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«Sombra vana», la insensatez de un mundo privado

Traducida por primera vez al castellano y ofreciendo un repertorio de rasgos y mezquindades como espejo invariable de una realidad cerrada sobre sí misma.
LITERATURA
Sombra vana
Jane Hervey
La Bestia Equilátera / 2017
Traducción: Laura Wittner
270 páginas

La lectura de Sombra vana, una novela de la escritora inglesa Jane Hervey (seudónimo de Naomi Blanche Thoburn McGaw) resulta una fuente de consulta y placer sobre una época en Gran Bretaña –la de la década del 50–, sobre una familia de la alta burguesa terrateniente y sobre las conductas que sostienen un status quo fundado en cierta hipocresía de valores, donde un hábito que incomoda a muchos, por ejemplo, sostiene una idea del mundo y hasta puede arruinar las posibilidades de elegir la vida que se quiera. La descripción de ese universo, en la pluma de Hervey, ofrece un repertorio imprescindible de rasgos y tendencias de esa gente, un espejo invariable de la realidad de una familia que, seguramente, es a la vez la de otras de su misma clase.

Hubo una muerte en la familia, la del jefe, el veterano coronel Alfred Winthorpe, y eso mueve todo el avispero comenzando por su esposa Mary, quien se anima ante la idea de que no va a tener que volver a besarlo luego de 53 años seguidos de esa práctica. Hay también cierto alivio, aunque con matices, en los tres hijos, y sentimientos mezclados en las nueras, y en la nieta, a todas luces quien, vapuleada por una situación sentimental infeliz, puede ver más allá de cualquiera de las mezquindades que envuelven las relaciones. Hay que decirlo, Hervey no necesita cargar ningún perfil de sus personajes; todos tienen más o menos un pie en la generosidad y otro en la ventaja pueril de la comodidad o en la de experimentar el menor esfuerzo. El cotejo de las distintas emociones que subrayan estas posiciones tiene una arquitectura narrativa rigurosa, donde el consuelo se encuentra sin palabras y las sobradas pruebas de una empresa destinada a provocar roces son advertidas a destiempo pero enfrentadas o ignoradas luego con sinceridad, sin que medie especulación incontrolable. Esto, claro, entre los miembros más directos de la familia Winthorpe, ya que una de las nueras, una actriz que conquistó el corazón de Jack, el mayor de los hermanos y a la vez más resistido por su padre por dedicarse al arte y, justamente, haberse casado con quien ejerce un oficio considerado menor, guarda alguna secreta ambición, nada falsa sino quizás algo egoísta. Antes que Jack se atragante con que ha sido desheredado, la señora Winthorpe sufre tal situación y carga las tintas contra Alfred, quien fue generando una serie de malestares con sus modos y puntos de vista tiránicos, empezando por ella misma. Hervey pone a funcionar un recelo entre los personajes a partir de la simulación de algunos sentimientos que buscan derribar la noción de aquello que en el seno de esta familia aparece como permanente. Para algunos, como Laurine, la esposa de Jack, hacerse con una parte de la fortuna de su suegro es una aspiración tan digna como irresistible y se sustanciará absurdamente cuando en un ritual de vaciamiento de una vitrina donde “el viejo” guardaba sus efectos personales, muera por quedarse con algunas de esas chucherías; Joanna, la nieta que no conoció a su madre, fallecida en el parto, tuvo en su abuelo una especie de padre pero los modos mencionados del coronel la sumieron en el temor. Tiene en Tony, su marido, el enemigo declarado, siendo éste, además, el que con su sutil composición de hombre bondadoso y solícito va a sujetar hasta la asfixia a la joven mujer, una vez conseguido el beneplácito de los tíos, que buscan lo mejor para ella. Tony domina a Joanna hasta el punto de que sus más auténticos deseos la hagan avergonzarse.

La escritora inglesa Jane Hervey.

Toda la historia de Sombra vana transcurre durante cuatro días desde la noticia de la muerte del coronel y está íntimamente teñida de una sagaz ironía, casi imperceptible por momentos, pero que transparenta la condición indispensable de ese mundo cerrado, con su gama variopinta de sirvientes, empezando por el ama de llaves Upjohn; las peripecias, que podrían resultar monótonas, tienen por el contrario una perfecta regularidad porque trabajan ese “territorio”, es decir la casa y sus habitantes y el problema del entierro del coronel a partir de una polifonía de voces y pensamientos. Las informaciones tardías que dan sentido a alguna conducta y esos pensamientos revelados a medias, distinguen a Sombra vana entre las novelas de familia, donde las repeticiones de hábitos, de lugares y gestos conforman un aire teatral  para descubrir los lazos ocultos de los personajes. Se organizará el funeral, se polemizará sobre el deseo del coronel de ser cremado; se dispondrá de largas horas y discusiones acerca de cuáles son las flores convenientes para el velatorio; saltarán los enojos y la paciencia por alimentos no debidamente cocinados; las expectativas y los recuerdos serán casi mecanismos de invención involuntaria, existirán simultáneamente a los muebles, objetos, vestimenta, a la misma gran hacienda –800 hectáreas– donde transcurre buena parte de la acción del relato; se diría que es por el enfoque sobre estos detalles que cobra vida la liturgia de la familia Winthorpe, una operación material que Hervey efectúa con pericia para descomponer esa apariencia de quietud en una encrucijada donde entran en juego la afirmación o la negación de valores celosa o gratuitamente ocultos, fundamentalmente los de los tres hijos y la mujer y la nieta del coronel, que atribuyen a las cosas triviales de esos cuatro días, el sentido de sus vidas. La joven Joanna, cuya culpa inicial por romper el mandato otorgado la muestra con una creciente sensibilidad para absolver torpezas, será quien transmita la certeza de que ese mundo sólo resulta una “sombra vana”, que la riqueza o el lugar social pueden tener los tonos sombríos de la mentira o la decadencia y que un poco más allá se ofrece, aunque fuese ínfima, una promesa de plenitud.

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