Una de las características de Juan Domingo Perón, y determinante por cierto, fue la de fundar su movimiento al amparo de principios sólidos que lo llevaron, a través del tiempo, a ser protagonista, violín principal, en la orquesta de la política nacional. Claro que Perón ha muerto y a partir de allí muchos en el justicialismo leen la partitura como la interpretan o como les conviene. Aquello de “Primero la Patria, después el Movimiento y por último los hombres” no siempre se estila en estos días, y es muy probable que el militante peronista consustanciado con la naturaleza política del fundador del PJ descubra que los valores de tal principio se han invertido. Pero esto es al margen.
Uno de esos principios del que se hablaba antes, axioma angular en la construcción peronista, sostiene que “el que gana conduce, el que pierde acompaña”. Tal sustento, que entraña el concepto de unidad necesaria e imprescindible, fue respetado muchas veces, mas tantas otras fue tratado con desdén. Esto último es lo que acaba de ocurrir en la reciente votación de la Cámara de Diputados de la Legislatura provincial, cuando once de los integrantes del bloque justicialista decidieron no apoyar a Luis Rubeo, quien había obtenido la mayoría de los votos para ocupar la presidencia.
¿Los motivos del no acompañamiento? Varios. Algunos (que no se ajustan a la verdad) fueron expuestos públicamente, como ése de que María Eugenia Bielsa había obtenido la mayor cantidad de sufragios y por tal motivo le correspondía el sitial de conducción de la Cámara baja. Una idea endeble por varias razones; la primera de ellas, porque los electores eligen diputados, no cargos dentro de la Cámara. La otra razón es que no todos los votos fueron de Bielsa y mucha gente votó (como suele hacerlo un número importante de santafesinos) al partido. Por eso siempre se ha dicho –y se sigue diciendo– que el justicialismo tiene un piso inamovible. La verdad es que las razones del no acompañamiento a Rubeo pasan por otro lado, aunque no en todos los casos: intereses políticos, y la visión de algunos de que Bielsa puede ser la nueva y eficaz nave a la que se pueden subir para navegar los mares políticos que por sí solos no podrían. La historia vuelve a repetirse.
Si un partido, o alguno de sus hombres, dependen de la buena estrella de una persona para lograr el éxito, la suerte del mismo tendrá la corona de la desdicha más tarde o más temprano. Aunque claro, las rémoras que nadaron al lado del tiburón se habrán salvado (como ya ha ocurrido). Eso es lo que se llama mezquindad. En Argentina, y también en nuestra provincia, hay un fuerte impulso por parte de algunos, a entronizar a la estrella de turno y viajar gracias a esa luz. Cuando la luz se apaga, o se manda a mudar, todo queda a oscuras.
Ya hay paradigmas en Santa Fe. El más claro y contundente se tiene en Carlos Alberto Reutemann, una magistral creación de Carlos Menem que le dio resultado al peronismo para mantener la provincia en su poder pero no para consolidar un proyecto y mucho menos para afianzar las posibilidades del justicialismo santafesino como partido. Los resultados están a la vista: cuando el ex corredor de fórmula uno decidió no participar más, los peronistas quedaron mirando cómo el socialismo se hacía de la provincia. Es que los “unicatos” en política funcionan mientras “el único” resplandece o tiene ganas de participar, pero si la luz se oculta o decide no alumbrar más, los partidos quedan en penumbras.
No se puede poner en duda, claro está, la figura de María Eugenia Bielsa, aunque algunas actitudes suyas de última hora hayan sido no del todo felices. Sí, desde luego, se trata de comenzar a reflexionar que la estrategia peronista santafesina de los últimos años, inaugurada por Menem y copiada por algunos dirigentes locales, a largo plazo no da resultados halagüeños. Bielsa es una figura (algunos dicen que no peronista) que el justicialismo, o algunos, aprovecha para mejorar sus chances electorales. Hay quienes la ven ya como candidata a gobernadora, o diputada nacional dentro de dos años. Es decir: el peronismo santafesino sigue apelando a la estrategia de la figura para salvar al partido electoralmente, cuando en realidad debería ser exactamente a la inversa: el movimiento debería aportar cuadros políticos talentosos, militantes, y consustanciados con el principio peronista del bien común. Cuando una familia o una empresa depende exclusivamente del brillo de una persona, la pena se hará presente tarde o temprano.
No puede objetarse, de ningún modo, la legitimidad de la presidencia que ejercerá hasta el inicio de las sesiones ordinarias Luis Rubeo en la Cámara de Diputados (aunque es de estilo que siga el presidente elegido en las preparatorias durante todo el año). Un Rubeo que tuvo la mayoría de los votos de los legisladores, que ha militado, que trabajó responsablemente como opositor y quien desde hace años se mantiene fiel al modelo kirchnerista que encarna en la provincia Agustín Rossi. No se le puede menoscabar la militancia y un tesoro político que no es para desdeñar en estos tiempos peronistas: lealtad. No abunda en el modernismo peronista nacional esa pieza de oro a la que algunos, si la han visto, no la recuerdan. Y si por algo se caracterizan Rossi y Rubeo y no hay dudas de ello, es por permanecer firmes, en las buenas y en las malas, al lado del modelo que hoy gobierna el país, y aun cuando incluso debieron tolerar la aparición de pseudos kirchneristas que desaparecerán de ese firmamento político apenas alcancen sus propósitos, o la estrella decline.
El nuevo presidente de la Cámara de Diputados ha llamado al consenso, a la unidad y a realizar una oposición responsable. Ojalá que sea escuchado.