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Sobre los aspirantes al poder, la inmortalidad y la libertad

Por: Carlos Solero.- El autor propone demoler coartadas y mistificaciones y asumir la propia “potente inteligencia” para un destino autónomo.

“La máxima aspiración del poder es la inmortalidad”, la frase es del filósofo Michel Foucault y sintetiza de algún modo toda una cosmovisión de las sociedades desde la antigüedad clásica, pasando por el medioevo y también la modernidad y los tiempos contemporáneos.

La obsesión por la monumentalidad es plasmada en imágenes y símbolos a los cabecillas de campañas de conquistas, arcos de triunfo, estatuas, monedas, etc. Son sólo algunas de estas expresiones. Lo que ninguno de estos elementos muestra, y en todo caso ocultan, es el sufrimiento de pueblos enteros devastados, de mujeres y hombres de carne y hueso ignorados, humillados y ofendidos.

Como afirma Camillo Berneri en su análisis de las campañas alejandrinas, cesáreas y napoleónicas, los que son presentados por sus escribas como héroes son los grandes asesinos de la historia.

La violencia simbólica, como afirma Pierre Bourdieu, toma corporeidad en las sedes gubernamentales para que los subordinados perciban la omnipotencia y la omnipresencia.

El gesto de los césares en pleno circo alzando o bajando el pulgar, la exhibición u ocultamiento de emperadores o reyes, los rituales y ceremonias religiosos o laicos, la instauración de calendarios y conmemoraciones reuniendo multitudes. En efecto, es siempre conveniente volver a la lectura de El ensayo sobre la servidumbre voluntaria, de Ettiénne De La Boettie, para procurar comprender cómo se van configurando en cada etapa histórica las pirámides del poder, los séquitos de servidores, jefes de protocolos y propagandistas.

Los impresionantes despliegues propagandísticos del nazismo alemán con justas deportivas, los desfiles propiciados por el aparato stalinista en su apogeo belicista, las apariciones de los presidentes norteamericanos junto a las tropas de exterminio antes de las partidas hacia los territorios de incursión destructora. Es posible observarlos manejando aviones de guerra, parados –sonrientes– junto a carros de combate o manipulando pistolas y metralletas. El paso del tiempo o el cambio de latitud confirman esto con poca variación del paisaje.

Qué es el poder

Ahora bien, es preciso recordar que como explica Foucault, el poder no es una sustancia, ni está depositado sólo en algún lugar sino que es una trama de mecanismos, dispositivos y relaciones sociales, materiales y discursivas la que impone la dominación y la subordinación, la obediencia y aquiescencia a la autoridad.

En las sociedades disciplinarias, la pomposidad de las ejecuciones públicas y suplicios fue dando paso a otros mecanismos de ejercicio del poder que no soliviantaran los ánimos de las multitudes, las que a veces se manifestaban insumisas frente a la desmesura de los castigadores y verdugos.

Los dispositivos disuasorios establecidos a partir del establecimiento del industrialismo hace más sutil el ejercicio del poder y los mecanismos de control están implícitos en los lugares de trabajo, de estudio y en la propia vida cotidiana plagada de cámaras que todo lo registran y formularios que enlistan anomalías, gustos y preferencias

Paradojas de la libertad

En las sociedades en que nos toca vivir, la libertad existe, a no dudarlo. Es una gigantesca estatua ubicada frente a la isla de Manhattan que fue obsequiada por el Estado francés a Estados Unidos con motivo del aniversario de la independencia de 1776, la que por supuesto mantuvo el régimen esclavista hasta mediados del siglo XIX.

La libertad existe. Es el nombre de múltiples calles y avenidas, y son portadoras de este apelativo las hijas de los militantes ácratas en diversas latitudes del mundo.

Ironías aparte, cabe interrogarse si acaso existe otra libertad que la de circulación de las mercancías ¿Existe verdadera libertad en las sociedades en que vivimos? Existen libertades como la de comercio entre propietarios, la de explotación de la fuerza de trabajo infantil o adulto, la atacar a pueblos indefensos en todo el orbe, la de traficar con niños y mujeres para la satisfacción de los deseos de perversos con dinero.

No es cierto que en las sociedades contemporáneas la libertad exista. Veamos el pánico que invade a los poderosos cuando los pueblos ganan las calles y plazas y deliberan, polemizan y deciden acabar con los privilegios de las elites dominantes.

Coartada

Las sociedades contemporáneas tienen como coartada convocar periódicamente a la población a optar para renovar a los gerentes administrativos de las sociedades. Los llaman legisladores, gobernantes, mandatarios, etc.

¿Es cierto que la libertad existe cuando todo está reglamentado, estatuido, vigilado y controlado por minorías enquistadas en los micro y macropoderes?

Paradójicas sociedades en las que las trampas del lenguaje evocan lo estampado con sarcasmo en el frontispicio del “Ministerio de la Verdad”, en la novela 1984 de George Orwell: “La guerra es la paz, El odio es el amor. La esclavitud es la libertad”.

Lo indudable es que los que ejercen el poder tienden a perpetuar las estructuras de la dominación y la opresión y los privilegios que éstas les otorgan. Entonces: a usar nuestra inteligencia potente y a demoler las mitificaciones, a tomar nuestro destino en nuestras manos.

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