Impensado. Inesperado. Desilusionante. Un golpe al mentón difícil de asimilar. El debut mundialista del seleccionado argentino fue con derrota. Sí, el invicto de la Scaloneta se lo sacó Arabia, un equipo de escasos recursos, limitado de figuras, que expuso a niveles increíbles a un equipo que terminó desdibujado e impotente en el lujoso estadio de Lusail.
El gol tempranero de Messi de penal parecía ser la llave para una goleada. El VAR sancionó un penal que nadie vio y el rosarino se encontró rápido con su primer grito en Qatar. A esa altura del partido, con apenas 10 minutos, las apuestas pasaban por saber cuántos goles iba a anotar Argentina. Nadie imaginaba otra cosa, ni siquiera los árabes, entusiastas y muy ordenados tácticamente, pero limitados desde el juego.
El achique sistemática de la defensa árabe parecía una ruleta rusa del elenco rival. Un pase justo, un lanzamiento preciso iba a poner mano a mano a cualquier jugador argentino frente al arquero Al Owais. Y ahí empezaron las imprecisiones, las dudas, la falta de ideas de un desconocido equipo de Scaloni.
El VAR también fue protagonista, anulando con la nueva tecnología tres goles por posición adelantada, uno de ellos, el de Lautaro Martínez, por un hombro poco perceptible. Pero Argentina no perdió por una computadora y un chip en la pelota. La derrota pasó por la inconsistencia del juego, errores defensivos en el retroceso preocupantes, y una falta de ideas alarmante en el inicio de un Mundial que lo tiene como candidato. O al menos lo tenía hasta este inicio inesperado.
El partido tuvo un quiebre en el inicio del complemento. Dos golpes a la mandíbula alcanzaron para derribar al seleccionado argentino. Siete minutos fatales que conmocionaron a los jugadores y a los más de 25 mil hinchas argentinos presentes en Qatar. Ni hablar de aquellos millones que madrugaron para ver el debut albiceleste y entre mates y medialunas se despabilaron con los dos goles árabes.
Messi perdió una pelota en el mediocampo y el pase largo encontró mal parados a Cuti Romero y Otamendi. Al Sheri definió cruzado y la sorpresa de apoderó de todos. El empate no estaba en los planes de nadie. Y el equipo lo sintió. Hubo un rato de desconcierto, de miradas buscando explicaciones. Y mientras Argentina intentaba entender lo que pasaba, Al Dawsari metió un chanflazo al ángulo que tiró al equipo a la lona.
No hubo reacción. Ni siquiera los ingresos de Lisandro Martínez, Julián Álvarez, Enzo Fernández y el Huevo Acuña le dieron otro ímpetu a un equipo que expuso una extraña lentitud física y mental. Ni siquiera hubo rebeldía por enojo en Messi, quien por momentos pareció estar con algún problema físico. El empate pudo llegar con algún desvío, como sucedió tras un córner donde el arquero salvó con lo justo un toque de Tagliafico.
Argentina nunca pudo imponer la diferencia abismal de jerarquía. Un rival ordenado, con una idea táctica bien trabajada y con mucho entusiasmo lo sacó del partido. Incluso le impuso rigor físico, una virtud poco visible en equipos de estas tierras de Oriente Medio. Messi con la mirada perdida, De Paul fallando una y otra vez, Di María limitado a centros intrascendentes, Scaloni protestando por la demora de los árabes, el final fue tan desconcertante como el resultado.
Cuesta asimilar la derrota. Se hace difícil de entender, mucho más explicarla. Parece irreal que el marcador final indique una derrota 2-1 ante Arabia. El camino a conseguir la ansiada y esquiva Copa del Mundo tuvo un inicio desconcertante, devastador. Asimilar el golpe no parece sencillo. La selección argentina se puso en zona de riesgo en el inicio mismo del torneo. Y la calculadora que iba a sacarse para contar los goles ante Arabia, ahora empezará a hacer cálculos para ver si la clasificación es posible. Créase o no, la ilusión pasó rápidamente a decepción. Por varios días la bronca predominará sobre cualquier sentimiento. El hincha eligió creer, aunque esto va más allá de una cuestión de fe.