Los rusos somos supersticiosos. Cuando salí para ir a ver el cotejo entre Croacia e Inglaterra a la casa de mi hijo Nikolai, me olvidé de llevar nuestra bandera para envolverme junto a mis nietos Natalia y Yuri y gritar los goles croatas con más vehemencia. Cuando reparé en que no la tenía, amagué volver pero la ficha –¡un argentinismo!– me cayó rápido y si regresaba era para llevarme, además de la bandera, la mala suerte. Volver es siempre un mal augurio. Me embarga una rara felicidad.
Rara porque aun tratándose de un equipo que nos ganó en nuestro propio campo, una parte de mi corazón se encuentra contenido en esos colores que también son un poco los nuestros –si exceptuamos el azul– y por la amistad que hemos sostenido con la gran república, pero también porque nos parecemos a ese pueblo croata en la resistencia que oponemos cuando estamos en graves situaciones o con chances de obtener una victoria en el terreno que fuese.
Y como se sabe, el tesón, la bravura, el convencimiento pueden a veces vencer a un contrincante de mayor potencia y técnica. Pero volviendo a la bandera que no me llevé de casa y al triunfo ante la ¡Dama Inglesa!, recuerdo un partidazo que el Dynamo jugó contra Hungría y donde, en una especie de intercambio deportivo, dos jugadores croatas integraron nuestro equipo. Ahí sí superstición y coraje tuvieron un rol decisivo.
Fue contra el MTK, un equipo con una elegancia envidiable para armar juego y durísimo en el área defensiva. Era un 9 de mayo, el Día de la Victoria en la Gran Guerra Patria (la Segunda Guerra) y los croatas reemplazaron dos de nuestros delanteros. Admito que estábamos nerviosos porque había un suculento premio para el ganador de ese encuentro, que consistía en dos semanas de vacaciones en Odessa, y era un gran premio para una época en que el Partido nos exigía enormes sacrificios. Salimos tan apurados del túnel que nos olvidamos la bandera rusa que pensábamos ondear antes del inicio.
Quedamos petrificados porque era una cábala y, claro, nadie podía volver a buscarla. Ya ese ánimo decaído fue rápidamente detectado por los jugadores del MTK que nos marcaron dos goles en quince minutos. Pero sólo éramos nueve los rusos desanimados y los dos jugadores croatas Alen Petric y Darijo Balaban tomaron la posta, nos pidieron que bajemos todos cuando los húngaros atacaban y al término del primer tiempo, el tablero era favorable a nosotros por 4 a 2.
Para el segundo estuvimos contagiados de la temeridad y el riesgo de los croatas y hasta pudimos hacer uno más. Fue para nosotros un verdadero Día de la Victoria y entendimos que el valor y la osadía no eran sólo nuestros. Para los croatas también era una forma de ser. La que ayer los llevó a vencer a Inglaterra.