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Sola y sin trabajo, vende todas sus prendas para sobrevivir

Por Luciana Sosa.- Josefina enviudó hace un año y se quedó sin trabajo. Agobiada por las deudas, montó una feria americana en su casa.

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El dolor por la muerte de su esposo, el abandono por parte de la familia de éste y la “negligencia” de su representante legal, dice María Josefina Barroca, hicieron que encontrara un paliativo en donde siempre hubo glamour y belleza: su placar. Desde hace dos meses saca sus pertenencias a la calle, como una feria americana, y vende cada artículo a 50 pesos. Es así como la vereda impar de Italia al 400 se convirtió en un pequeño paseo, con el pintoresco bar a mitad de cuadra y la feria en la casa de Josefina. “Necesito el dinero y vi que tenía muchas cosas en el ropero que ya no uso, entonces decidí sacarlas a la calle, es difícil porque con cada prenda se va una parte de mi historia, pero no tengo opción”, confió en diálogo con El Ciudadano.

Carteras, vestidos, pantalones, zapatos, botas, bolsos y tapados de piel, entre otras cosas, son las que exhibe a diario Josefina en la puerta de su casa a la espera de un nuevo dueño. También puso en venta los zapatos que lució la noche de su casamiento, hace 17 años. “He vendido regalos que me ha hecho mi madre, a quien perdí hace años, también recuerdos de viajes que hice con mi esposo, todo mi pasado se está yendo”, se lamenta.

La mujer, de 47 años, enviudó hace un año. Antes, acompañó a su marido para hacerle frente a una grave enfermedad. “Estuvo un año con varias internaciones y yo tenía que dedicarme a él, así que de a poco me fui quedando sin trabajo, hasta que mi marido murió. Para salvar un poco nuestra economía comencé a comprar ropa en Buenos Aires y venderla entre amigas y vecinas, pero esas ventas mermaron mucho y cada vez era más difícil viajar, hasta que llegué a esta situación: a un año de la muerte de mi marido no recibo la pensión y necesito salir adelante con mi economía, y aquí estoy”, dice señalando las prendas que cuelgan a su alrededor, tanto en la vereda como en el garaje de su casa.

“El proceso por la enfermedad de mi marido fue muy largo y terrible, y agradezco la ayuda que tuve del Centro de Trasplante de Médula Ósea Rosario (Citramor) cuando comencé a vender ropa, porque me contactaron con mucha gente para poder venderla, pero bueno, la situación hoy es diferente”, dice la mujer, que hace dos meses tocó fondo y tuvo que ser internada para sobreponerse de un cuadro de estrés. “Cuando vi que las cuentas me llegaban al techo y que no tenía el dinero para saldarlas, aparte de poder vivir, colapsé y mi salud respondió por eso”, relató.

Migajas de la sociedad

En medio de la feria americana que Josefina instaló en la puerta de su casa ha conocido personas que le nutrieron el alma y le hicieron ver que no está sola en esta lucha por salir adelante. Aunque también comprobó que existen otras, las pobres de alma.

Más allá de algunos que se han llevado prendas costosas sin pagar (que no vende a 50 pesos pero sí a un precio sumamente razonable), hubo otros que pretendían rebajas por las huellas que el tiempo había dejado en algunos artículos, como desconociendo que son usados.

“He vendido zapatos y botas de Ricky Sarkany y carteras de Louis Vuitton, cada una a 50 pesos, y una señora, cuando estaba a punto de irse, me señaló que en una esquina había un pedacito de cuero levantado y apenas se notaba. Yo le dije con toda la paciencia del mundo que esto era una feria americana y que en ningún otro lado iba a conseguir una cartera de este tipo a ese precio. No podía creer lo que me estaba diciendo”, dice con incredulidad.

Apoyo y trabajo

Entre los percheros improvisados que exponen las prendas a la venta, Josefina reconoció que por esta actividad corre el riesgo de que agentes municipales vayan a pedirle algún tipo de habilitación: “No la tengo, es cierto, pero si llegan a venir les voy a contar la verdad: es algo que tengo que hacer para saldar las cuentas, para seguir viviendo mientras llega la pensión que debo cobrar, así que apelaré al apoyo humano del municipio y a quien pueda darme un trabajo, que es lo que necesito”.

En no tan viejos buenos tiempos, Josefina trabajaba para diferentes escribanos. Y su marido era el dueño de una reconocida joyería de la ciudad. Tenían un excelente pasar, con ingresos que les permitían vivir de manera holgada, viajar y comprar. De aquellos días quedan recuerdos, aunque cada vez menos porque Josefina decidió venderlos para seguir viviendo.

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