“No tendríamos que encerrarnos tanto en ser hombre, mujer, gordo, flaco, qué se yo. Yo me siento mujer aunque no lo sea ni pretenda serlo. Soy una chica trans, un tercer sexo, un puto, como quieran decirme. Y ante todo, soy Laly”. Al principio, había suspirado. “¿Qué es ser mujer?”, era la pregunta. Ella exclamó “¡Uy!”, y pensó que no sabría la respuesta. Sus tres amigas, una hora antes, habían hecho lo mismo. Sin embargo, ninguna se dio cuenta de que en realidad sabían qué decir, y en cambio se dispusieron a teorizar al respecto. Alejandra, Michelle, Laly y Karla son cuatro chicas transexuales de Rosario que, en el marco del Día Internacional de la Mujer, reflexionaron acerca de su género, sus sensaciones y definiciones de “ser mujer”, desde adentro de una comunidad que aún continúa al margen de la sociedad.
Es martes por la tarde y a las cuatro comienza la reunión semanal de la Comunidad Trans de Rosario. Como suele suceder en cada encuentro, las chicas llegan pasadas las y media. Preparan mate, deciden si tomarlo dulce o amargo; compran bizcochos y galletitas dulces, halagan sus ropas y cortes de pelo, se ponen al día en amoríos y una que otra novedad. Luego, pasan a discutir cuestiones de índole política y militante, del tipo dónde y cómo festejar el Día de la Mujer, cómo hacer para tal o cual actividad, cómo actuar frente a tales otros sucesos que se dan en la ciudad. Y, entretanto, invitan a la cronista que ese día se había acercado a que saque el grabador y pregunte.
El convite se acepta. ¿Qué es ser mujer para ustedes? ¿Quiénes son cada una de ustedes? Todas suspirarían y ninguna se animaría a arrancar, aunque luego, y por más de una hora, entraron en una reflexión y debate alrededor de las preguntas, sin que la observadora tenga que hacer más que escuchar.
“Yo pienso que una mujer siente de manera mucho más profunda que el hombre. Que la mujer es mucho más sensible y que es mucho más linda, valiosa, respetable, inteligente”, dijo Karla. Ella tiene 39 años y en el grupo aparenta ser una suerte de madre, o la hermana mayor de sus compañeras. Sus historias, algunas lindas y otras terribles, se remontan más allá del año 1996, y entonces es una fuente de apoyo e información para sus amigas más jóvenes.
Según recuerda, ella nunca había pensado poder llegar al centro en colectivo y sentarse a hablar del tema. Mucho menos salir a la calle, volantear, marchar, pedir algo más allá de que no la llevaran presa o la dejaran comprar un par de zapatos. Sin embargo, ahora Karla vive en pareja, dice estar enamorada de “su” Miguel, que tuvo suerte al encontrarlo y que, ante todo, le haya dicho que la quiere por su persona. “Y eso es muy lindo porque le advertí: «Soy trans y se nota, y al lado mío vas a sufrir lo mismo que yo»”. Así, Karla vuelve a su última reflexión: “Soy una mujer transexual, diferente e igual a la vez. ¿Se entiende? Creo que cada una se siente mujer a su manera. Eso hace a la diversidad. Y en conclusión, lo que se trata de buscar es el respeto ante esta sociedad tan machista y que, con respecto a nosotras, no evoluciona en muchos ámbitos. Se nos niegan muchos derechos. Por eso es necesaria la lucha, agruparse, pedir, militar, reclamar, reivindicar”, se planta.
La más tímida de las cuatro es Ale. Tiene 31 años y es conocida por ser una excepción: trabaja en la Facultad de Ciencias Bioquímicas de la Universidad Nacional de Rosario y en su documentación laboral figura quién ella es y eligió ser: Alejandra. Hasta hace poco, tenía miedo de salir de su casa. “De que me digan algo, me señalen o me caguen a patadas”, confiesa. Nunca había viajado en colectivo ni se acercaba al parque. “Ahora es otra cosa. Me voy hasta la isla, las marchas, las reuniones, de acá para allá”, describe.
Ella se lo agradeció a Michelle y al grupo con el que se junta, que la bancó y acompañó. “Hasta pude conocer a mi novio”, agregó, y no es un dato menor. La pareja que acompaña, ya sea para una chica trans como para cualquier persona, es un orgullo que no se quiere obviar de ninguna manera. “Yo le cocino a mi novio. Pero estaba pensando, y no sé si ser mujer es el hecho de ser ama de casa, de ser mamá, llevar a los hijos a la escuela. Cocino y a veces limpio, y no sé si eso me hace mujer, conozco a algunas que no lo hacen y eso no quita nada. Yo tengo una forma de ser, y es que yo soy yo”, busca explicar, y lo hace.
Cuando Laly llegó a la reunión, todas le dijeron lo mismo: “¡Vos siempre tan fashion!”. Llevaba puesto un vestido strapless largo, una campera de jean, y lucía, al mejor estilo de una publicidad, su pelo, muy rubio y muy largo. Su andar, su altura y elasticidad se roban todas las miradas, quiera o no, esté donde esté. Según contó, ella “siempre” fue trans: terminó la secundaria como travesti y se graduó con vestido. En su casa y afuera siempre hizo su vida, y punto.
“Y esperé que me pregunten”, aunque, dice, todo era muy obvio. “Siempre me gustó tener estética de mujer, costumbre de mujer, el interés de una mujer. Sé que nunca voy a llegar a ser mujer porque nací hombre, pero no pretendo serlo. ¡Yo soy Laly! Estoy segura de lo que quiero y siento, por eso también me gusta tener un principio ideológico de mujer; una opinión. Por haber nacido hombre fui machista, pero a lo largo de la vida aprendí otras cosas. Y me di cuenta que los principios de una mujer son más valorables que los del hombre”, define.
Michelle es clara y concisa, no anda con vueltas ni duda, aunque haya admitido que la pregunta no le fue fácil. “A mí me molestan las etiquetas. Yo soy Michelle y me considero una mujer, no sé si soy igual a otra mujer porque no sé lo que siente una mujer”, se afirma.
Ella es peronista y dice que la militancia marcó un antes y después en su vida. Se pregunta, además, y entre risas, si no podría incluso llegar a ser una mujer feminista: “No soy una mujer típica. No limpio, a mi pareja le cociné diez veces en cuatro años y medio. Es que para mí hay cosas que no marcan ser mujer. Lavar un plato, por ejemplo. Para mí es lo emotivo, lo que yo siento, lo que me pasa por el corazón y la cabeza”.
Como sus amigas, ella prefiere decir que es Michelle, que la hacen muchas cosas más que un estereotipo y que su estética no fue ni es más que una forma de exteriorizar lo que siente y lo que pasa por su interior: “Yo no dejé de ser hombre y empecé a ser mujer, fui siempre quien soy. Creo que en la infancia de cualquier criatura, ser hombre o mujer no es más que una construcción. Crecés y te hacés: hombre, mujer, abogada, comprometida, militante. Vas despertando quien sos, y construís muchas cosas más que el género”.