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Siria: la otra batalla

A más de dos años y medio de la rebelión contra el régimen de Bashar al Assad, la crisis poco tiene que ver con sus orígenes.

A más de dos años y medio de la rebelión contra el régimen de Bashar al Assad, la crisis en Siria poco tiene que ver con sus orígenes. Las manifestaciones civiles que habían sido impulsadas por otras convulsiones similares en el norte de África se transformaron en una pugna (ya ancestral) entre las dos facciones más fuertes del Islam, los chiítas y los sunnitas.

Los pedidos por la instauración de la democracia en el país se diluyen a la par que aumentan las víctimas: al menos 100.000 personas murieron y otros seis millones han iniciado un éxodo a países vecinos u otros poblados cercanos. Y la guerra está lejos de culminar.

Hacia marzo de 2011 comenzaron unas tímidas revueltas civiles en ciudades del interior como Homs, inspiradas en los levantamientos que derrocaron a líderes eternos como Muamar al Gadafi en Libia y Hosni Mubarak en Egipto. No obstante, el poder represivo de Assad logró eclipsar los movimientos prodemocráticos y reducirlos a un puñado de atrevidos. La violencia ejercida contra la propia población derivó en la fuga de varios militares del Ejército al bando rebelde, en lo que sirvió de primer paso para armar a la disidencia. A esta lucha interna encarnizada, se sumaron aliados en la región y pronto se conformaron dos bandos marcados por las diferencias sociopolíticas y religiosas: los chiítas por un lado, liderados por Irán, y los sunnitas, asociados a los más radicales.

Estos bandos son consecuencia del cisma de 683, cuando los líderes del clan omeya, que gobernaba Siria, le ganaron la pulseada a Alí, yerno del Mahoma, por la sucesión del profeta. Los sunnitas –ganadores de la contienda– son los más numerosos del Islam, con cerca del 85 por ciento de los 1.300 millones de fieles, mientras que los chiítas son una minoría y se concentran en Irán e Irak.

“Los rebeldes acusaron recientemente a Irán de entrenar a milicianos chiítas, procedentes sobre todo de Líbano e Irak, en Teherán, para luego enviarlos a Siria. A este último país la Guardia Revolucionara iraní ha enviado a miembros de la Fuerza Quds, cuyo cometido es propagar la causa de la revolución islámica en el extranjero. A varios de ellos se les ve, vestidos con atuendo militar y hablando farsi, dando instrucciones en vídeos supuestamente grabados en Siria y difundidos en internet por redes de opositores, que tratan de demostrar que el régimen sirio lucha no sólo por su supervivencia, sino también por los intereses de Irán”, explicó el periodista David Alandete al diario español El País.

En el transcurso de esta guerra civil ha habido momentos bajos para el régimen de Assad, pero fue tras el apoyo de sus aliados en la región que logró salir a flote. Uno de sus socios es el movimiento libanés Hezbolá, que a la vez recibe apoyo y armamento de Irán. “En un principio, envió a Siria combatientes de forma discreta, para pasar a enterrar luego en público a los que despide como sus mártires. Tiene ya a entre 2.000 y 4.000 milicianos luchando allí, con centenares fallecidos en combate (…) Son, según estima la inteligencia occidental, 60.000 los combatientes extranjeros que luchan junto con Assad por devolverle el control de Siria”, sostiene Alandete. Mientras tanto, el régimen de Assad sostiene que los rebeldes “originales” han sido barridos y que en su lugar, 30.000 milicianos vinculados con redes islamistas como Al Qaeda buscan apoderarse de la revolución, apoyados por los emiratos del golfo.

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