El jueves próximo llegará a las salas locales Snowden, último título de Oliver Stone que ficcionaliza la historia real del ex agente de inteligencia norteamericano Edward Snowden, quien reveló secretos del Estado norteamericano que le costaron ser declarado traidor a la patria en su propio país, al tiempo que huía precipitadamente y entraba clandestinamente en Rusia.
Si bien hubo algunos casos similares previos de gente vinculada a la CIA o al FBI que por distintas cuestiones decidió abandonar la “seguridad” de esos espacios oficiales y de paso –por razones siempre difíciles de revelar– ventilar planes y acciones conspirativas que afectaban vidas y seguridad de otros países, no hay dudas de que Snowden provocó la mayor fisura de la que se tenga memoria, ya que sus revelaciones atañen a propósitos actuales de injerencia estadounidense que van desde el espionaje a distintos gobiernos hasta el reclutamiento de posibles nuevos informantes.
Desde ya que semejante personaje resultaba sumamente atractivo para el realizador de Pelotón, Wall Street y Nixon, entre otros títulos que abordaban cuestiones de guerra política y sistema financiero, que no dudó en ponerse rápidamente en contacto con Anatoly Kucherena, el abogado de Snowden en Rusia y quien logró que el ex agente tuviera estatus de refugiado al poco tiempo de ingresar al país.
Lo que se debatió y aún se debate sobre todo en su país es si Snowden fue realmente un héroe o un traidor; para las esferas gubernamentales, sin duda el ex agente cotiza en la lista de aquellos que renegaron de la confianza depositada en ellos, aunque esto sea ampliamente cuestionable ya que por cierto nunca es posible saber cuánto de verdadera confianza se deposita en los miembros de los aparatos de inteligencia; para una parte de la población estadounidense, y de otros países, Snowden reviste en la categoría de héroe, puesto que lo que se valora es el haber puesto en jaque el antes “inviolable” sistema de seguridad, de lo que se infiere que las filtraciones son siempre posibles toda vez que alguien se anime a llevarlas a cabo.
Una vez en contacto con Kucherena, Stone se hizo rápidamente de La hora del pulpo, el libro escrito por el abogado sobre el asunto Snowden donde discurre ampliamente sobre los servicios secretos de Estados Unidos y Rusia. A partir de allí, Stone escribió el guion junto a Kieran Fitzgerald y eligió al actor Joseph Gordon-Levitt, de asombroso parecido con el espía, para interpretarlo. Al parecer, para Snowden, la película, rigió el mismo criterio en el que Stone parece sentirse cómodo a la hora de plantear problemáticas sensibles a los gobiernos de su país: mantenerse lo más “objetivo” posible en el tratamiento de los temas; que sea la misma temática la que imponga los diferentes puntos de vista que el espectador luego hará suyos o no. Pasó con JFK, con Nacido el 4 de julio, con Entre el cielo y la tierra, con la más libre y jugada Asesinos por naturaleza. Tal vez por eso el realizador, como artista crítico, nunca estuvo demasiado lejos de lo que la democracia norteamericana permite en su declamación de respeto a la Primera Enmienda constitucional. Todo es posible desde allí siempre que no empañe demasiado las gestiones oficiales. De todos modos, se valoran los documentales de Stone sobre Fidel Castro y Hugo Chávez, que dieron la posibilidad de conocer de otro modo a líderes de esa talla, como así también su advertencia ante las últimas elecciones de que el triunfo de Hillary Clinton no sería diferente al de Trump. “Sólo es una cuestión de matices”, había dicho. Snowden será otra posibilidad de juzgar el calibre de esas expresiones.