Proyecto

16 jóvenes de los distritos Norte y Noroeste de Rosario eligieron formar parte de un taller de escritura que fue dictado por periodistas del diario El Ciudadano Carina Ortiz, Negui Delbianco y Franco Trillini, bajo la coordinación de Silvina Tamous.

Forman parte de los 18 mil chicos y chicas de entre 16 y 30 años que son contenidos por el programa Nueva Oportunidad, una iniciativa que busca empoderarlos, capacitarlos e integrarlos a través de un proyecto innovador.

Durante los meses que duró el taller conocieron autores, técnicas, y escribieron. Cada texto que se leyó fue la inspiración para que ellos pudieran darle forma a sus emociones, contar sus historias y en muchos caso pintar su barrio y su realidad.

Recorrieron Gabriel García Márquez, se asombraron con Julio Cortázar, se inspiraron con Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

Sus textos mostraron su calidad como escritores y escritoras, que tuvieron su página semanal en el diario El Ciudadano en su versión papel y web.

Durante ese tiempo los talleristas también aprendieron. Es que cada relación que cada uno teje con el otro lo modifica. Y esto es lo que hicieron estos chiques con nosotros. A partir de la experiencia, demanda y sueños de los pibes y pibas que buscan un futuro a partir de las palabras.

SILVINA TAMOUS
Jefa Redación diario El Ciudadano
Coordinadora Taller de Escritura
“Vamo Newell´s”
Sabrina Ocampo
“Ser buena persona, a pesar de lo mierda que pueden ser contigo”
Pablo Salgado
"Si me pedís que no me rinda, sigo por vos"
Eva Aranda
“Soy yo”
Gonzalo Amarilla
 El amor es un arte  

Por Sabrina Ocampo (*)

“El amor no es sólo un sentimiento. Es también un arte”. La frase dice mucho, aunque con pocas palabras. Es verdad que el amor es un sentimiento, al igual que el odio, la felicidad, la tristeza… en fin. Es un sentimiento porque implica que sale de nuestros corazones, que nuestra razón queda de lado y que nos dejamos llevar por lo que produce en nosotros.

Que sea un arte implica, para empezar, que no todos son capaces de sentirlo. Y cuando digo esto, no digo que no sientan amor. Todos sentimos amor, sólo que son pocos los que logran hacer del amor un disfrute verdadero. Son pocos los que aman sin aferrarse a la otra persona, sin sentirse dueños de ella.

Hacer del amor un arte involucra dar todo de sí liberando nuestras almas. Dejando de lado los problemas y llevando una vida sin ataduras, lo que no implica libertinaje. Sino que es no atarse a los problemas, a las discusiones, a los defectos del otro. Que el amor sea un arte significa que hay que tener cierta destreza para amar, para olvidar los errores del otro, para hacer que la llama de la pasión no se apague nunca.

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(*) Sabrina comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra como parte de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad. Como ella hay 17 mil jóvenes en situación de vulnerabilidad que buscan contención y una forma de entrar al mundo laboral.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, Sabrina y otros 14 jóvenes del distrito Noroeste se anima a escribir. Usan el lugar para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

 La casa embrujada  

Por Pablo Salgado (*)

Cuenta la leyenda que hace aproximadamente 10 años existía una casa terrorífica en Rosario, ubicada en la esquina de Oroño y Pellegrini. La gente aseguraba que allí se veían sombras tenebrosas, que se escuchaban gritos y carcajadas a altas horas de la noche y por sobre todas las cosas aparecían personas muertas en circunstancias de lo más extrañas, todas con una frase peculiar escrita en sus frentes: tu alma ya es mía.

Con el pasar de los años, la gente empezó a poner en duda los rumores de tal casa embrujada.

Hasta que una familia extranjera, compuesta por Pedro y María Rodríguez con su pequeño hijo Benjamín de 8 años, decidieron mudarse a la casona. Ellos tomaban los dichos de las personas como una broma de mal gusto y pensaron: ¿Con semejante casa y sin dueño alguno? La compraremos nosotros sin ninguna duda.

Al pasar los días de haberse instalado en su nuevo hogar, Benjamín encontró un objeto brillante en el patio y se lo mostró a su madre. “Mami… ¿qué es esto?”, preguntó el niño. “Es un anillo”, respondió su madre, quien enseguida agregó “¿dónde lo encontraste?”. “En el patio”, contestó su hijito.

María se dirigió entonces al lugar indicado por su pequeño y descubrió algo raro saliendo de la tierra. Escavando más y más, ella de golpe quedó petrificada al ver una mano sosteniendo un corazón.

Y ese fue su último recuerdo, ya que para cuando abrió los ojos, se encontró dentro de la casa, recostada en el sofá y preguntándose cómo había llegado hasta allí.

“¡Por fin despertaste! Me tenías preocupado, mujer”, exclamó su marido con voz muy tensa.

“¿Vos me trajiste hasta acá, Pedro?”, le dijo ella y Pedro le contestó rápidamente: “Claro. Vi que de repente te desmayaste en el jardín, te traje y acomodé en el sofá. ¿Por qué te desmayaste?” Umm no lo sé… no lo recuerdo, ¿puede qué me haya bajado la presión?, aventuró María. “Puede ser otra cosa. Además… ¿Qué hacías escavando en el patio?”, contestó él. “Tampoco lo recuerdo…”, dijo ella. “Bien, por lo menos me alegra que te encuentres mejor ahora”, contestó Pedro.

Al llegar la noche, se escucharon unas entrañas risas y gritos: “Hahahaahahaha”, retumbó por la casa.

—¿Pedro, lo escuchaste?, preguntó María.

—¿Escuchar qué?, dijo su marido.

—¿No escuchaste esas risas terroríficas?

—No. ¿Estás bien?

—Tengo miedo, vamos a fijarnos abajo

—Yo no oigo nada, mujer, solo duerme por favor.— Por favor te lo pido, amor, estoy asustada.

—Bueno vamos a ver si sucede algo realmente abajo.

Al bajar, María vio en las paredes su nombre escrito con sangre por todas partes. Y gritó desesperada.

—¡Ayyyy, Pedro! ¡Ayudaaaaaaaaaa!

—¿Qué pasa, amor? ¿Qué viste?

—¿Acaso no lo ves? Mi nombre escrito con sangre en todas las paredes.

—¡No, no veo nada! ¿Realmente te encuentras bien, María?

De repente, una sombra tenebrosa susurró al oído de María: “Hahaha ya no tienes donde ir. Tú alma ahora me pertenece… ¡Entrégala!”

—¿María, qué te pasa? ¡Respondeme, amor!

¡Hablame por favor!

Su mujer levantó la mirada lentamente y en sus ojos brillaba una luz extraña. Pedro no reconoció la voz de su esposa cuando le dijo: “¿Quién es María? Ella dejó de existir hahahaha. Ahora ella es mía hahahahahaaha. ¡Y mirá como la destruyó!

—¡Nooooooooooo!

El cuerpo de María empezó a retorcerse por todo el piso, escupiendo sangre por doquier, expulsando todos sus órganos alrededor de toda la casa. Pedro no paraba de gritar y de llorar.

Y encima escuchó…

—Ahora es turno de tu hijo, infeliz.

—¡Noooo! ¡Benjamín nooooo! Hijo mío ¿Dónde estás?

Benjamín apareció inesperadamente detrás de su padre…

—Hola papi hahahaha

Benjamín apuñaló a su papá, le sacó el corazón y teniéndolo en su mano con el anillo misterioso que había encontrado en el patio susurró: “Dulces sueños papi”.

Fin… ¿O no?

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(*) Pablo comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra como parte de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad. Como Pablo hay 17 mil jóvenes en situación de vulnerabilidad que buscan contención y una forma de entrar al mundo laboral.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, él junto a 14 jóvenes del distrito Noroeste se anima a escribir. Usan el lugar para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

 Trabajar para vivir, y nunca al revés  

Por Eva Aranda (*)

Mi primer trabajo fue a los 16. Era muy sencillo: cuidaba una nena de 6 años. Tengo 4 hermanos menores y ya estaba acostumbrada. Me gustaba tener mi propia plata y ayudar a mis padres, pero los tiempos cambian y el dinero que me pagaban ya no me servía más que para un fin de semana. Decidí buscar otra cosa y así fue como entré a trabajar a un local de comidas rápidas, aunque sin dejar mi trabajo de niñera. Mantuve ambos trabajos. A la mañana en el bar, y de tarde cuidando a la nena, Carolina.

Dejé la escuela, ya que lo que ganaba le servía muchísimo a mis padres. Con el tiempo el trabajo se había vuelto una obligación y no algo que me gustara. No disfrutaba de estar con Carolina. Salía cansada del local y con poca paciencia. Tampoco soportaba a mi jefe del bar, que siempre tenía la costumbre de gritarme y apurarme cuando se llenaba de clientes el local. Ya no conocía lo que era estar un fin de semanas con amigos porque mi franco entre los dos trabajos era un martes y mis amigos estaban en la escuela. Había perdido esa vida pacifica de estudiante…y la extrañaba mucho.

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* Eva comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en La Cigarra -Cooperativa de Trabajo Limitada como parte de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad. Ella llegó a conocerlo a través del Club Reflejos, en la zona norte, y forma parte de las 17 mil personas de entre 13 y 30 años en situación de vulnerabilidad que buscan contención y una forma de entrar al mundo laboral.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, Eva se animó a escribir. Usó el espacio para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros. Eva y sus historias son parte de la ciudad y sentimos mucho orgullo de poder compartirlas.

 El juego de la vida  

Por Gonzalo Amarilla (*)

No quería ser nada de grande. Cuando era pequeño no pensaba en eso, sólo pensaba en jugar a la Play o salir a buscar a mis amigos para jugar a la pelota en frente de la casa de alguno hasta que nos llamaran para comer. Muy buenos tiempos esos. Pero alguna vez de niño tuve la fantasía de que quería ser astronauta, bombero o corredor de autos, esas las típicas cosas que se dicen o se ven en las películas. Pero hasta ahí llegaba.

Ahora que me acuerdo sí tenía algo en mente: dedicarme a jugar los videojuegos y llegar a ser profesional en el Dragón Ball Z Budokai Tenkaichi 3. Era lo que más jugábamos con mis amigos. Nos juntábamos en mí casa de noche, casi siempre los viernes y sábado. Hacíamos mini torneos. El que ganaba seguía y así hasta que se enfrentaban los finalistas. En este punto siempre nos tardábamos porque era casi siempre entre los dos mejores: un amigo del barrio y yo. O a veces con uno que es de La Rioja. Con él nos demorábamos una hora. Buenos tiempos que me gustaría repetir.

Obviamente jugaba a muchos juegos durante horas. Si no fuese por mí mamá, hubiese seguido jugando sin problema, pero bueno, es la mamá ¿Qué se le va hacer? Si hubiese tenido que decir “qué quería ser de grande”, era poder jugar y jugar. Esta respuesta puede dártela cualquiera que sea del 2000 para adelante.

Hoy uno puede dedicarse a jugar profesionalmente a los videojuegos y me gustaría, pero no sé. Es que me gustan muchas cosas. Y eso lo haría un tiempo y después cambiaría. O tal vez no.

Así pienso que debería ser así la vida: poder hacer lo que a uno le encante. Y como veo hacia donde se dirige el mundo ahora, creo que será posible.

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* Gonzalo comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra. Es una de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad que contiene a más de 17 mil jóvenes en situación de vulnerabilidad en la provincia.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, Gonzalo se animó a escribir. Usó el espacio para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

Gonzalo y sus historias son parte de la ciudad y sentimos mucho orgullo de poder compartirlas.

“La vida es aquello que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”
Brenda Guaglianoni
“Una sonrisa ante todo”
Marcelo Herrera
“Ahí, con la ilusión en mis manos”
Soledad Orellana
“No hay mejor remedio para la tristeza que el amor y una sonrisa”
Alan Aranda
 Mainumbi  

Por Brenda Guaglianoni (*)

La vecina de al lado era tan extraña. Siempre trayendo flores, macetas con flores, ramos con flores. La mayoría siendo plantadas en el patio de atrás, donde Lucía podía escucharla todos los días o verla si estaba con ganas de chusmear o aburrida. La señora le hablaba a las flores como les hablaría a sus parientes o simples conocidos.

Muchas veces escuchó decirles: “Querido”, “Federico” o “Susana”. Como si cada flor, de distinto color y tamaño, fuera una persona. Y siempre en algún cumpleaños o celebración especial, sus papás la invitaban. ¿Y ella qué traía de regalo? Obvio: más flores. Recordaba lo que decía: “Para qué siempre los acompañen”.

Y Lucía no sabía a qué se refería. Pocas veces lograba prestarle atención cuando la tenía cerca, pero cuando lo hacía era difícil sacarle los ojos de encima. El pelo oscuro, brillante y muy lacio hasta pasando la cintura, una vincha blanca que parecía partirle la frente. Ataviada en un enorme vestido color lavanda. Su piel trigueña y sus ojos rasgados, brillantes como dos pequeñas lentejuelas, pareciendo estar descansando erguida. Y siempre oliendo floral.

El funeral de su abuelo fue una ocasión que Lucía jamás olvidaría.

Aún era una niña, llorando más por el llanto ajeno, aún sin caer en la realidad que se encontraba y conservando cierta inocencia. Entonces la vecina se le acercó, con una pequeña maceta y unas flores muy bonitas. “Son para vos, Nomeolvides”.

Lucía se le quedó mirando. “¿Que no la olvidara?”.

“Así se llaman esas flores. Sé que a veces mirás mucho mi patio. ¿Te gustan las flores?”.

“Así se llaman esas flores. Sé que a veces mirás mucho mi patio. ¿Te gustan las flores?”.

“¿Te gustan los cuentos? Hay uno muy especial para mí, por eso siempre tengo flores”. Lucía se había quedado mirando a la señora, expectante y hasta enmudecida. Fue entonces que le contó sobre una leyenda de su “gente”. La leyenda del Colibrí. El Mainumbi, para ellos. Entonces miró las flores en la maceta. ¿Significaría entonces que gracias al picaflor como mensajero, su abuelo descansaría en eso que llamaban paraíso?

Años más tarde, cuando fue el turno de la señora de las flores partir, Lucía había aprovechado a colarse en su patio para dejar una maceta de flores de un color lavanda por plantar. Entonces fue que vio a un pequeño colibrí acariciando con su pico una flor. Una Nomeolvides.

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* Brenda comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra. Es una de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad que contiene a más de 17 mil jóvenes en situación de vulnerabilidad en la provincia.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, ella se animó a escribir. Usó el espacio para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

Brenda y sus historias son parte de la ciudad y sentimos mucho orgullo de poder compartirlas.

 Insomnio  

Por Marcelo Herrera (*)

¿Cómo poder dormir con tanto ruido en la mente? Son las dos de la mañana y sigo moviéndome de un lado a otro de la cama. Doy vuelta la almohada para sentir el lado más fresco, una y otra vez. Pienso en aprovechar el insomnio para volcar mis torturadores pensamientos en un texto, pero sé que si lo hago ya no voy a poder reconciliar el sueño. Me repito a cada instante: no tengo que pensar, no tengo que pensar, hasta que me doy cuenta que estoy pensando.

Otra vez estoy en éste campo, pero no sé para dónde ir, cómo llegué acá. Si parece no haber forma de salir con tanto barro y arroyos a mi alrededor. ¿Qué hacen mis hermanos ahí? ¡Se van a caer en el agua!

¡¿Por qué siento tanto calor?! Se supone que la ventana está un poco abierta y el ventilador prendido. Agarro el celular y trato de ver la hora. Son las tres y diez, faltan cuatro horas para levantarme. Hay varias notificaciones pero no llego a ver bien de qué son, se supone que el brillo está en lo más mínimo, pero aun así me quema los ojos.

¿Qué hago acá? Hace tiempo no vivo en ésta casa. Yo vi perfectamente caer éste lugar. Veo a mi mamá y mis hermanos riendo a carcajadas entre un techo de chapa y cuatro paredes sin revocar.

Hace un rato estaba dentro de mí casa. ¿Qué estoy haciendo afuera? Está mi amigo Rodrigo sonriendo frente de mí. Aparece su hermano Leandro, se lo ve feliz. Hay que aprovechar que estamos los tres y salir por ahí. Nos quedamos mirando con Lean, hasta que recordé que él hace tiempo nos dejó. Se supone que te mataron.

Trato de acercarme para hablarle: Lean ¿Qué hacés acá? ¡No te vayas! ¿Te voy a volver a ver? Sé que esto es un sueño, pero no quiero despertar.

Siento mucho frío. Me levanto para cerrar la ventana, apagar el ventilador, ir al baño y tomar un poco de agua. Me fijo la hora. Ya están por ser las cinco, así que intento dormir un poco más.

Falta poco para llegar a casa, siento el cuerpo muy pesado y el terrible viento no me deja avanzar. Está comenzando a llover, trato de tirar mi cabeza hacia adelante, pero algo me empuja hacia atrás. Alguien parece que quiere robarme con una faca, trato de correr pero permanezco en el mismo lugar, intento dar golpes pero los lanzo sin fuerza.

Me despierto y tengo dudas de que la alarma no haya sonado. Son las seis, todavía puedo seguir durmiendo una hora más pero mi cabeza ya empieza a maquinar. Sólo me puede salvar ponerme los auriculares para escuchar un poco de música.

Así comienza mi día antes de tiempo, por la ansiedad.

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(*) Herrera conoció el programa Nueva Oportunidad y cada semana comparte el taller de escritura de la Cooperativa La Cigarra con 15 jóvenes para sumar herramientas y hábitos de convivencia que la lleven a una vida mejor. Acompañados por periodistas de El Ciudadano se animan escribir. Hablan de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que fueron surgiendo luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

En Santa Fe hay 17 mil chicos y chicas como Jaquelina, en situación de vulnerabilidad, que son alcanzados por esta política de contención que capacita y busca un ingreso al mundo laboral.

 El partido de mi vida  

Por Soledad Orellana (*)

Una tarde de verano con nuestro equipo de fútbol llamado Boca Unidos llegamos a la semifinal en un torneo barrial. No lo podíamos creer: estar ahí tan cerquita de la final. Fue un gran progreso como equipo.

Yo jugaba en la defensa. Al empezar el partido llevábamos las de perder ya que el otro equipo tenía una defensa muy buena y las delanteras, ni hablar. Encima, cuando iban aproximadamente 15 minutos del primer tiempo, se lesionó nuestra arquera. Se torció el tobillo y no podía mantenerse en pie. No quedaba otra que cambiarla. Y ahí se nos complicó porque nadie quiere ir al arco. Además, en el banco sólo teníamos delanteras y era jodido mandarlas al arco a ellas.

Junté coraje y dije: “Bueno, voy yo”. En ese momento, cambié mi camiseta, que era la número 2 por la 1, esa que nadie quería ponerse. Estábamos peleando la semifinal, así que había que jugársela. El partido sigue conmigo toda llena de miedo. Me pasaban miles de cosas por la cabeza. ¿Y si me hacen un gol? Acabaría con la ilusión de mis compañeras y no quería eso.

Pero ya estaba ahí, con esa ilusión en mis manos. ¿Qué presión, no?

Terminó el primer tiempo 0-0. Cambio de arco y los nervios de punta. Todavía teníamos esa posibilidad que tanto soñamos como equipo. Minutos antes de terminar el partido, con el marcador aún igualado, la 9 del otro equipo se escapó y quedó mano a mano conmigo. En ese momento dije: “Me la juego”, y le salí al cruce. Esa jugadora me pasaba casi siempre haciéndome caño. Un garrón, pero bueno, estaba jugada y toda la presión la tenía yo en ese momento. Ella tira la pelota para pasarme haciéndome el famoso cañito. No sé de dónde salió mi reflejo, pero del coraje y la presión que tenía, esta vez no pudo hacerme el caño. ¡Y se lo terminé haciendo yo!

Recuerdo la cara de las chicas sorprendidas, todas quietas. Ni yo me la creía y dije: “Este es mi momento”. Seguí con la pelota, llegué hasta la mitad de la cancha y pateé al arco. No sabía si entraba la pelota o no. En pocos segundos mis compañeras gritaron gol. No podía creerlo. Lo hice yo. Sentí una felicidad inmensa, no tanto por haber hecho el gol, sino por haber visto la cara de felicidad de las chicas, de todo mi equipo. Todas estaban con la boca abierta casi sin entender, pero felices. Habíamos pasado a la final. Era nuestra primera final del torneo en nuestro barrio.

Valió la pena agarrar esa camiseta, esa responsabilidad y de cargarme el equipo al hombro. No nos interesaba ganar o perder, sólo queríamos jugar, correr detrás de esa pelota que tanta felicidad nos daba. Aquel día, con un gran trabajo en equipo, ganamos ese torneo, nuestro primer torneo de fútbol femenino. ¡Sí! Mujeres jugando al fútbol. ¡¡¡Ese deporte que nos hacía tan bien!!!

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 Las calles de mi barrio  

Por Soledad Orellana (*)

Empalme Graneros, mi barrio. Al nombrarlo otras personas tienen miedo porque, según ellos, es un barrio peligroso. Algunas personas las escuché decir con cierto desprecio: “Ah, sos de ahí”.

No en todos genera lo mismo. A mí, por ejemplo, me genera empatía, por más peligroso que puedan llegar a pensar que es. Es mi barrio y no lo cambiaría por otro.

La calle Olavarría, entre Génova y Sorrento, donde todos los días voy y vengo caminando para hacer mandados o trabajar puedo observar algunas cosas. En Olavarría pasando Génova hasta llegar a Juan B. Justo el asfalto está en perfecta condiciones. A media cuadra está el hombre que todas las tardes vende tortas asadas enfrente de la pañalera. Pasando Juan B. Justo empiezan las complicaciones: el asfalto roto y la manguera en medio de la calle perdiendo agua constantemente enfrente de la tiendita de ropas de mi barrio.

Si sigo caminando paso Olivé y en esa esquina los contenedores de basura siempre están llenos. “Es que el camión de la basura sólo pasa dos veces a la semana”, comentan los vecinos de la cuadra. Son los únicos tres contenedores para casi todo el barrio. Una locura.

Llego a la verdulería que tiene enfrente a la canchita –más conocida como “la Olavarría”–, donde mejoraron muchas cosas. Por ejemplo, ya no se inunda cuando llueve. En la parte que da a la calle colocaron mesas, bancos, hamacas y un tobogán donde todas las tardes, los niños y las niñas del barrio se divierten jugando mientras el verdulero discute con las vecinas mayores por una fruta en mal estado o los precios.

Sigo caminando y llego al conventillo del barrio. Todas las tardes sale una señora mayor a buscar a su nietito a la canchita. En una de las esquinas está la peluquería. Hace poco que abrieron ese local. Se ve que es buena la peluquera porque siempre está lleno.

Llegamos a Olavarría y pasaje San José donde está el predio de la hermana Jordán, o “la monja”, como dicen los vecinos. Ese edificio ocupa toda una manzana. Tiene el jardín de niños “Niño Jesús”, el destacamento de la Policía y una casa grande donde solía estar el comedor comunitario, pero ahora está abandonado. En una parte hay árboles y de vez en cuando dejan crecer el yuyo demasiado alto y no hay luz. Dicen que en esas partes durante las noches de lluvia se escuchan voces o un bebe llorar. También dicen que se veían cosas raras, pero sólo son comentarios de algunos vecinos.

En la esquina de Olavarría y María de los Ángeles está el nuevo y tan ansiado Centro de Salud Empalme Graneros. Se veía tan lindo en el proceso de construcción y el día de su inauguración. Ahora tiene un año y de afuera se ve tan feo. Se acumularon autos que no sirven y sobre ellos basura. Eso genera impotencia, pero nadie hace nada. Si cuidaríamos entre todos nuestro barrio sería mejor.

En la esquina no pueden faltar las vecinas que están todo el día afuera “tomando mates”. Se juntan la que sabe todo y la que critica. Así pasan su día mirando y criticando cada paso de los vecinos. También están los religiosos del barrio que apenas cruzan saludo con los demás. Casi ni salen de sus casas.

Los pibes de la esquina se juntan a tomar una coca, o eso es lo que pensamos. Así son las calles de mi barrio o parte de ellas.

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*Soledad vive cerca del Club Reflejos, en el Noroeste de la ciudad. Comparte el taller de escritura de la Cooperativa La Cigarra con 15 jóvenes que participan del programa Nueva Oportunidad, una política de capacitación y contención que alcanza a 17 mil chicos y chicas en situación de vulnerabilidad en Santa Fe. El objetivo es que quienes participan adquieran herramientas de inserción laboral y hábitos de convivencia social.

 Por siempre en mi corazón  

Por Alan Aranda (*)

Hola ¿cómo estás? Yo bien. Te escribo para decirte lo mucho que te extraño… Lamentablemente pasamos poco tiempo juntos y tengo pocos recuerdos. Pero lo que realmente importa es que en algún momento me abrazaste y me diste tu cariño, un amor sincero.

Que me contestes es un deseo ficticio, pero me quedo con saber que en alguna parte estás escuchando mis pensamientos o leyendo esta pequeña carta. Muchas personas creen que al morir nos encontraremos con las personas que amamos, y bueno, yo lo creo.

En ese momento voy a contarte todas las cosas que pasé en la vida, las buenas y malas. Porque de las malas algo bueno siempre se rescata, poniéndole un poco de color a esos días oscuros.

Es un placer saber que uno nunca está solo y que siempre hay alguien que te ama. Me despido con un beso y abrazo enorme.

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(*) Alan comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra como parte de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad. Él llegó a conocerlo a través del Club Reflejos, en la zona norte, y forma parte de las 17 mil personas de entre 13 y 30 años en situación de vulnerabilidad que buscan contención y una forma de entrar al mundo laboral.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, Alan se animó a escribir. Usó el espacio para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros. Alan y sus historias son parte de la ciudad y sentimos mucho orgullo de poder compartirlas.

“Todo es lo puedo decir porque me pasó”
Joana Medina
“…Es hermoso cuando entra el sol y todo se ilumina”
Mauro Campos
“¿Fantasía o realidad? ¿Qué más da? Es inevitable”
Jaquelina Orellana
“Con los ojos cerrados y la cabeza hacia el cielo”
Ezequiel Rotela
 Un día como todos  

Por Joana Medina (*)

Las nueve y algo de la mañana. Yo en mi pieza, recién me despierto y lo primero que hago es agarrar el celular. Me fijo la hora y después escucho si hay alguien despierto para levantarme. En realidad, lo que más se escucha son los vecinos. Trato de oír algo. Acaso si es que está mi mamá. Ella es la única con la que tomo mates porque mis hermanitas todavía no toman. No escucho nada así que me levanto y me fijo si está en su pieza al fondo del pasillo. Antes está la pieza de mis hermanos. La de ellos sería la segunda. La mía es la primera y la de mis padres es la tercera.

Hablando un poco más de mi casa: a mí me encanta. Es como mi casa soñada. En realidad, la de toda mi familia. Lo digo porque antes de vivir ahí estábamos en una casa linda también, pero precaria. No teníamos conexión a gas, había techo de chapas y no disfrutábamos del hermoso piso de cerámicos blancos que tenemos ahora. Tampoco había los ventanales corredizos y grandes que tenemos ahora. Incluso ahora tenemos una pieza para cada uno.

Descubrí que me hincha mucho cuando suena el timbre. Molesta porque es muy fuerte el ruido. Antes, en la casa vieja, se tenía que golpear las manos o gritar fuerte para que escucháramos. Era como en todas las casas del barrio porque nadie tenía timbre.

Hace más de dos años que nos dieron la vivienda y ahora sí tenemos una linda cocina y un baño adentro, porque antes estaba afuera. También tenemos un patio grande y un espacio como sala de estar. ¿Qué más podemos pedir? Ahora vivimos en manzanas, ya no hay pasillos ni calles de tierra. Bueno, todavía falta el asfalto en algunas cuadras. Hubo algunos cambios pero los mates con mamá en su pieza y la charla no faltan. Así empezamos el día.

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 Arquitectura de la exclusión  

Por Joana Medina (*)

Pasar vergüenza en público es lo peor. Te baja la autoestima, las ganas de seguir adelante con tus actividades del día y con tus metas, y hasta afecta tus ganas de existir. Todo eso lo puedo decir porque me pasó. El año pasado en la Facultad, en mi primer año de Arquitectura –carrera que me encanta o me encantaba, ahora ya no lo sé– tenía algunas materias que me entusiasmaban mucho: Física, Matemáticas, Introducción a la arquitectura y Materialidad I. Todo era nuevo para mí. Iba todos los días a cursar por la tarde y a la noche me costaba, pero me gustaba. La que más me costaba era Introducción. Había veces que no entendía y me daba vergüenza preguntar porque sentía que si preguntaba me iban a mirar diferente, como si fuera una burra. No sé porque, pero así pensaba.

A la hora de entregar los trabajos lo hacía con miedo porque tenía muchas dudas. Un día me dije “ya fue, voy a preguntar”. Me acerqué lo más que pude a la profe para que no escucharán los demás y le dije: “Profe, no entiendo esta parte”. Ella me miró y me dijo: “Bueno, él te va a ayudar -se refería al otro profe que estaba ese día- porque no puedo retrasar la clase por vos”. Me di la vuelta y me senté con muchísima vergüenza, colorada y con ganas de salir corriendo. Y eso hice. Después de ese día volví a clases sin ganas, pero seguía trabajando y haciendo lo que podía.

Hubo días que por no saber cómo hacer los trabajos seguía sintiendo una gran vergüenza. Dejé de ir y cuando volví la profe me miraba más que nunca. Pensé que sabía lo que me pasaba y esperaba a hablar con ella para aclarar lo que había pasado. Pero ese mismo día me llamó la atención y me dijo: “Volviste y no sé cómo vas a hacer porque hicimos muchos trabajos y no hay como recuperarlos”. Otra vez con vergüenza le contesté: “Profe, lo voy a intentar”. Ella me dijo: “No sé, porque ya estarías libre en mi clase y al ritmo que venís creo que nos volveremos a ver el año que viene”.

Un mes y medio más tarde dejé la Facultad gracias a esa profe tan simpática.

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(*) Joana conoció el programa Nueva Oportunidad en el distrito Noroeste de la ciudad. Cada semana comparte el taller de escritura de la Cooperativa La Cigarra con 15 jóvenes para sumar herramientas y hábitos de convivencia que la lleven a una vida mejor.

Acompañados por periodistas de El Ciudadano Joana se anima a escribir. Habla de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que fueron surgiendo luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

En Santa Fe hay 17 mil chicos y chicas como Joana, en situación de vulnerabilidad, que son alcanzados por esta política de contención que capacita y busca un ingreso al mundo laboral.

 Mi lugar, mi territorio  

Por Mauro Campos (*)

Mi habitación es un lugar donde siempre estoy. Cuando la paso mal estar en mi habitación es como estar acompañado. También me gusta porque paso tiempo haciendo cosas y dibujando. Paso lindos momentos por más que sea sólo una habitación. Dentro de ella hay mucho color, muchas cosas lindas, alegres. Nada es apagado.

Tengo una cortina gigante de color roja. Un mini escritorio y un cajón para guardar cosas. Una cómoda con un lindo espejo, un sofá color celeste, mi cama y la mesita de luz. Por último, están los dibujos. Son muchos. En su mayoría son mandalas que los tengo pegadas en la pared.

También tengo una hermosa repisa llena de cuadros y fotos de mi familia y amigos. La puerta de la habitación es de madera color marrón, como el techo. Tengo una linda ventana gigante que da justo al patio de casa. Es hermoso cuando entra sol y todo se ilumina.

Además, siempre tengo la compañía de mi perrito. Es un cachorro de tan sólo dos meses y llegó a mi vida para hacerme compañía y feliz. Igual que mi habitación, que es mi lugar en el mundo.

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(*) Mauro conoció el programa Nueva Oportunidad en el distrito Noroeste de la ciudad. Cada semana comparte el taller de escritura de la Cooperativa La Cigarra con 15 jóvenes para sumar herramientas y hábitos de convivencia que la lleven a una vida mejor.

Acompañados por periodistas de El Ciudadano se animan escribir. Hablan de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que fueron surgiendo luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

En Santa Fe hay 17 mil chicos y chicas como Mauro, en situación de vulnerabilidad, que son alcanzados por esta política de contención que capacita y busca un ingreso al mundo laboral.

 La tormenta  

Por Jaquelina Orellana (*)

Eran las 3 de la madrugada cuando desperté por un fuerte trueno, el miedo por la tormenta no me dejaba dormir a pesar de que estaba muy cansada y tenía mucho sueño. En un momento empecé a sentir algo extraño. Noté que mi cuerpo parecía haberse quedado dormido, mientras q mi mente todavía seguía despierta. Consciente de todo. Al rato empecé a notar y a sentir como me iba desprendiendo de mi cuerpo, quedé flotando en el aire y de allí podía verme. Mejor dicho, ver mi cuerpo acostado en la cama durmiendo. Sentía mucho miedo, creía que había muerto, pero… ¿Cómo? No entendía nada, quería hablar, gritar, darle unos sacudones a mi esposo para que se despertara, pero nada. No podía, no tenía voz, no tenía nada. Y la tormenta, esa tormenta horrible que no paraba, tras un gran refucilo vino un fuerte trueno. Aparecí afuera, flotaba en el aire, no sentía la lluvia. Todos los techos de las casas comenzaron a volar.

Desde arriba podía ver a todas las personas que estaban en sus casas, gritos, llantos. Miré hacia la mía y vi a mi esposo que me hablaba y sacudía mi cuerpo para que despertara, pero nada. Me resigné, tal vez había muerto. Miré hacia el cielo y una gran luz de un refucilo me encandiló.

Cuando pude ver, estaba en otro lado. Era un lugar muy lindo, con mucho césped, árboles, flores hermosas y en el medio un lago. Comencé a mirar todo alrededor y aparecieron muchas personas que se dirigían hacia mí. Me asusté y empecé a entrar en pánico porque varias de las personas que estaban ahí eran conocidas y ya habían fallecido. Me rodearon y me pedía que llevara mensajes a sus familias. Tenía terror, no quería escuchar todas esas voces, se encimaban y comenzaron a asfixiarme, hasta que no pude respirar.

BOOOOOOMMMM. Otro trueno me hizo saltar de la cama y al fin despertar con un largo suspiro: el corazón a mil por horas, transpirada y cansada como si hubiese caminado o corrido mucho. Tenía mucho miedo, no entendía lo que había pasado.

¿Fantasía o realidad? ¡Qué más da, es inevitable! Si pudiera interpretar todos los sueños que tengo, seguro llegaría a conocerme mejor.

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(*) Orellana conoció el programa Nueva Oportunidad en el Club Reflejos, en el distrito Noroeste de la ciudad. Cada semana comparte el taller de escritura de la Cooperativa La Cigarra con 15 jóvenes para sumar herramientas y hábitos de convivencia que la lleven a una vida mejor. Acompañados por periodistas de El Ciudadano se animan escribir. Hablan de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que fueron surgiendo luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

En Santa Fe hay 17 mil chicos y chicas como Jaquelina, en situación de vulnerabilidad, que son alcanzados por esta política de contención que capacita y busca un ingreso al mundo laboral.

 Las coincidencias no existen  

Por Ezequiel Rotela (*)

En una mañana nublada de verano Jonatan caminaba distraído por la plaza. Contaba las baldosas descoloridas y en un momento sintió que su zapato estaba roto. Decidió parar y se sentó en un banco a tratar de pensar sobre todo lo que estaba pasando en su vida. Con los ojos cerrados y su cabeza en dirección al cielo se quedó profundamente sumergido en sus pensamientos que le decían: “No tenés trabajo ¿Qué vas hacer? La plata que tenés no te alcanza ni para el alquiler. ¿Cómo vas hacer?”. Todas estas malas noticias se repetían en su cerebro cuando una voz fuerte le dijo: “¡Despierta!”

Jonatan se pegó un susto tremendo y trató de reaccionar. Abrió los ojos y ahí estaba ella, con su sonrisa tierna y dulce como la miel. Su mirada era como un portal donde él nunca había ido, donde todo miedo desaparecía y las preguntas eran respondidas. Era morena de ojos brillantes y medía un metro sesenta. Él quedó mirándola medio atontado. Ella le preguntó: “¿Estás bien?”. Y él no podía reaccionar. Sólo quedó encantado por su belleza y su voz. No podía entender como de la nada ella pudo desalojar todo el miedo y todas esas preguntas que lo estaban matando.

Al ver que la miraba sin responder, ella se asustó y decidió alejarse. Él le agarró la mano. “¡Qué alguien me pegue. No puedo creer lo que estoy viendo!”, dijo mientras la miraba con cara de enamorado. Ella, sonrojada, le apretó su mano y lo invitó a caminar mientras los caniches del parque ladraban, las hojas secas caían y la lluvia fría los empapaba, pero eso no les importó. Ellos sólo vivían ese momento, dejando todo a su alrededor.

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(*) Ezequiel comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra como parte de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad. Como él hay 17 mil jóvenes en situación de vulnerabilidad que buscan contención y una forma de entrar al mundo laboral.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano Ezequiel junto a 14 jóvenes del distrito Noroeste se anima a escribir. Usan el lugar para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

“Ver las cosas de otro color”
Florencia Figueroa
“Ser yo misma y calmar mis pensamientos un tiempo”
Ayelen Denis
 Superar el bullying  

Por Florencia Figueroa (*)

Mi personaje tiene 19 años, es de piel morena y 1,50 de estatura. Es una buena persona, con sus momentos de locuras y frecuentes ataques de mala onda con la gente, pero como casi siempre se lo merecen, eso no lo hace ser malo. Sufrió mucho bullying en la escuela y en su casa, aunque hoy en día también con sus amigos. Siempre se rieron porque era gordo, siempre le tiraron su autoestima abajo por el simple hecho de ser así. Claro que se consideraba distinto por no tener “buen” cuerpo o porque como su familia era así iba a ser igual que ellos.

Toda su experiencia en la primaria fue un verdadero calvario, aunque él siempre intentaba sonreir. No le interesó nunca su gordura. A veces le molestaban mucho y cada tanto perdía los estribos con alguien, al punto de terminar a las piñas. Cuando llegó a la secundaria pensó que todo sería distinto y terminó siendo mucho peor. Incluso le llegaron a poner un apodo que siempre lo ponía triste y muchas veces no tenía ni ganas de ir a la escuela o hasta de sentarse a comer, aunque generalmente tenía una actitud positiva.

Buscando una salida decidió cambiarse de escuela para escapar de esa vida de sufrimiento, ya que sabía muy bien que seguir así le traería muchísimos problemas a futuro. Y así fue cuando lo dejaron de gastar, pero cada tanto eso pasa, y sigue demostrando que es feliz, pero ahora lo es en verdad porque ya no siente esa angustia que lo atormentaba. Ve las cosas de otro color y hasta empezó a hacer oídos sordos de lo mucho que un día le dijeron.

Ese personaje soy yo.

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(*) Florencia Figueroa vive en La Florida y a través del taller de escritura de la Cooperativa La Cigarra pudo crear un personaje de ficción que la ayuda a sentirse mejor y soñar con un futuro distinto. Ella es una de las 17 mil jóvenes en situación de vulnerabilidad social de Santa Fe que se capacitan en el programa Nueva Oportunidad. El objetivo es que quienes participan adquieran herramientas de inserción laboral y hábitos de convivencia social.

En los últimos meses periodistas de El Ciudadano enseñan sobre escritura y literatura a 16 jóvenes que llegaron como Florencia desde el Club Reflejos y la vecinal La Florida. Dos veces por semana se animan escribir. Hablan de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que fueron surgiendo luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

 Central, hockey y placer  

Por Ayelén Deniz (*)

Mi territorio podría ser mi casa, donde paso la mayoría de mi tiempo, pero no. Mi territorio es la Ciudad Deportiva de Central que está en Baigorria. Ese es mi lugar, donde puedo ir a despejar mi mente, ser yo misma y calmar mis pensamientos un tiempo.

Es ese lugar con varias canchas de fútbol, un quincho donde las personas pueden ir a comer y pasar un tiempo con los demás, una plaza para los chicos, una pensión donde viven quienes llegan desde otros lugares a jugar al fútbol, una tienda de Central, un bufet, un salón de fiestas, un gimnasio y por último una cancha de césped sintético, donde pasaba mi gran parte del día con un palo, una bocha entrenando y jugando al hockey.

Jugando ese deporte soy yo misma. Estuve casi 4 años jugando. Cada partido, cada práctica… siempre estaba ahí. Tuve que dejar un año y medio por problemas de rodillas y eso me tiró abajo, pero ahora volví con todo para recuperar el tiempo que perdí sin poder jugar: lo que más me gusta.

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(*) Ayelén comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra como parte de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad. Ella vive en La Florida y forma parte de las 17 mil personas de entre 13 y 30 años en situación de vulnerabilidad que buscan contención y una forma de entrar al mundo laboral.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, Ayelén se animó a escribir. Usó el espacio para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros. Ayelén y sus historias son parte de la ciudad y sentimos mucho orgullo de poder compartirlas.

Producción y coordinación general: Silvina Tamous, Luciano Vigoni, Agustín Aranda, Matías Ramírez, Marcelo Moglione

Profes: Carina Ortiz, Negui Delbianco, Franco Trillini    Fotos: Franco Trovato Fuoco    Diseño: Arte El Ciudadano

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