Cada vez que le agrego un poco más de queso rallado a los tallarines, me acuerdo de Tato Bores cuando se preparaba sus spaghettis televisivos que compartía con sus visitantes. Y con todos nosotros.
Ahí el maravilloso Tato, que hasta hoy sigue siendo irreemplazable, agregaba algo así como “no demasiado queso rallado, para cuidarse del colesterol”.
Y el tiro del final le vino desde un wing tan diferente.
La parca, siempre acechante, se despachó con una complicada y maldita enfermedad que hizo que el colesterol de Tato apareciera casi como un tónico recomendable para fortalecer niñitos desnutridos.
Entonces, pienso ahora, que sin caer en el despilfarro de grana padano –que vale lo mismo en Europa que en la Argentina, dicho sea de paso– si me pongo un poquito de más y la parca me acecha desde algún ángulo insospechado, en ese instante por lo menos, me voy a dar el gusto de hacerle notar cuánto, pero cuánto –también sin caer en el despilfarro– le hago pito catalán.
El grana padano, para los que merecen la explicación, y según los entendidos, es el queso italiano que más se adapta para rallar sobre la pasta. Por supuesto que debe estar bien estacionado, con la dureza justa que le da el sabor que corresponde. Sé que puede sonar tilingo, pero nada que ver con esos inclasificables “quesos de rallar” genéricos, sin estacionar, blandos y húmedos por falta de estacionamiento, con gusto indefinido, con que nos engrupieron siempre por tierras argentinas.
Y siguen, impertérritos. Y vendiéndolo al mismo precio que el queso con proceso de fabricación específico y estacionamiento adecuado. Y, en el país de las vacas y la leche que es la Argentina, y según lo que vi últimamente, al mismo precio que aquí.
Controle, por favor: aquí cuesta entre 48 y 70 pesos el kilo. Por favor, dígame el precio allá así me mantengo actualizado para mi próxima tallarinada argentina. Porque como cantaba Serrat, entre esos tipos del queso de rallar de allá y yo, hay algo personal. Yo le llevo medio kilo del de aquí en la valija, rallamos y después me cuenta.
Moralejas: na, es que no le escatime un poquito más de grana a los tallarines de hoy –sin despilfarro– porque la más complicada, la sin apelaciones, le puede dar la mala sorpresa cuando menos se lo espere. Jódala un poquito hoy. Total qué le va a importar, si ella siempre gana.
Y otra, como decía ese ser humano de óptima calidad argentina que era Tato, “con la neurona atenta” a los fabricantes de esas papas húmedas que allá le llaman “queso de rallar” y ahí pegue el grito rebelde y –solamente allí– complete con: “Vermouth con papas fritas y ¡good show!”.