Aunque siempre a menor escala que el norte del continente, no tanto en cuestiones de calidad sino en cuestiones de producción y cantidad, inversión y quehacer, funcionalidad y posibilidades de expansión y difusión a escala mundial, Argentina alguna vez supo tener una industria de cine que a veces se codeaba con cierta visibilidad dentro de algo parecido al mundo que la ficción audiovisual viene gestando desde hace más de cien años en todo el planeta. Un mundo dentro de otro mundo que a su vez incluye otros pero donde todos hacen espejo y se reinventan, se retocan. Por eso muchos actores que se iniciaron en el cine continuaron su carrera dentro de ese medio sin pisar la picadora audiovisual que se llama televisión. Más que dinero (que lo había) lo que había era público ávido, público para una cosa, público para otra, público que se cruzaba. Graciela Borges es uno de esos ejemplos que aún vive entre la cotidianidad de los mortales argentinos y una imagen cinematográfica que hasta se atrevió al viro (con La ciénaga, por ejemplo). Pero todo aquello, de golpe en algunos países, poco a poco en otros, se terminó para siempre y son muy pocos (pero muy pocos) los actores que en Estados Undios por ejemplo no se rinden, al menos, a una participación millonaria en alguna serie o algún programa de entrevistas. O cuando necesitan promoción (como hacen todos en todos lados), o cuando algo se les va de las manos y necesitan limpiarse que se dice. La mayoría entonces, con muchas ganas de hacerse millonarios rápidamente, porque exponerse es una virtud eterna del oficio, o simplemente porque, como a todos, la plata no les alcanza, aceptan protagonizar o coprotagonizar series, comedias, dramas semanales y hasta magazines en los que hasta conducen y actúan a medias. La televisión va redefiniendo “eso” que es actuar, muy en opuesto al original y, de alguna manera, también, estos actores explotan y sobreexplotan el rol o encuadre de actuación que pudieron ir delineando en la pantalla grande. A algunos los van asesorando (para bien o para mal); a otros directamente los moldean a gusto y placer y más de uno hace lo que puede con la estela que va dejando. Algo así venía, viene y sigue haciendo desde hace unos años el actor Charlie Sheen (Carlos Irwin Estévez, 45 años), un mercenario para algunos, una imagen poco fiable para algunas productoras televisivas, y un pedazo de carne lleno de plata, drogas y hastío, para otros, al que ya ni la ficción le alcanza. Como a muchos.
Sangre de tigre
Fue Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) la película que literalmente hizo saltar a las grandes ligas la carrera de Martin Sheen (Ramón Antonio Gerardo Estévez, 71 años) y fue también, según sus propias palabras, una de las peores cosas que le pasaron en cuanto a actuación y cine. En el medio de la filmación, en una Malibú que simulaba Vietnam, Martin Sheen sufrió un paro cardíaco por el que le llegaron a dar la extremaunción. Pero no murió y terminó la filmación. Invadida de anécdotas como éstas está la historia del cine universal pero, en este caso, a Martin Sheen este disparar en una película que marcó a más de uno y que según el país y el año tenía un final distinto, le posibilitó la categoría de “actor de cine”, ya que venía del teatro off y de apenas una o dos cositas en la televisión de los 70 del siglo pasado. Ya era padre. Y de cuatro varones a los que se llevó con él a la filmación de Apocalypse Now. Pero no fue como la familia Baldwin donde todos quisieron y quieren la ficción de la cámara por ósmosis filial digamos, sino que dos de esos cuatro hermanos siguieron los caminos del padre.
A pesar de dar siempre una imagen de ser el mayor, Charlie Sheen es el menor de los cuatro y le sigue Emilio Estévez (49 años), que fue furor en los ochenta (The Breakfast Club, Repo Man entre otras) para un sector del público entre preadolescente y pos, mientras que Charlie Sheen le daba duro con Oliver Stone en Pelotón y Wall Street (en 1986 y 1987 respectivamente). Después de ahí, ambos, fueron otros. Emilio Estévez se hizo guionista y director de cine y se sacó (o le sacaron) la imagen de “chico rebelde”, mientras que su hermano empezaba el despilfarro de sí mismo.
El alcohol, solución si se deja de beber
Aburrida como debe estar esa gente de a ratos, sosteniendo a la fuerza ciertos mandamientos que se reproducen más o menos bajo los mismos parámetros en todo Occidente al menos, con mucha plata encima, Charlie Sheen empezó a pasar más tiempo en su realidad millonaria que en la que la actuación le pedía. Se empezó a mandar un pato tras otro. Un pato es un decir. Se casó, tuvo hijos, se divorció, se volvió a casar dos veces, más hijos, más divorcios, denuncias y contradenuncias de violencia familiar, un disparo accidental en el brazo a una de sus esposas, drogas, actrices porno, festicholas, internaciones en clínicas de rehabilitación, fugas, Martin Sheen pidiendo disculpas públicas por su hijo, actrices porno, más drogas. De a poco, como pasó con muchos, promediaban los 90 del siglo pasado y Charlie Sheen ya no daba ni para promesa de lo que la industria cinematográfica norteamericana espera de un actor de primera línea: parámetros, conservadurismo, actitud “pingüinos de Madagascar” (“sonrían y saluden”), correlación entre la ficción y su vida pública, ser Catherine Zeta Jones por ejemplo, o Brad Pitt. Así Charlie Sheen, siempre con la billetera más o menos llena, empezó a de alguna manera “hacer” de sí mismo, a parodiarse, a correrse para otro costado. Hizo cameos y participaciones especiales en muchas películas y series de televisión (desde ¿Quieres ser John Malkovich?, de Spike Jonze en 1999, hasta la serie Friends). Con la participación en esas parodias de géneros que a veces bordean lo brillante y otras veces lo liso y estúpido (Scary Movie 3 y 4) se llenó de plata otra vez, y supo darse para su propia actuación y para el producto un toque de humor poco frecuente en este tipo de actores. Con ese toque, leve pero toque al fin, apareció la Televisión con mayúsculas para él.
Asesino del Vaticano
Empezaba el siglo 21 cuando otro fulgor de la década del ochenta, devenido ya actor cómico en la televisión, se le hacía imposible disimular el Parkinson. La serie se llamaba Spin City y el actor era Michael J. Fox (Volver al futuro 1985). El esfuerzo del cuerpo de ese actor por sostener la ficción a pesar de todo era más que evidente por la pantalla chica y Michael J. Fox hacía lo que podía. Mientras tanto, la CBS ya especulaba con quién sería el reemplazo de la cabeza de una serie que, obviamente, debía continuar. Y como el show debe seguir, Charlie Sheen fue el reemplazo. Tal como sucedió por estos pagos alguna vez entre Georgina Barbarossa y Carmen Barbieri las críticas hacia Sheen cayeron como bolas de fuego pero, igual que Carmen, Sheen demostró que se la bancaba al aire, y que la teleaudiencia espera siempre lo peor del que está del otro lado. La serie disparó puntos muy altos de rating con Sheen y duró dos años más. Fue para 2003 entonces que la CBS le inventó una serie a su medida y apareció Two and a Half Men (Dos hombres y medio), una comedia de situación (sitcom) en la que Charlie Sheen era Charlie Harper. La serie giraba en torno a la vida de dos hermanos treintañeros largos, en los que uno era un soltero fiestero (Sheen) y el otro su exacto polo opuesto (interpretado por Jon Cryer), que a su vez tenía un hijo preadolescente gordito y simpaticón (interpretado por el nene actor Angus T. Jone). Los tres vivían juntos y básicamente todo giraba en torno a los enredos amorosos de Sheen y las imposibilidades del otro para con el sexo opuesto.
A pesar de que la serie no fue ni es de las mejores sitcoms norteamericanas y que ni las benditas risas que se escuchan siempre en estas series de fondo a veces ayudan, Two and Half Men duró siete años y los contratos de todos los principales actores terminaban recién en 2012. Pero hace unos meses algo se disparó.
El infierno, imposibilidad de la razón
Aún no está del todo claro y quizás nunca se sabrá pero surgieron dos versiones por las cuales hace más o menos dos meses la CBS y la Warner Brothers (hermanas en imagen) decidieron suspender las filmaciones de Two and Half Men y por consiguiente los cheques para todo el elenco, incluido el mismo Sheen, que era el centro de la cuestión y que ganaba un promedio de un millón de dólares por capítulo. Nadie (pero nadie) ganaba eso por capítulo en la televisión norteamericana de hace un rato. Una de las versiones dice que Charlie Sheen pidió tres en lugar de un millón por capítulo y todo se reduce a un desarreglo económico, más un rumor sobre la cadena Fox y su posible incorporación. La otra versión es más enrarecida y los medios norteamericanos se encargaron de elucubrar aún más sobre ésta. Al parecer (y no sería la primera vez que sucede) ni a la CBS ni a la Warner Brothers les pareció oportuno tener en su pantalla a alguien tan políticamente incorrecto, que se la pasaba y pasa despilfarrando los millones que gana en mujeres y drogas y, sobre todo, que eso lo diga a boca de jarro como una virtud de su oficio. Así, dicen, con la desaparición de Sheen del aire, las productoras le daban “un escarmiento” a todo lo que consideran inapropiado para su teleaudiencia media. Sheen, enardecido, habló de contratos basura y de esclavitud mediática y así, desbordado, empezó una especie de cruzada también mediática entre paródica y patética bregando por su libertad personal y artística, siempre ido y con las pupilas como dos aceitunas negras. Pero aún nada parece del todo cierto. Se la pasó y se la pasa yendo a programas de televisión donde lo entrevistan señores y señoras del estilo Mariano Grondona y no Roberto Pettinatto y se la pasa burlándoseles en la cara. Se la pasa subiendo videos a Youtube donde dice literalmente cualquier cosa pero, en chiste o no, fue uno de los pocos actores de “nombre” en tirar la posibilidad de que el 11 de setiembre de 2001 haya pasado otra cuestión en Nueva York. Hace un par de semanas se largó de gira (teatral) por distintas ciudades de Estados Unidos con un unipersonal que lleva por título Mi violento torpedo de verdad: La derrota no es una opción. Empezó en Detroit y apenas pisó el escenario lo primero que dijo fue cuán fácil le había resultado comprar crack (paco) en esa ciudad. Eso parece que está mal para arrancar un monólogo y al parecer empezaron los silbidos desde la platea. Entonces rumbeó para otro lado y al parecer quedó perdido en una nube de incoherencias varias. Igual sigue de gira juntando dólares y, al parecer, divirtiéndose a lo loco.
El planeta tierra no tiene definición ni género en estos casos y como en Argentina, la teleaudiencia se divierte, enjuicia, sobredimensiona o desvaloriza a una persona que gana millones sólo mostrando o haciendo lo que no se debe. Nada más.