Francisco Wichter tiene 88 años y es uno de los sobrevivientes del Holocausto. Su familia estaba constituida por sus padres, seis hermanos, una abuela y demás parientes. En el prólogo de su libro “Undécimo mandamiento”, escribió: “Me llamo Francisco Wichter, Faivel es mi nombre en idish. Mi número de condenado fue 105.262 KL. Soy judío, creo en los diez mandamientos. Pero en el horror que me tocó vivir, supe que hay uno más: Sobrevivirás. Ésa fue mi consigna y la de todos nosotros. Ésa fue la fuerza que nos sostuvo y la que sostiene esta historia increíble”. Este hombre que conoció el infierno en primera persona estuvo en Rosario en el marco de “Shoá Ugvurá (Holocausto y Valentía)”, la muestra que se exhibe en la sede de Gobernación hasta el 26 de abril.
Francisco nació en Polonia, cerca de Lublin, y la guerra empezó cuando cumplió los 13 años. Primero fueron los bombardeos. Se veían los aviones y la ciudad de su pueblo, Markúsev, que fue totalmente destruido porque estaba en una ruta que iba de Varsovia a Lublin. Para llegar al pueblo tardaron casi dos semanas y no hubo resistencia del ejército polaco porque no estaban preparados.
El recuerdo de aquellos días quedó plasmado en su libro. “Tres días antes de la Fiesta de la Torá, que es un festejo de alegría, fusilaron a mi padre, que era zapatero de oficio”, contó.
“Era septiembre de 1943. Nos dieron cinco minutos para que alguien de la familia hablara con él. Mi madre no pudo y fui yo, que era el hijo mayor. Lo vi encadenado, no se podía parar. Me preguntó por la familia y me dijo: «sos el hijo mayor y ahora tenés que ser el jefe de la familia». Horas después lo fusilaron. Al otro día, sabiendo lo que sucedía en Polonia, los mayores de la familia eligieron a 10 jóvenes y los encerraron en un sótano”, siguió. Esa fue la última vez que Wichter vio a su madre y a sus hermanos menores. Después se desató el infierno.
Los nazis llegaron al pueblo, hubo corridas, gritos y luego un silencio que hería los oídos. Cuando todo pasó, los diez que estaban encerrados en el sótano salieron a la superficie y encontraron un pueblo fantasma. “Ahí descubrí que me había quedado huérfano”, continuó.
En los primeros días del otoño de 1944 el destino lo llevó a ser parte de la lista –el único que actualmente vive en Argentina– que Oskar Schindler había montado en Checoslovaquia y que inspiró la aclamada película de Steven Spielberg. Fue un capítulo distinto, una especie de oasis en pleno desierto. Allí, llegó el fin de la Segunda Guerra Mundial, junto con los Schinlder, en 1945.
Cuando terminó la guerra y luego de un largo recorrido por Europa, Wichter llegó a Roma. Allí conoció a su esposa Hinda y se casó. Ella tenía visa para ir a Estados Unidos, pero terminaron en la Argentina, donde vivía una tía de él. Era julio de 1947. Tenía 20 años. “Esta experiencia te cambia para siempre. Hemos perdonado muchas cosas, pero no se puede perdonar a los nazis ni a los hipócritas que dicen que el Holocausto nunca sucedió”, remarcó.
Memorias
Francisco escribió sus memorias, su legajo para la historia de la tragedia de la Shoá, en el libro “Undécimo mandamiento”. Este hecho, y el interés de todos los medios en la presentación del libro en 1998, lo llevaron durante los últimos años a presentarse en múltiples ocasiones para contar su experiencia. También recibió algunos reconocimientos públicos.
“Pude cumplir el legado, fue un gran alivio hablar, apaciguar la enorme carga de lo vivido y sufrido. No fue fácil, pero era muy necesario, hay que tener mucho equilibrio. Hoy, mi esposa y yo llevamos 63 años juntos, con un hijo, cinco nietos varones y seis bisnietos. Me siento tranquilo, he cumplido, fui comprendido, creo en los Diez Mandamientos”, concluyó.