Las vacaciones de verano siempre despiertan polémicas con relación a la conveniencia de dar tareas para que los alumnos realicen en sus casas. La biblioteca está dividida.
Muchos sostienen que es importante mantener a los jóvenes ocupados con deberes escolares, mientras otros tantos dicen que es un período en el que el estudiante debe disfrutar de otras actividades que no son las que habitualmente desarrollan en el aula.
Los padres también se encuentran en esta disyuntiva, en la que las tareas de vacaciones pueden influir en la organización familiar. En este marco, muchos deciden inscribir a sus hijos en colonias de vacaciones, con lo cual resuelven el ocio del niño junto a otras actividades de carácter lúdico y hasta educativo. Otros tienen la posibilidad de irse de vacaciones y muchos se quedan en sus casas pasando el tiempo de la mejor manera posible. En cualquiera de los casos, las tareas siempre son un tema a resolver.
Algunos especialistas sostienen que las tareas de vacaciones no son relevantes para que los jóvenes conserven activo su sistema cognitivo. Muchas actividades de tipo recreativas, como ir a plazas, museos, cines y otros espectáculos, también mantienen al joven conectado con el aprendizaje. En algunas oportunidades, el vínculo establecido con quienes realiza estas actividades (la familia, por ejemplo) ayuda a la efectividad de la enseñanza porque aparece precedida por afectos primarios.
El informe Coleman, realizado por el sociólogo James Coleman, sustenta que en aquellos en quienes no se promueve el aprendizaje durante esta época se distancian hasta dos meses en su desarrollo cognitivo y en destrezas de lenguaje, en comparación con quienes viven el receso de manera lúdica y pedagógica.
De cualquier manera, es poco probable que durante las vacaciones los chicos no realicen ninguna actividad de carácter lúdico que le proporcione aprendizajes significativos. Jugar con vecinos en la calle o en alguna plaza del barrio, ir al club o realizar cualquier otro tipo de encuentro despliega en el joven aprendizajes de carácter actitudinal. Las estrategias del juego y el contacto con otros proporcionan, además, enseñanzas de tipo procedimental y hasta conceptual.
Otro debate que surge entre los especialistas es qué tipos de aprendizajes son necesarios desarrollar para que los jóvenes mantengan activos sus sistemas cognoscentes.
El licenciado en Educación Héctor Botero señala que “durante las vacaciones se dejan los estudios de lado y esto puede conducir a que el sistema neuronal disminuya, haciendo perder ritmo de aprendizaje”. Con algunos minutos dedicados a actividades intelectuales como leer, armar rompecabezas o jugar con juegos de mesa, puede estimular la capacidad de analizar, interpretar y memorizar que hacen que el joven quede vinculado con procesos de enseñanza, sostiene.
La socióloga y periodista Olivia Sorh dice que las vacaciones de verano tienden a generar mayores desigualdades en la sociedad, toda vez que los hijos de los chicos de familias con mayores recursos económicos y culturales tienen mayor nivel de aprendizaje durante el verano, mientras que aquellos que vienen de familias menos favorecidas inician el año en desventaja.
En este sentido, propone algo que la posiciona como “persona no grata” entre los estudiantes: “Aumentar la cantidad de días de clases como política redistributiva, que favorece a los más desventajados”.
Algunos pedagogos sostienen que las tareas de vacaciones no contribuyen de manera sustantiva a aumentar la capacidad cognitiva de los estudiantes; además, el uso de las tecnologías hogareñas mantiene a los niños en permanente contacto con aprendizajes.
Más aún cuando los jóvenes investigan por su cuenta, crea un interés genuino por aprender.
Estos especialistas entienden que mayor cantidad de tareas no implica necesariamente más rendimiento académico y que, además, hasta podría ser contraproducente.
Sostienen que las tareas de vacaciones deberían ser sencillas y breves y apuntar a los intereses que tienen los estudiantes. También consideran que convendrían ser enfocadas a mejorar sus habilidades para estudiar.
“Un estudio de la Universidad de Stanford, señala la publicación «Deberes al debate», encontró que los estudiantes de países como Japón, Dinamarca y la República Checa, a quienes les asignaban pocas tareas, se desempeñaron mejor que los estudiantes de Grecia, Tailandia e Irán, que solían tener grandes cantidades de tareas. Finlandia, líder en exámenes internacionales, limita las tareas a media hora por noche”. Argentina se encuentra entre los países que suelen asignar tareas a sus estudiantes en un promedio de 8 horas semanales.
La psiquiatra y psicoanalista infanto-juvenil Liliana Moneta sostiene que los chicos están muy sobre exigidos como consecuencia de la intensa actividad escolar y extraescolar que poseen. “Están muy agotados a estas alturas del año. Tienen necesidades físicas y psíquicas de tomarse un respiro. El ocio también es muy importante para ellos. Los ratos de esparcimiento les van brindando experiencias que, de alguna manera, conforman la personalidad del chico. Las vacaciones son un buen momento para que pasen tiempo con sus padres y socialicen con sus pares”, dice.
Actividades extras
Pero no todo el cansancio del año proviene de la escuela. Parte del “agotamiento” de los jóvenes, que hasta se está transformando en un problema de salud pública, tiene que ver con la cantidad de actividades extracurriculares que realizan. Si bien son actividades que los mantienen activos y en permanente aprendizaje, también producen un estrés crónico la mayor parte del tiempo.
Una posición alternativa a las anteriores sostiene que sería adecuado apuntalar con tareas de vacaciones a aquellos estudiantes cuyo proceso fuese flojo. Desde este punto de vista, tiene sentido hacer un refuerzo si el chico cursó alguna dificultad que pueda mejorar durante el período de vacaciones. Además, evitaría desconectar al niño del proceso de aprendizaje.
El profesor Oscar González dice que los deberes no deben ser obligatorios y “sólo son recomendables para los niños que han suspendido y necesitan un refuerzo específico.
Para los que les ha ido bien en el curso puede ser perjudicial porque ya se lo saben y les resultará un aburrimiento. Además, agrega, que no hay ningún estudio científico que demuestre que por tener más refuerzo en estas fechas se obtengan mejores resultados en el curso siguiente”.
En el marco de estos debates, los padres suelen ser actores de reparto que en estos meses pasan a un primer plano debido a que, si los chicos se cargan de tareas durante el período de vacaciones de verano, son los encargados de supervisar los trabajos; vale decir, pasan a ser los docentes de sus propios hijos. Esta situación no queda librada de tensiones familiares, puesto que muchas veces los adultos no pueden ayudar pedagógicamente a los chicos, situación que puede conducir a la frustración de ambos.
Otro aspecto de las tareas es que el docente tendrá trabajo extra a su regreso de las vacaciones, ya que para que el proceso pedagógico al cual se apunta tenga efectos positivos, los deberes deberán ser corregidos y eventualmente rehechos. Esto sostendrá la tesis que el tiempo del joven haya servido desde el punto de vista pedagógico.
Como queda expresado, las posiciones en relación con las tareas no son coincidentes entre los especialistas, sin embargo, todos se preocupan por que los jóvenes en verano duerman y jueguen más pero, también, fortalezcan contenidos para empezar el siguiente ciclo en mejores condiciones.