A largo del devenir histórico es posible percibir cómo los conquistadores de tierras, los ávidos de riqueza y ejercicio de la dominación han buscado amedrentar a las mayorías desposeídas para someterlas a sus caprichos feroces, a sus tenebrosos arbitrios. Pero la dialéctica en que se desenvuelve la dinámica social evidencia también que en esos procesos la digna resistencia de los oprimidos puede marcar hitos con sus luchas que sirven de mojones a las generaciones posteriores. De allí que la frase del filósofo Walter Benjamin, “la esperanza puede provenir aun de losque pocas esperanzas tienen” mantiene su vigencia potente e incitante.
En abril de 1939, en la ciudad de Burgos (España), el general Francisco Franco lanzó su proclama acerca del fin de la Guerra Civil Española (1936-1939), se autotituló generalísimo de la Península Ibérica “por la gracia de Dios” y aplicó el terror a la población de ese territorio durante casi cuarenta años, rodeado de una siniestra cohorte cívico-militar.
Pero aun a sangre y fuego Franco no pudo doblegar la voluntad de quienes en suelo español o bien desde el exilio lucharon contra su despotismo. Múltiples expresiones de resistencia se desplegaron durante las casi cuatro décadas del sangriento régimen, desde huelgas obreras hasta redes de solidaridad con los presos políticos y sociales. Lo que Franco proclamó como el “fin de la guerra” era la antesala de una de las etapas más dramáticas de la historia social contemporánea: la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Insurrección en Varsovia 1939
Entre el 19 de abril y el 16 de mayo de 1943 se produjo el Levantamiento del Ghetto de Varsovia. En efecto, este acontecimiento debe ser recordado por su alto contenido simbólico en las luchas de los pueblos por la reivindicación de la dignidad humana y la libertad.
La sublevación de los judíos recluidos en el ghetto de la capital de Polonia, en momentos en que las tropas de ocupación del ejército alemán hitleriano y nazista operaba la segunda deportación masiva para trasladarlos a los campos de concentración y exterminio, no debe ser mensurada por su resultado de derrota de los insurrectos, sino como hito de resistencia a la opresión y la destrucción de seres humanos, en el contexto de un proceso de terrorismo de Estado y de genocidio.
El alzamiento fue liderado por el joven Mordechai Anielewicz, miembro del movimiento Hashomer Hatzair. Las tropas de las SS nazis al mando del infame Jurgen Stroop aniquilaron a los insurrectos en Varsovia, pero se puso de manifiesto que era necesario y posible enfrentar a los verdugos que sembraban de muerte las calles y las aldeas.
La invasión de las tropas alemanas a Polonia implicó que a partir de 1940 la población judía, conformada por unas tres millones de personas, comenzara a sufrir la reclusión en sectores reducidos de las diversas ciudades de ese país, en los denominados ghettos. En el ghetto de Varsovia sobrevivían hacinadas trecientas ochenta mil personas, las que privadas de alimentos, agua y atención sanitaria adecuada morían en masa por el hambre y las epidemias.
Iniciada la deportación, los líderes de la comunidad judaica ordenaron no luchar contra ello, pues pensaban que se trataba de traslados a campos de trabajo y no de exterminio. La cruel realidad era que esos traslados eran para aplicación de lo que los nazis denominaron eufemísticamente “solución final”. Las informaciones que llegaban al Ghetto de Varsovia acerca de estas masacres convencieron a un grupo de jóvenes resistentes para emprender el levantamiento de abril de 1939. Esto, a pesar de que los sesenta mil judíos que aún permanecían en el ghetto menos de mil tenían conocimientos en el uso de armas, de hecho la mayoría de la población no fue parte de la resistencia armada.
El combate entre los jóvenes resistentes al nazismo y las tropas alemanas duró casi veinte días, durante los cuales Anielewicz entre otros perpetraron atentados contra los centros neurálgicos del ejército hitleriano.
Tras el ataque de las tropas nazis la mayor parte de las construcciones y edificios del Ghetto de Varsovia quedaron transformados en ruinas humeantes. La mayoría de los líderes del alzamiento fueron ejecutados por la soldadesca nazi, Mordechai Anielewicz y su compañera de vida y otros se suicidaron para no caer en manos de sus enemigos y Marek Edelman logró escapar.
El 16 de mayo de 1939 el oficial nazi Stroop declaró terminada lo que el llamó cínicamente la “batalla de Varsovia”, dando orden de demoler la sinagoga de la calle Tlomacka. Los colaboracionistas de las tropas del nazismo que había en Polonia se lanzaron a la cacería de los sobrevivientes del heroico alzamiento.
En la represión al Ghetto de Varsovia fueron asesinadas siete mil personas por el ataque de las tropas del ejército alemán, seis mil perecieron asfixiadas en los refugios de autodefensa construidos por ellas mismas, y cincuenta mil fueron trasladadas al campo de exterminio de Treblinka.
La película “El pianista” del año 2002, del director Román Polanski, refleja este acontecimiento ocurrido en Varsovia en abril de 1939, uno de los protagonistas del film es un sobreviviente y testigo de los hechos.
Transcurridos setenta y cuatro años del heroico levantamiento contra los nazis en Varsovia no sólo no debemos olvidar estos hechos sino observar el mundo en el presente y reflexionar acerca de los acontecimientos de los que somos contemporáneos y tomar plena conciencia de lo necesario e insoslayable de llevar adelante acciones colectivas y solidarias para impedir que los poderosos del mundo continúen perpetrando matanzas por sus quimeras de oro, tierras, petróleo, etc. y de la necia opresión ejercen. Ya que toda situación de opresión exhibe la necedad de los dominadores, y requiere para darle fin de la rebeldía de los oprimidos.