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Sobre esa propuesta de “hay que hacer lo que se siente”

Por Raúl Koffman.- Si alguien “hace lo que siente” literalmente, de manera sistemática, vivirá seguramente con problemas de salud mental.

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M. es de las personas que cree que hay que hacer lo que se siente. Madre de su madre, desde niña aprendió que la autosuficiencia era su salvavidas. Hoy M. tiene más de 30 años, económicamente independiente, se relaciona más y mejor con hombres de menor edad que ella. Un determinado día, uno de ellos llamado C. (diez años menor que ella) cortó una corta relación que hasta el momento mantenían. M. se quiebra y desarrolla angustia y llanto. Aquí entran en juego su amiga A., con su novio B., amigo de C. Dado que coincide que B. viaja cuando C. corta con M., A. la acompaña en el proceso doloroso del duelo con su angustia, bronca y sinsentido. Días después B. vuelve de su viaje y semanas después, C. con su nueva relación, visita la casa de A. y B. que conviven. M. se entera por el relato de A. En este momento M. estalla de indignación contra ella y la acusa de traidora. A., sin entender mucho, llama insistentemente por teléfono a M. pero M. no contesta. Días después, B. llama por teléfono a M. y hablan sin problemas y tranquilamente porque con él “está todo bien”. A. no tiene la misma suerte. Finalmente A. le envía un mensaje a M. disculpándose, y la relación mejora. Hasta aquí la secuencia de los hechos sucedidos. Deconstruyendo las experiencias vividas, pueden sacarse algunas conclusiones provisorias.

Lo que se siente

Para los defensores de que “hay que hacer lo que se siente”, M. es una heroína. Se sintió traicionada y actuó en consecuencia. “No se quedó con nada adentro” e hizo lo que tenía que hacer. Sintiéndose traicionada por A., se lo dice y no contesta sus llamados y mensajes (y sí el de B.).

Aquí habría que tener en cuenta que no existe la sensación o sentimiento de traición. Podrá ser decepción (lo más probable), desilusión, y posteriormente desesperanza o angustia; pero nunca “sensación o sentimiento de traición o de ser traicionada”.

Lo que se significa

Las situaciones se van viviendo y a medida que se van viviendo se van significando, interpretando. Estos dos procesos diferentes se dan casi en simultaneidad, pero finalmente lo que suele quedar es que lo interpretado “es” lo vivido. Pero nada dice que deban necesariamente coincidir. El problema está en que, para quien lo vive, quedan “pegadas”, unidas y por tanto no hay razones para separarlas porque remiten al mismo hecho. Si no se las puede separar, no hay cuestionamiento y no hay cambio posible. La persona queda en una posición que no cree necesario revisar ni cuestionar. Si alguien sube una foto determinada a una red social, ¿por qué alguien no sentiría y pensaría que es un mensaje personal cuando quien lo hizo ni lo tuvo en cuenta? ¿Hay alguna diferencia con lo que le ocurrió a M.?

Volviendo a la historia: M. significó la actitud de A. como traición. M. unió la sensación de decepción con la idea de traición, y así quedó para ella establecida como verdad. A. “la traicionó”, por lo que la traición en cuestión es finalmente una adjudicación de sentido, una interpretación de la conducta de A. Es que A. la había acompañado en su proceso angustioso y M. esperaba otra cosa de ella (¿más solidaridad?, ¿sintió decepción por la expectativa de que A. iba a ponerse absolutamente de su lado en todo?). M. sostuvo su posición e interpretación por semanas. M. se quedó “con lo que sintió”, y no se pudo detener. Cegada por la sensación de decepción, parcialmente ciega del proceso de adjudicación de significado y valoración, quedó por tanto habilitada para no dudar ni para criticar su conducta posterior. M. nunca dudó de que lo que sintió correspondió a una traición “real” (no la sensación de que sus expectativas no fueron cumplidas, expectativas no muy realistas por cierto). En última instancia, podría haber sido la necesidad de sentir y contar con la incondicionalidad de otra mujer que M. tenía y que nunca manejó.

Semanas más tarde, resignificando lo sucedido en el trabajo psicoterapéutico, la visión de M. de sí misma cambió:

1. A. nunca la había traicionado “realmente”.

2. M. reconoció haber tenido reacciones “exageradas” para con A.

3. M. se sorprende de su interpretación, actitudes y conductas posteriores.

4. La actitud de A. de pedirle disculpas (casi un sinsentido) sólo demuestra que, ante la negativa de M., se sintió compulsada a pedir disculpas (ese fue su mensaje de texto salvador). A. sabía que no se había equivocado en recibir a C. con su nueva relación en su casa, y probablemente se disculpó para poder continuar la relación con M., o por la culpa generada por las negativas continuas de M. Finalmente A. hizo algo diferente con la sensación de traición de M. y le escribió lo que M. esperaba leer.

5. M. se pregunta por qué tanta angustia cuando C. no era más que otro “pendex”.

Es obviamente mucho más lo que se puede decir y concluir sobre este relato. Hay muchos más datos relacionados, pero no son necesarios para el tema en cuestión. Su complejidad es mayor de la que aquí puede explicarse. Entonces, ¿hay que hacer lo que se siente?

Desmitificando

Si literalmente alguien “hace lo que siente” sistemáticamente, estaría con problemas de salud mental: desregulación emocional, impulsividad, intolerancia y altos niveles de conflictividad. La queja diaria es que en la calle cada uno hace lo que tiene ganas: agresividad y prepotencia, semáforos en rojo y doble fila sin importar nada más que el propio interés, robos agresivos a los más indefensos, entre otros. Nuevamente, un verdadero paraíso para quienes proponen la consigna en discusión como principio de vida saludable.

“Lo que se siente” es sólo un dato sobre: 1. cuáles son y cómo se manejan las sensaciones y emociones, y 2. cómo se significan los hechos de la vida (significados ligados vivencialmente a esas sensaciones porque se dan juntos). La interpretación posterior “cierra”, “esto me pasa porque…”. Pero “lo que se siente” (y también su interpretación) no son necesariamente datos que “reflejen” la realidad.

Psicológicamente, funcionamos con sensaciones, emociones, sentimientos, prejuicios, juicios, interpretaciones, suposiciones, conductas automáticas y conductas planeadas cada una con su propia valoración e inmersas en un contexto específico con sus propias significaciones y valoraciones que autentifican o invalidan sentimientos, pensamientos y conductas. En el medio de esta complejidad, elevar las sensaciones a la categoría de guía para la acción que nunca se equivoca, ¿no es al menos una simplificación peligrosa?

Finalmente

Es cierto que simplificar es una capacidad (otros la llaman una virtud) muy útil para no quedar a tientas en la complejidad. Pero, una cosa es simplificar para “limpiar el campo” (para ordenar la experiencia distinguiendo categorías y procesos desarrollados); y otra muy diferente es hacer creer en psicologías simplistas como alternativas a la complejidad. Una cosa es poder simplificar lo complejo para facilitar su comprensión y otra muy distinta es decir simplezas.

Las simplificaciones excesivas atentan contra la capacidad crítica y alimentan la tontería. “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”, dijo Albert Einstein. Las grandes simplificaciones son grandes limosnas, de las que no cabe más que desconfiar. Cuentos, relatos más fáciles de consumir y de creer que otros; por su misma condición de simples.

Complejidad, complicación y simpleza se confunden y se hacen más fácilmente “comercializables”. Prueba de ello es que lo mismo sucede con quienes complejizan innecesariamente, haciéndolo complicado. Es que cuando algo se presenta “complicado”, parece más importante y de gente más seria y estudiosa. Pero el cuento es el mismo. “En un mismo lodo, todos manoseaos”, las diferencias se borran y la tontería resulta victoriosa.

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