Para llegar a la casa de Oscar Talero hay que sumergirse en el corazón de Empalme Graneros, transitar hasta el final de una calle de tierra y zanjas y hacer un último tramo a pie por un pasillo ubicado a metros del Centro Cultural Qadhuoqte, donde el referente santafesino de la comunidad qom dio sus primeros pasos como militante. A su lucha por la reivindicación del pueblo indígena, que comenzó hace justo una década, se sumó este año la batalla más dolorosa de su vida: exigir a la Justicia el esclarecimiento del crimen de su hijo Cristian, de 22 años, quien a mediados de mayo amaneció sin vida sobre las vías férreas, donde fue asesinado a golpes por un grupo de habitantes del barrio.
Su muerte fue otro crudo testimonio de cómo opera la violencia en las zonas vulnerables, donde las necesidades más básicas están insatisfechas, las penurias de los pibes sólo parecen encontrar consuelo en el consumo de drogas y la muerte es la única que no discrimina.
Mientras una de sus hijas prepara mates, Oscar se acomoda en el patio de su casa de barrio Los Pumitas y repasa su vida. Habla de los años duros que le tocaron vivir en su Chaco natal, de la imposibilidad de terminar sus estudios, de la papera que le truncó su sueño de pibe en Buenos Aires, adonde había ido a jugar al fútbol, y de su desembarco definitivo en Rosario, donde nació el sólido militante que es hoy, un referente a nivel nacional.
“En 2003 fui a una reunión al lado del centro cultural. Veía que la gente hablaba y hablaba pero terminaba la reunión y cada uno a su casa. Y al otro día se volvían a reunir. Nadie accionaba en armar la organización con papeles. Yo miraba a los hermanos, que me dieron la palabra, pero quería hablar y no me salía nada. Esos eran mis comienzos. Y pensé mucho. Qué pasaba con esta gente que armaba reuniones pero no tenía base. Hasta que les dije: lo que podemos hacer acá es armar una organización, registrarla como una comunidad. Y reivindicarnos como pueblo originario. Ver las leyes que tenemos, revisarlas y utilizarlas. Esa era mi propuesta y ahí arranqué. En 2004 surgió todo el armado. Fue un proceso con muchas trabas para que la Municipalidad reconozca que esto es una comunidad. Y a nivel provincial, que sepan que acá hay una comunidad. Una comunidad que se organiza. Una comunidad que puede tomar un trabajo en conjunto sobre la reivindicación. La propuesta nuestra es primero establecer el lugar, que nos den los títulos de tierra. Pero no hemos tenido apoyo. Solo la Nación nos da un reconocimiento pero está muy lejos”, dijo Talero a diez años de dar los primeros pasos que hoy lo posicionaron como representante de Santa Fe ante el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (Inai).
Su ritmo pausado para hablar se pone más lento cuando habla de Cristian, su hijo. Las palabras le salen con lágrimas que terminan en el mismo lugar que las de cientos de familiares de pibes asesinados en las periferias de Rosario: todos saben quién, cuándo y cómo los matan, pero la Justicia parece ciega, sorda y muda para los pobres. Los testigos que no encuentran protección para declarar, y la ley que se sirve de la falta de pruebas para no juzgar.
“Lo que nosotros queremos realmente es que la Justicia empiece a investigar. Que salga. Porque si todos los vecinos, todos nosotros sabemos quiénes son y la Justicia lo tiene ahí servido, cómo puede ser que nos mire y se quede a esperar a ver qué le vamos a informar, qué le vamos a averiguar. Tendrían que hacerlo ellos”, expresó Talero, quien de inmediato reflexionó: “Es como que la Justicia no quiere actuar. Pensamos que como nosotros no tenemos plata, para ellos sólo somos un caso que se tiene que cerrar. Y nosotros no queremos que pase eso, porque si todo el mundo sabe, y todo el barrio sabe y nosotros también sabemos quiénes fueron; queremos que los que lo hicieron paguen. Y no hacer justicia nosotros. Esa es la realidad que tenemos. Hoy, todo el mundo sabe quiénes fueron. Y si no se hace nada, le están dando el poder a la persona que mata cuando quiere, le están dando la razón al que mata. Lo que se interpreta es que si matás y no te toca nadie, ni la Justicia te toca, entonces lo siguen haciendo”.
La causa judicial
El crimen de Cristian Talero es investigado por el fiscal de homicidios Pablo Pintos. El cuerpo sin vida del joven fue visto con las primeras luces del viernes 16 de mayo al costado de las vías férreas, a unos 150 metros de Juan José Paso al 2100, muy cerca del asentamiento de Reconquista al 2000, donde vivía con su mujer Nancy, sus dos hijos pequeños, y otros dos del primer matrimonio de ella. Tenía golpes por todo el cuerpo y un profundo corte en la cabeza que le provocó la muerte.
Para la pesquisa, hubo dos secuencias. La primera, según testimonios que ya fueron recolectados en la causa, se ve a unas 15 personas golpeándolo salvajemente (seis de las cuales fueron identificadas y son menores de edad) y a él lograr zafarse y correr. Luego, algunos de los agresores vuelven con la ropa ensangrentada y otros continúan la persecución. Los testigos del segundo momento, ya que el joven aparece sin vida al costado de las vías, todavía no declararon y es uno de los reclamos de sus padres, quienes pidieron constituirse como querellantes en la causa. Días después del crimen, cinco personas pertenecientes a una misma familia fueron detenidas, imputadas y recuperaron la libertad en las horas siguientes.
“Se nos escapó”
“Desde que mi hijo entró a la familia de esa mujer su vida era un peligro”, lamenta su mamá Graciela, mientras muestra fotos de 2004 en las que puede verse a Cristian, a sus 12 años, en España: “Fue un viaje impulsado por (Adolfo) Pérez Esquivel para chicos de pueblos originarios”, recuerda, para enseguida agregar: “Como Cristian era joven su mujer le presionaba. Le manejaba como quería. Cuando ella tenía problemas con su familia mi hijo siempre estaba ahí, en el medio. Porque mi hijo es bueno, como yo le enseñé siempre: persona que te pide ayuda, ayudale. El problema de la familia de ella es porque se pelean entre ellos. Esa gente no se quiere entre hermanos”, dijo Graciela para luego recordar que Cristian nunca fue al centro: “Hasta que esa mujer le llevó a aquel lado le arruinó la vida”.
“A nosotros se nos escapó nuestro hijo”, agrega Oscar, quien lamenta que se haya ido con una mujer diez años más grande a vivir a otra comunidad que no lo aceptaba como propio. “Él se fue con ella. Eso es lo que a nosotros nos pasó. Se nos escapó. Él se ha perdido en ese lugar. Y cuando tuvo hijos lo apoyamos más todavía. Porque sabíamos en el lugar donde estaba. Y no queríamos que se pierda ahí. Tratamos de ayudarle para que salga. Pero la mujer no quería”. Esa relación fue un corte doloroso para sus familiares que ahora, ante su ausencia, les sigue causando dolor porque están aún más lejos de sus nietos, a los que no pueden ver. Y porque implican en el asesinato de Cristian a varios de sus familiares.
Oscar ya conocía el dolor de perder a un hijo. Una mañana se levantó temprano para ir a trabajar, tuvo a su bebé en brazos y salió. Cuando volvió, el pequeño de un año, su primer varón, ya estaba en el hospital. “Fue otro golpe duro que he tenido en la vida”, dice con pausa, mientras intenta sin suerte recordar el nombre de la enfermedad que se lo llevó. Este año, la tristeza volvió para quedarse. Pero a Cristian se lo arrebataron golpes de puño, patadas y cortes. De muchas manos, que tienen nombre y apellido. Y esta vez Oscar no se olvida de los nombres.