Claudio Martín transita por nuevos rumbos. A pesar de que continúa vinculado al arbitraje desde la instrucción y la docencia, a los 50 años la vida también lo llevó a tomar otro tipo de conducción. Al ex árbitro internacional, que supo dirigir en torneos nacionales, copas internacionales, Eliminatorias Sudamericanas y campeonatos juveniles y preolímpicos, entre otras competencias, tranquilamente puede cruzárselo todos los días por las calles de Rosario circulando al mando de un taxi de su propiedad.
“Lo que no va a faltar en un viaje con un cliente es una charla de fútbol”, bromea Martín mientras apura el sorbo de café. “En pocillo y sin azúcar ni edulcorante, así sale más concentrado”, recomienda el corpulento ex árbitro. “¿Cómo salió esto de manejar un taxi? Simple. Es lo mismo que hacía antes de empezar el instructorado, allá por mediados de los 80”, confiesa el rosarino.
“Y no me avergüenza contarlo. Con la guita que me quedó del retiro decidí comprarme una chapa. Es un trabajo digno y honrado como cualquier otro”, asegura Martín sobre la rutina de salir a manejar un vehículo de alquile, desde primeras horas de la mañana hasta la nochecita. “De noche no salgo. La calle está muy brava”, reconoce. Asimismo, aprovecha los horarios nocturnos para dictar clases en la Cooperativa de Árbitros de Rosario, entidad situada en Callao al 500, y en el Instituto de Periodismo Deportivo Ieserh.
—Un árbitro de primera división y con categoría internacional, ¿hace guita a través del referato en el fútbol para asegurarse un futuro?
—No tanto. Podés hacer una diferencia pero tampoco vas a tener millones como los jugadores. Con el arbitraje yo pude tener mi casa y mi auto. Pude mantener a mi familia. Y con los ahorros pude comprar una licencia de taxi. Ojo que también te podés patinar toda la guita y chau. En mi caso, pude administrarla bien para que a mi familia no le falte nada.
Hasta el 2011, y a partir de una experiencia de diez años (1997/2006) en la máxima categoría del referato nacional, Claudio Martín tuvo la posibilidad de trabajar como instructor de la dirección de formación arbitral, de la Escuela de Árbitros de la AFA. “El fútbol ha cambiado con relación a la época en la que yo dirigía: se juega menos. Y hay responsabilidades de todos. Los arbitrajes son más permisivos y los jugadores protestan cualquier fallo. En el fútbol inglés hay un promedio de cinco o seis faltas por tiempo. Acá estamos en alrededor de cuarenta infracciones por partido. En la Escuela de Árbitros de AFA, en donde tuve la posibilidad de trabajar, se instruye a los referís. Pero después el Colegio se encarga de las designaciones. Y los árbitros son inteligentes. Saben el estilo de conducción de Francisco Lamolina y se encolumnan detrás de esa línea. A veces pasan cosas insólitas. De hecho es inconcebible que no haya pasado nada cuando (Néstor) Pitana se olvidó de pasar aquella amarilla a (Julio) Buffarini de San Lorenzo por un grosero error administrativo. En otro momento te paraban”, cuestionó.
—Entonces predomina el siga-siga por encima de los fallos severos. Hay excepciones. Por ejemplo, a Mauro Vigliano no le tembló el pulso para expulsar al Gringo Heinze.
—A mí también me sorprendió porque Vigliano no aparece entre los árbitros severos. Como quizás sí lo sean Diego Ceballos o Silvio Trucco. Por ejemplo, Germán Delfino me sorprendió gratamente. Y también Pablo Díaz. En cuanto a Heinze contra Arsenal, se hizo amonestar por cometer una infracción cuando la pelota ya había pasado y después vio la segunda amarilla por un planchazo. Vigliano habrá analizado a Heinze mirándolo en otros partidos por TV y decidió ponerle un límite. Está bien. Lo mismo le había pasado a (Rafael) Furchi con (Guillermo) Barros Schelotto. Le habló y le protestó tanto que se hinchó las pelotas y lo terminó expulsando. Y después el Mellizo tuvo códigos porque no puso excusas. Cuando se lo preguntaron dijo que estuvo bien echado. Y punto.
—¿Qué pasó entre vos y Sergio Pezzotta?
—Ni me lo nombres.
—¡Pero ustedes eran muy amigos!
—¡Obviamente! Hicimos toda la carrera juntos desde que éramos aspirantes. Juntos hemos vivido un montón de experiencias. Acá el tema es que yo siempre salgo a defender a mis colegas. Nunca me pondría del lado de un dirigente, como él sí lo hizo. Y esa diferencia de pensamiento nos puso en veredas opuestas. Cuando surgió un problema por el que tuve que irme de la Escuela de Árbitros, decidió ponerse del lado del presidente de la Asociación Rosarina (NdR: Mario Gianmaría) en vez de salir a defender a sus colegas. Allá cada uno con su manera de pensar y actuar. Yo sé que todo vuelve. Y por eso estoy orgulloso de poder ejercer docencia en la Cooperativa de Árbitros de Rosario.
—¿Un árbitro puede dirigir un partido sin haber pasado la prueba física?
—Está prohibido. Como también pedir dirigir un partido y que un equipo pida que lo dirija tal o cual árbitro. Está mal que algunas designaciones se hagan a dedo. O se hacen todo a dedo o van todos a sorteo. Acá lo que está escrito con la mano se borra con el codo.
—En aquel Vélez-Huracán, ¿estuvo puesto a dedo Gabriel Brazenas?
—Brazenas no había pasado la prueba física para dirigir ese fin de semana. Tal vez haya pedido dirigirlo igual. Habrá pensado en querer tener un partido importante, sabiendo que estaba en la parte final de su carrera. Y le fue muy mal. Lamentablemente quedó marcado por aquella polémica que terminó en el gol de Vélez.