No merecía perder. Aunque la afirmación sea tan relativa como la evaluación de los merecimientos, está claro que el que propuso de todas las formas posibles de avance fue Central. Generó 20 córners, hizo de su arquero Caranta un espectador, y de Campestrini una de las figuras del partido. Apareció el conductor, Becker. Y con algunos minutos del uruguayo Abreu le alcanzó para empatarlo. Es poco un punto de local, pero sirve por el sufrimiento vivido, y la experiencia de un equipo que le queda cómodo dejarle la pelota al rival. Central no solo le empató al equipo de Gustavo Alfaro, también se empató a sí mismo, porque fue el único que jugó.
El comienzo fue parecido a lo de siempre, una distracción, un gol. Iban casi siete minutos cuando Jhony Gómez clavó el gol de Arsenal. ¿Inesperado? No tanto, ha sido una mala costumbre de Central empezar los partidos dormido.
Desde ese momento se jugó el partido que quería Arsenal, quien se juntó cerquita de Campestrini y aguantó firme los ensayos de Central en ataque. Que ésta vez, al menos, tuvo en el pibe Becker un conductor. Alguien en quien confiar, que pidió la pelota y fue con decisión, aunque le faltase justeza a su definición.
En el primer tiempo forzó 14 córners, de los cuales cabeceó nada más que uno y desviado. La sensación es que los defensores de la visita estaban prevenidos, y no dudaban en tirarla afuera, total controlaban con comodidad cada centro que llovió, enviados sin ton ni son.
El complemento fue un monólogo, un plano inclinado. Con Arsenal, incansable, sosteniendo un triunfo milagroso. Pero llegó un centro más, un remate fuerte de Donatti, ubicado casi de siete, rebote en el uno (pintaba para figura, si ganaba Arsenal) y gol de Abreu. Insulto de Russo para el momento, y un mesurado festejo. Es que no merecía perder.