluación reciente que permite a los formadores de precios vivir con el remarcador en la boca. Lo que resta ver es qué tipo de medidas podrán capear la desesperanza instalada y si serán efectivas para volver a convencer de votar a un oficialismo ahogado en su propia inercia.
¿Y qué hay de los sectores más potables de Unión por la Patria? Todo indica que Cristina Kirchner y sus cuadros más probados –incluidos algunos, solo algunos, dirigentes sociales– apuestan a hacerse fuertes en el bastión de la provincia de Buenos Aires y ya ni siquiera hay gestos de la vicepresidenta para calmar a un electorado propio y desesperado por los recientes resultados electorales. Pero por otra parte, ¿qué más le pedirían a alguien a la que el acoso y persecución de los poderes fácticos se convirtió en una bala directa a su cabeza? Sería casi un abuso de quienes todavía la consideran una gran estadista y aquella que llevó más lejos su confrontación con el establishment y cantó algunos de las tácticas que utilizaría, como las de “los cuatro vivos que se llevan todo”. Y además, ¿sería capaz un gobierno de Unión por la Patria de frenar el actual acuerdo con el FMI hasta tanto se vean las condiciones que permitan pagar el préstamo –que debiera incluir una investigación legislativa sobre su destino– y crecer como país?
El panorama entonces se muestra demasiado oscuro y el tiempo que todo lo cura no sería tanto ahora para resolver la problemática acuciante de entender lo que se tiene adelante si el economista dolarizador sigue sumando intención de voto; y aunque más previsible, pero de igual modo terrible, si las chances están del lado de Cambiemos con Patricia Bullrich a la cabeza. Solo tal vez esa sensibilidad y memoria aludidos más arriba sean los escudos más efectivos para resistir tamaña embestida, conformando un anticuerpo a partir de, al menos, una inmediata movilización masiva que sirva para avispar –de todos los sectores y no solo de los que están saliendo a fundamentar su existencia– y para que en la actual Argentina no sea inmediato e irreversible el fracaso de la democracia capitalista.