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Sus silencios y nuestras voces

En 1993 se publicaba un libro exquisito y abrumador. Los silencios y las voces en América Latina de Alcira Argumedo. Su punto de partida es la pregunta sobre el “nosotros”, un nosotros que debe ser enunciado desde América Latina y debe serlo en la medida que el pensamiento europeo no asigna entidad

José G. Giavedoni (*)

En 1993 se publicaba un libro exquisito y abrumador. Los silencios y las voces en América Latina de Alcira Argumedo. Su punto de partida es la pregunta sobre el “nosotros”, un nosotros que debe ser enunciado desde América Latina y debe serlo en la medida que el pensamiento europeo no asigna entidad a ese nosotros latinoamericano.

En Immanuel Kant nos encontrábamos excluidos cuando hablaba de un “nosotros”, los pueblos latinoamericanos no se encontraban contenidos dentro de ese nosotros kantiano, europeo, blanco y civilizado.

En Georg Wilhelm Friedrich Hegel no hay nosotros en tanto los pueblos latinoamericanos son pueblos sin historia, por lo tanto, carecen de entidad e identidad.

En su primera conferencia en la Universidad de Friburgo, Max Weber tampoco da existencia a un nosotros porque no existe un sujeto en Latinoamérica, somos blanco de conquista de las potencias expansionistas europeas y, por lo tanto, somos objeto de rapiña y saqueo.

Pero para poder hablar de rapiña y saqueo hay que identificar el lugar, el topos desde el que hablamos. Eso que desde un nosotros latinoamericano es llamado rapiña y saqueo, desde un nosotros europeo es llamado exportación de cultura, desarrollo y civilización.

Por ello, para que haya “nosotros”, éste deberá hablar siempre la voz de los conquistados, de los desplazados, de los condenados de la tierra, de los débiles, de los perseguidos, en otras palabras, la voz del pueblo, un pueblo que se va forjando a la luz de décadas de luchas y resistencia en este topos.

Treinta años después de aquella publicación hace aparición un candidato presidencial con un “nosotros” construido a partir de la idea de “buena gente” o “gente de bien”.

Lo supo decir el viejo Friedrich Nietzsche, la apelación a la moral para describir acciones y sujetos, arrastra consigo un tendal de crímenes, saqueos, violaciones y sangre. Por más prístina que aparezca, esta mención a la “buena gente” esconde más de lo que devela.

¿Qué se silencia cuando se nos pretende interpelar con dicho término?

El silencio argumediano adquiere un espesor que obliga a interrogarlo. No se trata de un silencio en tanto vacío, un silencio como ausencia, sino un silencio que somete el pensamiento eurocéntrico a las voces de América Latina.

No se trata del silencio de los sometidos, sino del silencio de los conquistadores, de los poderosos. No lo que logra acallar en los pueblos a través del garrote, sino lo que ellos mismos callan a través de su palabra, de sus enunciados, de sus “verdades”

¿No está permanentemente el candidato amparándose en la teoría, esa verdad contenida en libros y fórmulas sofisticadas, para silenciar toda pretensión de lo político?

Por eso la necesidad de interrogar el estatuto de este silencio, porque no es el silencio que se representa con el rostro cuyos ojos y bocas se encuentran tabicados. Debemos reconocer, por rigor histórico y necesidad política, no hay voces acalladas en América Latina, hay gritos, hay palabras, hay argumentos, hay reflexiones y pensamientos, hay voces de lucha. Que no las queramos ver es otro cantar.

El candidato vociferando que habla desde la teoría como si fuese un criterio inobjetable de verdad, una fortaleza inexpugnable frente a la barbarie y la arbitrariedad.
La teoría frente a la arbitrariedad, el saber frente al poder. David Viñas publica un artículo en 1989 titulado El otro Sur sobre la revista Sur que dirigiera Victoria Ocampo donde cuestiona dos malentendidos: uno, la despolitización del intelectual (en su caso pensando en José Luis Borges), el otro, la desintelectualización del político (pensando en Juan Domingo Perón).

Parece haber un parentesco entre el planteo de éste y el de Argumedo, además de la contemporaneidad que comparten.
Gesto viñesco interesante para cuestionar la supuesta despolitización del pensamiento científico europeo, como también cuestionar la pretendida desintelectualización del discurso político latinoamericano.

En su “buena gente” y en su “teoría” como lugar de resguardo, el candidato pretende silenciar lo político, quitando entidad a sus adversarios llamándolos “brutos”, “ignorantes”, “imbéciles” y “mogólicos” (sí, uso ese término de manera despectiva).

Despolitiza al intelectualizarse, la tan vieja y conocida obsesión tecnocrática de querer desplazar la política con el saber, ignorando que no hay posibilidad de saber sin política.

Pero la “buena gente” del candidato calla mucho más de lo que enuncia, lo que provoca que ese silencio no deje de producir murmullos, interferencias, ruidos, residuos. Al discurso cuyo “nosotros” pretende ser el de la “buena gente” vacío, abstracto, indeterminado, se le opone la concreción de trabajadores y trabajadoras, formales e informales, en blanco o precarizados, estudiantes, mujeres, disidencias, científicos y científicas, ambientalistas, jubilados y jubiladas.

Ese “buena gente” piola y omniabarcante se asemeja al nosotros kantiano, excluye a dos tercios de la población, deja fuera a los ya excluidos y proyecta una exclusión aún mayor.

Sin embargo, el candidato es llevado a darle concreción a una identidad cuando necesita desacreditar una política.
Una vez más, nada nuevo sale de su boca y como dijera Emilio Eduardo Massera frente al banquillo, repite el candidato: “No fueron 30.000, fueron 8753”. Aquí desacredita una lucha, a continuación otorga identidad y salvación a un sujeto: las FFAA con su “Fueron excesos”.
Entonces ¿a qué se refiere el candidato cuando dice dirigirse a la gente de bien? ¿Y cuándo profiere ataques contra la Universidad Pública y el Conicet? Porque en ese ejercicio la más elemental de las sinapsis resulta en que ni docentes, ni estudiantes, ni no docentes, ni investigadores son gente de bien.

Por eso, en ese silencio hay una positividad, es decir, ese silencio no es vacío, sino que cruje y molesta.
Porque, si bien cuando el candidato refiere a un “nosotros” en él no está contemplado una porción importante de la población y, sin embargo, no puede dejar de nombrarla.

Hay una intención de subalternizar, construir cuerpos abyectos, lo paradójico es que no quiere reconocerle existencia a aquello que, al mismo tiempo, no puede dejar de nombrar.

La operación que construye el silencio reconoce la existencia de ese ruido, de ese residuo. Ahí hay un resquicio, un resto, una fisura. Ese resto es el que aparece en la referencia a ese “nosotros” desde el cual pensarnos, silencio que al verse perturbado por ese resto que le impide la sutura completa, la totalidad y cierre en torno a la idea de progreso, de civilización, de modernidad, de desarrollo, es un silencio que no puede dejar de nombrar lo que pretende acallar.

Ese residuo impide la sutura del proyecto totalizador de la modernidad, es el topos desde el que nos pensamos como culturas subalternizadas y, como tal, en nuestros modos de enunciación no podemos dejar de traslucir los tajos, las heridas, las marcas de esos procesos de silenciamiento, del saqueo, las violaciones, la colonización, el sometimiento, la tortura y las desapariciones, las privatizaciones.
No tenemos lugar en aquel proyecto de la modernidad más que como objeto de succión, sin cultura propia, sin ciencia propia, sin identidad propia.

El candidato avanza en ese proyecto, con sus propuestas de rifar lo propio y constituirnos definitivamente en un mercado de fruslerías. Frente a ello hay un nosotros que se rearma, sale a la calle, protesta, incorporando nuevas identidades pero que encuentra sus raíces comunes en las experiencias históricas precedentes.

(*) Doctor en Ciencia Política (Cige-UNR-Conicet)

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