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«Soy testigo de toda la transformación de Rosario»

Ramón Fagunde llegó desde Chaco a la ciudad en 1983. Hoy puede relatar desde su casa, donde crió a sus 10 hijos, cómo progresó "a partir de la participación"

Ramón se abstrae unos segundos. Respira con la mirada perdida y trasluce gestos de que está volviendo en el tiempo. Se aferra al mate que le ceba su mujer Leoncia y arranca. Sin dudas, pone sobre la mesa su historia. Relata con precisión. Sentado en la punta de la mesa del hogar donde crió a sus 10 hijos, cuenta cómo se transformó su vida. Desde los años en los que trabajaba el campo a mano, en el norte del país, hasta el presente. El recorrido que traza comenzó en 1983 en una casa de chapa en barrio Empalme. Hoy vive en su vivienda propia en Unión y Progreso. Acentúa la palabra “participación” y se postula como un exponente del resultado de las políticas públicas.

Ramón Fagunde es jubilado. Trabajó en la construcción y en la industria metalúrgica. Ahora divide sus días entre la familia y algunas changas. Pero nunca pierde de vista el hilo conductor. “Vine a Rosario en el año 83’ desde Roque Sáenz Peña, Chaco. Vivía en el campo. Me vine por mi hermano, que estaba acá, al asentamiento de Empalme. No tenía ni idea de lo que era una villa. Cuando llegué, no podía creer lo que veía. Me preguntaba a dónde me había metido”, recuerda.

Pasaron 35 años, pero Ramón conserva el recuerdo. “Enseguida empecé a buscar trabajo. Me iba al centro a pie. Por la costumbre y porque no sabía tomarme un colectivo. Pero a los 15 días conseguí. Encontré entre los papeles de mi hermano, que en ese momento justo estaba en Chaco, un recibo de sueldo. Entonces, averigüé dónde quedaba la empresa y empecé a caminar. Y ese mismo día me contrataron. Arranqué como oficial de la construcción”, relata con orgullo.

Ese fue su punto de partida en una ciudad que por entonces desconocía. Ramón marca que el punto de inflexión en su vida se dio “en 2003, cuando empezamos a trabajar como vecinos con el gobierno». «En ese momento las esperanzas dejaron de convertirse en tristezas. Porque las promesas empezaron a cumplirse”, recuerda.

“Llegó al barrio el programa Rosario Habitat (plan de urbanización de asentamientos) y le cambió la vida a los vecinos. Nosotros ayudábamos dando a conocer cuáles eran nuestros problemas. Porque cuando hay gente involucrada se puede actuar sobre las necesidades. Y así pudimos llegar a una vivienda y ayudar a otros a que también alcancen ese objetivo”, contó Ramón, para resumir el proceso que derivó a su desembarco en el barrio Unión y Progreso.

Ese día le quedó marcado a fuego. “Me mudé el 5 de febrero de 2004”, rememora desde la cabecera de una larga mesa en una charla amena acompañada por la ronda de mates que ceba Leoncia, que asiente con la cabeza ante cada frase de su compañero de vida.

“A mí me cambió la vida. Pero también soy testigo de la transformación de la ciudad, especialmente de esta zona. Como las remodelaciones de la avenida Rouillón y los bulevares Seguí y 27 de Febrero. Esas tres obras, en especial la última, les cambiaron la vida a todos los rosarinos”, dice.

También pondera el impacto de la descentralización. Y se refiere al Distrito Oeste. “A los vecinos nos dan respuestas. Me acuerdo cuando tenía que hacer los trámites en la Municipalidad. Hoy las cosas se resuelven mucho más rápido”, celebra.

“Igual que la salud. La atención que se brinda en los centros de salud de los barrios es muy buena. Es un beneficio muy importante, y son muchos los que lo aprovechan”, agregó inmediatamente, al tiempo que sostuvo: “También veo todas las cosas que se hacen por los jóvenes. Muchos aprenden oficios en los talleres que dicta la Municipalidad. Y hoy son colocadores de cerámicos, plomeros, electricista, porque se les dio la oportunidad”.

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