Especial para El Ciudadano
Durante meses la Sección de Orden Social de la División de Investigaciones seguía sigilosamente el rastro de un hombre de nacionalidad polaca. El investigado fue sorprendido mientras participaba de una mesa de apuestas ilegales, pero la Policía lo buscaba por la comisión de otro delito.
“Un mal necesario”
A inicios del siglo XX la modernización internacional del comercio y las comunicaciones facilitó la incorporación de la Argentina al mercado mundial. En ese proceso, el volumen de las exportaciones agropecuarias y la recepción masiva de inmigrantes hicieron de Rosario un centro portuario estratégico.
La ciudad se transformó progresivamente en un conglomerado de nacionalismos europeos, colectivos religiosos e identidades étnicas comparable con otras metrópolis de reconocida fama internacional. Los cambios repercutieron en la estructura productiva, pero su impacto más notorio estuvo en la vida social.
Algunos rasgos del crecimiento se evidenciaron en las obras públicas que emprendió la Municipalidad. Se inauguró el Hospital Centenario, el Círculo Médico y la Biblioteca Nacional, mientras el desarrollo del tranvía conectó la ciudad desde su radio céntrico hacia las zonas periféricas.
Pero la modernización no siempre colmó las expectativas de las autoridades. Entre la población germinaron algunas prácticas consideradas “males sociales”. El incremento del alcoholismo, la aparición del juego, la propagación de enfermedades y la trata de blanca fueron interpretadas como el resultado inevitable de la expansión social.
El crecimiento exponencial de la población masculina estuvo ligado a la intensa actividad portuaria, pero su importancia se debió más al estrecho vínculo que tuvo la presencia de varones con la difusión de la prostitución.
La caravana de hombres, transeúntes ocasionales, trabajadores a destajo, visitantes ilustres del mundo, todos por igual, sin distinción de clase o instrucción, circulaba por la ciudad buscando satisfacer sus apetitos sexuales fuera del hogar familiar.
La prostitución hizo su aparición en la escena pública como una válvula de escape cuya popularidad contrastó con el rechazo de la opinión pública. Calificada como un “mal social” inextirpable, un ejercicio ilegítimo de la sexualidad sin fines reproductivos, la respuesta ante su difusión fue el diseño de políticas públicas tendientes a regular la actividad.
La experiencia reglamentarista representó una novedad. Rosario fue el primer lugar del país donde se puso en práctica. El sistema dispuso una serie de ordenanzas que intentaron articular la vigilancia policial, los controles sanitarios y el registro administrativo de la burocracia estatal.
Por un lado, las prostitutas tenían que inscribirse en la Asistencia Pública y, a partir de 1917, también debían hacerlo en las oficinas de Moralidad Pública de la División de Investigaciones de la Policía. La Municipalidad daba el consentimiento y registraba la práctica de los burdeles.
Por otra parte, la legislación definió el radio de la actividad prostibularia. Entrado el siglo XX nació la fama del barrio Pichincha, que en los registros administrativos figuraba como la región noroeste. Los burdeles de mayor popularidad se radicaron en la zona delimitada por las calles Pichincha (hoy Riccheri) y Suipacha desde Salta hasta los paredones del Ferrocarril Central Argentino.
El Café Royal, El Paraíso (conocido como Madame Sapho), Mina de Oro, Montecarlo o El Gato Negro son algunos de los nombres de aquellas casas de tolerancia donde la impúdica lujuria de clientes ávidos de sexo se mezclaba con los rigores del mundo prostibulario.
Para las autoridades la popularidad de la prostitución tradujo la relajación de la moral y la perversión de los sentidos cuyo alcance hizo imposible cualquier iniciativa para erradicarla. Siempre asociada con las enfermedades venéreas, la falta de higiene y la amenaza contra la decencia, la prostitución se enraizó en la sociedad como un mal necesario.
“Solitario y ya vencido, yo me quiero confesar”
En el diccionario del lunfardo argentino la palabra “caften” significa propietario, dueño o regente de prostíbulos. El término no perduró con la popularidad que conservan algunos sinónimos como proxeneta o rufián, que en rigor también precisan la acción de aquella persona que intermedia en la trata de blancas.
El circuito reglamentado de la prostitución fue sólo una cara del complejo mundo de meretrices, madamas y casas de tolerancia. En la medida que su práctica se difundió, los límites entre la legalidad y el delito tendieron a borrarse dando lugar a la proliferación de mantenidos o caftenes.
En su primer ingreso a la comisaría Máximo G., sin dar demasiadas precisiones, dijo que era comerciante, aunque también mencionó que estaba vinculado con el mundo artístico. Los uniformados de la comisaría 9ª habían sorprendido al hombre de nacionalidad polaca merodeando la zona de prostíbulos en la esquina de Brown y Balcarce.
La Comisaría 9ª fue el lugar predilecto de los rufianes. Ubicada en Pichincha, su estrecho vínculo con la vida prostibularia generó el malestar de la opinión pública. En el imaginario social, Pichincha era un lugar repleto de personajes tenebrosos, traficantes todopoderosos que en connivencia con la Policía imponían sus propias reglas a fuerza de cuchillo y pistola.
De aquel interrogatorio durante la primavera de 1929, los investigadores concluyeron que Máximo G. era caften. En las declaraciones el detenido no pudo convencer a las fuerzas sobre su fuente de ingresos. Lo más llamativo fue que el polaco alegó ganarse la vida componiendo letras de tango.
Durante las primeras décadas del siglo XX, los tratantes de blanca o rufianes desarrollaron varios mecanismos para ampliar sus redes de captación de mujeres. Así aparecieron asociaciones civiles que agrupaban a hombres de la misma nacionalidad bajo el pretexto de fomentar el comercio y la solidaridad entre compatriotas.
Sin embargo, detrás de ese entramado administrativo, lo que aproximaba a los integrantes de la asociación no era tanto el amor por la madre patria como su condición de caftenes. Este es el caso de la Zwi Migdal, un desprendimiento de la Sociedad de Ayuda Mutua Varsovia que logró un poder absoluto sobre el negocio de la prostitución, tanto en Buenos Aires como en Rosario.
En vísperas del fin de año, la policía irrumpió en un domicilio de la calle General López y Sarmiento. En el lugar, las fuerzas del orden dieron con una mesa de apuestas ilegales donde varias personas disputaban una partida de “faro”, un juego de cartas en el que para ganar, los apostadores deben acertar el número de la baraja que descubre el banquero o croupier.
En la redada Maximo G. volvió a ser detenido y sometido a otro interrogatorio. Tras varios meses de seguimiento, el investigado insistió en señalar que su profesión era la de compositor. Sin embargo, al sentirse asediado por la Policía, confesó que la mujer con la que vivía en el inmueble allanado, Esther R., era pupila de un reconocido prostíbulo.
En la casa de calle General López la policía incautó varios cuadernillos con letras de tango escritas en yiddish, un idioma perteneciente a las comunidades judías asquenazíes del centro y este europeo. En su tapa, el cuadernillo exhibe la foto de Máximo G. a modo de presentación y algunas dedicatorias a sus parientes más íntimos.
REFERENCIAS
Alicía Megías, Agustina Prieto, María Luisa Mújica, María Pía Martín, Mario Gluck. “Los desafíos de la modernización. Rosario 1880-1930. Cap. Sexo y geografía en la ciudad: Pichincha, barrio prostibulario. Rosario,1914-1932, María Luis Mújica
Múgica, María Luisa (UNR). (2007). La prostitución reglamentada en Rosario: un problema público, un problema privado. Nuevas miradas a la luz de fuentes policiales. XI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Tucumán, San Miguel de Tucumán.
Prontuario de la Sección Orden Social de Rosario (1905-1940); Archivo General de la Provincia de Santa Fe (2022).
Muestra “Archivos Secretos. Prontuarios de la División de Investigaciones de la Policía de Rosario (1905-1940).
Comentarios