“El cine tiene la posibilidad de hablar de lo humano, de un lugar tan esencial que trasciende lo geográfico”, dijo Celina Murga a El Ciudadano sobre su última película que, con producción ejecutiva de Martin Scorsese, logró el premio Especial del Jurado en la Competencia Oficial de Ficción del 54º Festival Internacional de Cine de Cartagena y fue presentado en la competencia oficial del último Festival de Cine de Berlín. Con las finas actuaciones de Daniel Veronese y el debutante Alián Devetac, La tercera orilla volvió el jueves al cine El Cairo (Santa Fe 1120) y allí se quedará, al menos, hasta la próxima semana.
En la película, la directora entrerriana responsable de Escuela normal (2012), Una semana solos (2008) y Ana y los otros (2003) explora el vínculo entre un padre y su hijo para, desde allí, hablar de los deseos en forma de pulsiones y tensiones, las esperanzas, los condicionamientos sociales, las obligaciones, las elecciones, las dualidades, la emancipación, y la vida signada por lo que se espera de cada quien en cada momento de su vida.
Para esto sigue a Nicolás, un adolescente de 17 años que atraviesa una situación familiar particular: su padre, Jorge, mantiene dos vidas paralelas. Una con su familia oficial y otra con una segunda mujer con quien tuvo tres hijos pero a quienes no reconoce socialmente. Nicolás es el mayor de ellos y el elegido por él para sucederlo en los negocios y en su profesión.
—¿Cómo nace el film y cuáles son las búsquedas que se plantea a la hora de pensar una historia sobre el vínculo entre un adolescente y su padre?
—Fue una combinación de motores, por un lado tenía ganas de trabajar con un protagonista masculino, ya que mis anteriores películas estuvieron centradas en la mirada femenina, pero también enfrentar el desafío de hacerlo con actores más grandes, alguien que estuviera en ese umbral entre la adolescencia y la adultez, en la etapa de empezar a tomar decisiones que lo lancen a un situación de crecimiento. A lo largo de la producción fui recibiendo relatos de historias de familias paralelas. Verídicas o no, me llevaron a preguntarme por cómo era estar en ese lugar. En ese cuadro encontré un lugar dramático de por sí y me pareció importante poner a ese adolescente que tenía en la cabeza a vivir eso. Así se fue desarrollando la historia y, como vos decís, el conflicto con el padre, las pujas, los objetivos, necesidades y voluntades de cada uno en la situación que vive.
—El padre es y no es al mismo tiempo. Las dualidades llevan al espectador a identificarse con el adolescente porque, de alguna manera, la mirada narrativa y argumental suya parece estar puesta sobre él. En esa mirada se conjugan la inocencia y valentía que, a Nicolás, lo llevan a vivir en los bordes. Y al espectador a abrigar esa tensión todo el tiempo…
—Es la idea. Era un desafío muy grande contar este personaje que, por un lado, es alguien que habla poco, que no es muy comunicativo, que parece llevar su vida de una manera normal pero obedece todo el tiempo. La película tenía que hacerse cargo de contar todo lo que le está pasando por dentro al chico y que nadie ve: ni el padre, ni su madre, ni siquiera los hermanos pero que, el espectador, sí. El espectador tiene un lugar privilegiado al poder ver esa bomba de tiempo. Con el padre me interesaba trabajar cierto grado de complejidad donde, para mí, era importante no demonizarlo totalmente sino dejarlo en una zona más ambigua.
—Ese adolescente que es retratado en su cotidianidad no tiene lugar de arraigo; al llegar la noche el sillón del living se convierte en su cama; un lugar de tránsito que parece acompañarlo todo el tiempo. Dijo que le interesaba contar la historia a partir de la mirada del que no es mirado…
—Tal cual. Y el título de la película tiene que ver con eso. Una tercera orilla es un lugar que no existe. Nicolás está en ese lugar de tensión, en un lugar intermedio; lo tironean de un lado y de otro, él está cumpliendo con todos pero a la vez tiene interés en encontrar su verdadero lugar. De eso habla la película, de una pulsión que va saliendo.
—Hay una escena donde Nicolás vive una suerte de liberación. El pasaje transcurre en un cantobar y allí, al cantar, se abre y es él mismo…
—Es un momento clave en la película. Una de las escenas que personalmente más me gustó y más tenía ganas de filmar porque encuentro en la música ese lugar de liberación. Siempre me las arreglé para que en mis películas haya un poquito de música para que los personajes dejen salir eso. Para mí en la música está la posibilidad de expresar con la voz y el cuerpo algo que no se puede hacer de otro modo. Siempre desemboca en una zona más esencial que deja salir algo que está aprisionado.
—¿Qué le dejó el debutante Alián Devetac y el veterano Daniel Veronese?
—Fue una combinación que funcionó muy bien. Al principio teníamos muchas preguntas pero lo que sumó es que Daniel, si bien es un maestro de la dirección y tiene muchísimos años de experiencia en el teatro, confió mucho en mí como directora, en el proyecto, y la forma de trabajo que le propuse. Si bien cada uno estaba parado en un lugar distinto, los dos estaban por primera vez frente a una cámara.
—¿En cuánto le ayudó Martin Scorsese a profundizar su mirada sobre los imaginarios del deber ser en relación a los géneros sobre todo el masculino?
—En un punto no podría haber habido mejor proyecto para trabajar con él porque hay mucha tela para cortar. La película habla, como vos decís, de un mundo muy masculino y muy atravesado por lo que se supone es la masculinidad. Por algo la película se centra en una ciudad chica porque ahí hay algo de ciertas leyes, entre comillas, muy machistas. La relación con el dinero, el trabajo, el afecto, el amor, con lo que se da y lo que no.
—O la escena en que lleva a Nicolás a tener relaciones por dinero para “hacerse hombre”.
—Tal cual. Son cosas que fueron muy ricas de trabajar con Scorsese; él me habló mucho del personaje de Jorge porque es con quien más se enganchó. A él le interesaba que yo pudiera ver el volumen de ese personaje. Me acuerdo que hablábamos de su film Toro Salvaje más allá de las distancias. A mí me interesaba eso que él logró para que un personaje que puede ser moralmente cuestionable, como espectador, se tenga la posibilidad de habilitar cierta empatía sin justificarlo pero tampoco juzgándolo. Yo le consulté por algunas dudas y él me fue sugiriendo cosas para probar, pero siempre desde un lugar de mucho respeto para que yo transite sola el camino.
—El film logró un premio en el Festival de Cine de Cartagena y fue exhibido en la competencia oficial del último Festival de Berlín. ¿Cómo fue recibido?
—Fue buenísimo. En Berlín se proyectó en un cine de más de dos mil personas, en una pantalla que nunca más tendré. También fue muy impactante el recibimiento y cómo la gente de todo el mundo entendía perfectamente lo que estaba viendo. No había dudas sobre las idiosincrasias, sobre los conflictos; para mí fue alucinante porque creo que el cine tiene la posibilidad de hablar de lo humano, de un lugar tan esencial que trasciende lo geográfico. Cuando se trata de los vínculos somos todos iguales.