Federico tiene treinta años y dice que de él hay tres versiones: un cocinero, un artista y un rebelde. Su rutina consiste en trabajar algunas horas al día haciendo empanadas y luego salir a la calle a movilizarse, a tratar de cambiar “la no tan linda realidad de los barrios”. Militante de la Federación de Organizaciones de Base (FOB), hace apenas semanas, descubrió que puede hacer algo más de sus días e ideas: ponerse una peluca y transformarse en Tero, “el payaso que está del lado de los piqueteros”.
Para poder aprovechar uno de los primeros soles primaverales del año, Federico preparó la entrevista en la puerta del quisco que está al lado de su casa. Unos cajones de cerveza oficiaron de bancos, y el piso, de mesa para la Coca-Cola fría. En el barrio Villa Urquiza, zona oeste de la ciudad, todavía hay zanjas en las veredas y se duerme la siesta. No pasan muchos autos. Sí, por el contrario, gente en bicicleta que levanta el brazo y asiente con la cabeza, como saludando, diciendo: “hola, buenas tardes, ¿qué tal?”. Federico respondía, también, con los brazos en alto y un gesto: “bien, bien, ¿y vos?” Según contó, él es un personaje natural. Por eso, hace algunos domingos se puso una nariz roja y una peluca por primera vez, para oficiar de payaso. “¡Lo disfruté tanto! No sé si más que los chicos. Por un rato dejé de ser Federico y fui Tero”.
El 4 de septiembre, la FOB celebró el “Día del Niño piquetero” en la zona oeste de la ciudad. Habían organizado el tema de la comida, la chocolatada y un grupo para animar a los chicos, pero, explicó Federico, “faltaba meterle algo de juegos, algo distinto”. Y entonces, haciendo empanadas, se le ocurrió: con alguna pelotita rota que parezca nariz, con una peluca y alguna pilcha (que terminó siendo una vieja remera de Rosario Central), logró transformarse en Tero, el tercer Federico que dice que habita en él.
—Entonces, ¿podrías contar cómo empezaste, cómo se te ocurrió disfrazarte?
—Fue algo re armado en el día. Yo estaba haciendo empanadas y se me ocurrió. Mandé mensajes para ver qué me conseguían, pero nada. Así que bueno, tenía una camiseta vieja, medio desteñida, de Central, yo soy muy fanático de Central; una peluca tricolor, e improvisamos la nariz con un plástico que había allá en el barrio. Todo hecho con el corazón, con buena onda. Yo veo en el barrio que los chicos están faltos de estas cosas. En otros lugares, un tío, un abuelo, cada tanto los llevan al circo o al parque. La gente se piensa que los chicos son carenciados sólo por el tema de la comida o de la plata, pero no es solamente eso, es todo en general, lamentablemente la gente sufre todo.
—¿Y de dónde sacaste ese valor para disfrazarte y animar una tarde?
— Soy personaje así, natural. Me creo con mucha personalidad, y si hago algo que disfruto y le está haciendo bien a alguien, sigo para adelante.
—Bueno, y una vez disfrazado, ¿qué hiciste con los chicos?
—Me disfracé en lo de uno de los vecinos, y fue todo improvisación. Uno juega. Y mientras iba por el camino decía, ¿me animo o no me animo? Llegué y vi a los chicos desparramados, tomé coraje para decir que los iba a unir, a entretener, que iban a estar todos juntos compartiendo, así que el coraje salió por ese lado.
—¿Qué significa para vos un payaso?
—El payaso es alegría, inocencia, desprenderse de los problemas de cada día, es un recreo. Ese día fue un recreo hecho para los chicos y también para mí, no sé, no tenía que pensar nada serio. ¡Lo disfruté tanto! No sé si más que los chicos. Por un rato dejé de ser Federico y fui Tero.
—¿Por qué te parece necesario un payaso “del lado de los piqueteros”?
—El nombre nació casualmente, por buscar una rima. Pero en sí, yo creo que por llamarlos piqueteros, la gente enseguida los relaciona con vagancia, no con cosas buenas. No se conoce bien la realidad de los barrios, que hacer un cumpleaños te sale un dinero, hay que contratar a alguien o pagar un pelotero.
—Se trata, entonces, de que la alegría sea para todos.
—Sí, claro. Esos chicos tienen a sus familiares que salen a cirujear, a hacer changas. Hay chicos adolescentes que el sábado anterior o el mismo domingo del festejo estaban haciendo changas. Y así, muchas cosas les van faltando. La contención, el juego. Hay una realidad que sólo pueden ver con la tele, que no pueden disfrutar un domingo. Sobre todo porque son familias con varios chicos, que tienen que pagar traslados, entradas, una gaseosa, pororó, eso los limita mucho más. Y, ojo, ¡eso no significa que no lo hagan! Hay muchos padres que a pesar de todo hacen el sacrificio y si viene Piñón Fijo o un circo llevan a sus hijos. Bueno, viendo todo eso, nació lo del payaso.
—Dijiste que hay un montón de Federicos: uno cocinero, uno rebelde y uno artista. ¿Cómo es el Federico rebelde?
—¡Ah, el rebelde! Bueno, no sé si es rebelde, pero no se queda callado. Golpea las puertas que hay que golpear. Entré en la FOB porque no tenía trabajo. Y aunque ahora sí trabajo bien, sé que la gente está bastante olvidada. Entonces, lo que hace el Federico rebelde es cumplir con su trabajo, y aunque mis compañeros y patrones ven que me tengo que quedar con esa posición cómoda, salgo de trabajar y milito. El domingo del niño salí a las dos de trabajar, me fui de payaso y a las seis de la tarde trabajaba de vuelta. Para cambiar la situación de la gente que la pasa mal no hay que hablar mucho sino hacer.
—Teniendo en cuenta esta vida que llevas vos, y la perspectiva del “militante”, ¿por qué pensás que son importante los chicos en la movilización popular?
—Yo siempre tuve una imagen negativa de los piquetes, de los que cortan la calle y salen a hacer una protesta. Cuando me pasó que por falta de trabajo estuve mal, me di cuenta que estaba prejuzgando muy mal. Tal vez nosotros no lleguemos a disfrutar ese momento en que no nos griten “vagos, vayan a trabajar”, pero sí los chicos son los que van a ver el cambio que logre la gente en la lucha por la igualdad. Va a llevar muchos años de lucha, pero apuntamos a que todo sea más equitativo.
—En estas movidas de piquetes, cortes de ruta, ir de acá para allá, hay un montón de niños que están ahí en vez de estar jugando, ¿qué aportan ellos?
—No sé si aportan algo en sí. Nosotros arrancamos el piquete después de que los chicos entren a la escuela y también se les da permiso a los padres o tíos para que vayan a buscar a los chicos al mediodía. No buscamos que dejen la escuela o falten, tratamos de evitarlo, aunque a veces muchas familias los llevan.
—Entonces, cuando festejaron el día del niño piquetero, ¿quiénes eran, justamente, esos niños piqueteros?
—Chicos olvidados políticamente y por la sociedad, son los que están sufriendo la mala realidad de los padres. Hay gente que por escuchar día del niño piquetero debe pensar que nosotros les enseñamos a quemar gomas o ir con palos. Y lo sé, y yo lo pensaba. Hace dos años y medio que participo en la FOB y antes lo pensaba, desde adentro veo que no es así. Que los chicos aprenden a respetar, a no contestar si le gritan vago, o a contar que reclaman por trabajo.
—Por último: ¿va a volver a aparecer el payaso piquetero?
—Sí. Sí, porque a los chicos les gustó. Y al payaso también.