En su primera novela, Todas nuestras maldiciones se cumplieron, Tamara Tenenbaum (1989), autora del exitoso ensayo El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI, narra el tránsito a la madurez de una chica que creció en una comunidad judía ortodoxa, cuya vida está moldeada por una bomba que explotó una mañana de invierno en el barrio porteño de Once, haciendo estallar también todas sus certezas.
Periodista, docente, licenciada en Filosofía y autora del libro de cuentos Nadie vive tan cerca de nadie, Tenenbaum retoma en esta novela temáticas exploradas anteriormente en sus textos, como su crianza en una endogámica comunidad religiosa ortodoxa, el peso de los mandatos, o el cargar con algo del pasado de lo que apenas se tiene recuerdos.
Desde una escritura que juega a desdibujar los límites entre verdad y ficción, la protagonista de esta historia, Tamara, está a punto de comprar su primer departamento con la indemnización que le pagó el Estado luego de que su padre fuera una de las víctimas fatales de la explosión de la Asociación Mutual Israelita Argentina (Amia), el atentado terrorista más grande ocurrido en el país, que tuvo lugar el 18 de julio de 1994. A partir de allí, todos los vínculos de su vida son moldeados por aquel episodio: una familia repleta de figuras femeninas fuertes, decididas, que tienen que salir adelante, y una serie de figuras masculinas satélite, ausentes, en segundo plano, como afantasmados.
«Pensé que hablaban de naufragios. Pero seguí escuchando y entendí que hablaba del mal, no del mar: es el mal lo que no se le desea a nadie. Por eso las maldiciones en idish siempre vienen mezcladas en una cosa linda, decía mi tía: «que entre la bendición de Dios en su paquetito de desgracias»», dijo la voz narradora en el primer capítulo bautizado «El mar no se le desea a nadie».
«Hay una paradoja en lo que uno desea, así como en lo contrario, lo que no se desea. Hay una maldición que dice «ojalá se cumplan todos tus deseos». Esa tensión recorre todo el libro que empieza con una tragedia, la muerte del padre. Es algo con lo que convivo, esa pregunta. Algo que yo jamás debería desear es lo que me salvó. Es duro. Es curioso agradecer cosas terribles que te pasaron, o por lo menos aceptarlas, vivir con eso, y no desear que no hubieran pasado», dijo la autora en diálogo con Télam.
«Hace mucho que quería escribir una novela con la historia de mi papá -que murió en la Amia- pero a la vez sentía que no había mucho que decir de mi parte: murió cuando yo era muy chica, no tengo recuerdos de él, no me involucro con la causa. Siempre digo que soy una pésima víctima. Entonces pensé ¿Qué tengo para decir sobre eso? ¿Qué quiero hacer con esa historia? Y me di cuenta que lo que quería poner en primer plano no era la historia sino la literatura. Y ahí empecé a entender todo un poco más y a desarmar un universo», agregó Tenenbaum.
En el transcurrir de la historia, la protagonista no está dispuesta a aceptar mandatos que, a medida que crece, se le vuelven cada vez más absurdos, y mientras rompe ataduras con su comunidad de origen en busca de un horizonte menos asfixiante, adivina que allí donde hay libertad también habrá desconcierto y dudas.
El libro está compuesto por figuras femeninas fuertes, decididas, y figuras masculinas más bien desdibujadas, afantasmadas. “Las mujeres muestran desdén hacia los varones porque sienten que nunca les han servido para nada. Es una forma muy extraña de feminismo/machismo que manejan nuestras madres y abuelas. O de hacerles todo porque en el fondo los consideran unos completos inútiles. Es algo que aprendí y que me tuve que sacar de encima. Yo no quiero ser así pero cuesta sacarse eso de encima, ese desdén hacia lo masculino. Siempre que se habla de la relación entre hombres y mujeres aparece en términos de poder, de dominación, del varón violento o ausente. Pero acá es más bien el desdén de ellas, construyendo su mundo al margen de ellos, dejándolos un poco afuera. Y no recuerdo haber leído mucho sobre eso. Lo que ellas hacen es organizar un mundo prescindiendo de ellos, como modo de supervivencia”.
Además, reconoció que encuentra una “libertad absoluta” al tomar elementos de su propia vida para armar un personaje de ficción. “Encuentro una libertad absoluta porque, de hecho, hay un montón de ficción. Uso lo que me sirve y lo que no me sirve, no. Hay muchas cosas que dice la narradora que yo no pienso pero me gusta ponerlas ahí: funcionan. No lo considero como un testimonio que tiene el deber de ser verdad, aunque si hay hecho que lo son. Entiendo que la experiencia para el lector no es la misma si sabe que mi papá se murió en la Amia pero yo trabajo con eso todo el tiempo y me tomo muchísimas libertades. Me interesa hacer literatura, no testimonio, justamente porque no hay grandes cosas que puedas aprender sobre la Amia leyéndome a mí. Por eso uso lo que me sirve; lo pienso en términos de un material del que dispongo. Pero no es una historia que «necesito» contar. Para nada. Y a mi eso me da mucha libertad”, compartió.
Por otro lado, y consultada sobre cuándo se termina de desarmar ese sistema con el que la criaron, ya que en el texto hay múltiples referencias a su infancia en una comunidad judía ortodoxa, Tenenbaum señaló: “Yo no creo que tenga cosas que desarmar a esta altura. Pensá que yo me fui de la religión a los 12, 13 años, y ya tengo 32. Ya viví mucho más tiempo afuera que adentro. Y como nunca creí -a diferencia de mis hermanas, que perdieron la fe en algún momento- nunca tuve que sacarme la culpa de, por ejemplo, comer jamón. Nunca nada de eso me dio culpa o me interpeló. Entonces, no siento que tengo algo que sacarme de encima. Me pasa todo lo contrario, es un material que me interesa y me gusta usar. Por el contrario, a veces me encuentro tratando de hacer memoria con esas cosas porque me interesa disponer de eso. Y no solo hay cosas que no me acuerdo si no que hay cosas que nunca supe. El hebreo lo hablo bastante mal. No hablo idish. No celebro Yom Kipur ni Pesaj, no hago siquiera las cosas que hacen los judíos laicos. Cuando vuelvo al tema es para poder contarlo de maneras que me sirvan”.
Por último, y ante la cita “todo lo que una mira muy de cerca se convierte en un hogar y los hogares son un espanto”, la periodista y docente explicó: “Ese es un trauma mío que tiene el personaje. Es una pregunta acerca de qué pasa con aquello que permanece. Yo tuve muchos años esa idea de que me quería ir y romper con esa vida que me habían dado. Pero no había pensado que después había que construirse otra vida que también, en algún momento, se te hace pesada. Para mí «lo que se mira de cerca» es la permanencia, lo que se vuelve cotidiano, lo que deja de ser especial. Me preocupa cómo sostener el brillo. Siento que mi infancia me dio una perspectiva, ni mejor ni peor. Lo que marca mi perspectiva como autora tiene que ver con la posibilidad de mirar el mundo de afuera. Pero hace tanto tiempo que me fui que entonces a veces eso ya me falta. ¿Cómo se hace para seguir mirando el mundo con ojos nuevos siempre? ¿Cómo se hace para seguir mirando la vida así? Uno no puede estar cambiando todo el tiempo. Es difícil. Eso que me parecía tan fascinante antes ahora me puede parecer tan pesado”.