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«Te estoy mirando. Sos mía. No sos de nadie más», las últimas amenazas del femicida a Guadalupe

En julio de 2020, la víctima había hecho la primera denuncia. El 23 de febrero, desde la Justicia recomendaron un tratamiento psicológico al agresor. Dos días después la mató

Esa noche no fue al bar del ACA, como hacía casi todos los días. Y por eso se lamenta. “Capaz hubiera podido hacer algo”, dice. Moro, amiga de Guadalupe Curual desde que llegó a Villa La Angostura hace más de tres años, ahora llora en la puerta del Hospital donde atendieron al femicida Bautista Quintriqueo, y donde un grupo de mujeres hizo varias horas de guardia para que no lo deriven. “Esa noche no fui, justo no fui”, repite Moro detrás de un barbijo negro.

La noche del martes, Quintriqueo cumplió las amenazas que venían repitiendo hace meses y que, en las últimas 48 horas, se habían hecho más violentas. “Te estoy mirando. Sos mía. No sos de nadie más”, le escribió por WhatsApp dos días antes de matarla. Pasadas las 21.30 horas, el femicida llegó hasta la casa de Guadalupe, donde la joven se encontraba en un auto con su actual pareja, un policía de Villa La Angostura.

Intentó ingresar al vehículo, hirió al policía que se encontraba de civil, sin su arma reglamentaria. Aterrada, Guadalupe salió corriendo. Quintruiqueo la persiguió cuchillo en mano y en la esquina del ACA, el lugar más céntrico de la localidad turística de Villa La Angostura, la apuñaló en el pecho.

A las 7 de la mañana del miércoles, Moro se enteró lo que le había pasado a su amiga. Desde ese momento se repite que si hubiese ido a tomar un café al ACA “seguro hubiera podido hacer algo”.

Nada hizo la Justicia, a pesar de las denuncias que, en los últimos meses, realizó Guadalupe contra su ex pareja. Fuentes judiciales enumeraron para elDiarioAR que, a mediados de julio de 2020, la joven se presentó ante los efectivos de la Comisaría 28 y dijo que sufría violencia física. Vivía en la casa de los padres de su pareja. Ratificó la denuncia ante la Oficina de Violencia judicial, que ordenó a Quintriqueo no acercarse a menos de 100 metros durante, por lo menos, tres meses. El Juez fue Jorge Videla.

Valeria Navarro, amiga de la víctima, cuenta que después de ese episodio Guadalupe se fue de la vivienda de sus suegros y alquiló una casita modesta. Por sus inmediaciones vio rondar en varias oportunidades a su ex pareja.

La segunda de esta última tanda de denuncias fue realizada el 8 de enero de este año: además de amenazarla la empujó y “zamarreó”. Nuevamente el Juez Videla impuso una orden de restricción perimetral.

Le siguieron otras dos exposiciones por la violación de la limitación de acercamiento y por llamados telefónicos y mensajes amenazantes, entre mediados de enero y principios de febrero.

La Justicia sugirió tratamiento psicológico para el violento. El 23 de febrero la mató.

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Quince días antes del brutal femicidio, Lucía se fue a vivir con Guadalupe a la casita del barrio Inakayal. Desde hacía unos meses le cuidaba la beba, y en ese compartir se fueron haciendo amigas, y esa amistad se vio fortalecida por la condición de ambas de víctimas de violencia de género.

Las respectivas ex parejas amenazaban, hostigaban y ejercía violencia psicológica sobre ellas.

Guadalupe y Lucía organizaban su día, quién cuida qué bebé, quién trabaja, qué horarios.

El martes a la noche, Lucía se fue 15 minutos antes que llegara el femicida. Se llevó a su beba. Y por eso se salvaron. “Si están juntas, se van juntas”, le dijo Quintriqueo a Guadalupe, según fuentes con acceso al expediente.

“Eran cuatro mujeres juntas, cuatro mujeres en peligro que se acompañaban, ayudaban. Cuatro mujeres -dos jóvenes de 21 y 23 años, y dos bebas de 1 y 3 años- que se arreglaban como podían, que eran muy unidas”, recuerda Valeria Navarro, hermana de Lucía.

“A Lucía la tenemos que cuidar, por eso no va a hablar por ahora”, explica a elDiarioAR. La joven ya declaró ante la Policía y la Fiscalía, y reiteró en esos ámbitos que ella también era amenazada por su ex pareja, Saúl Mellado. De hecho, aún el Ministerio Público Fiscal no aclaró si existe sobre Mellado algún tipo de imputación en relación al femicidio de Guadalupe, ya que algunas mujeres denunciaron que acompañó a Quintriqueo la noche del asesinato.

Mellado ya declaró ante los fiscales, pero hasta este miércoles se desconocía si estaba vinculado al hecho.

El femicidio permitió visibilizar la violencia sufrida por Lucía. “Ahora que la Justicia la cuide, que lo encierren a Mellado, o le den a ella el botón antipánico”, pidieron los mujeres en la Fiscalía.

Lucía no quiere hablar. Está conmovida, asustada, y “tenemos que cuidarla”, dice su hermana.

En horas de la tarde, mientras las mujeres hacían guardia en la puerta del Hospital, Lucía volvió a la casa del barrio Inakayal, recibió al padre de Guadalupe que viajó desde Villa Llanquín, y le dio la ropita de la beba. “Hasta en eso piensa”, resumió su hermana.

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Villa La Angostura está conmovida, pero no detiene su trajín turístico. La arteria principal de la ciudad, Avenida Arrayanes -por donde Guadalupe corrió para intentar escapar algunas horas antes-, luce este miércoles sus negocios a pleno. La excelente temporada turística de verano desahogó a los empresarios y comerciantes que sufrieron el parate por la cuarentena pandémica.

El boulevard floreado se muestra lleno de gente. Mientras cientos de manifestantes, principalmente mujeres, marchan reclamando Justicia, los turistas van ocupando las mesas de bares y restaurantes en la calle, bajo las sombrillas que los protegen del sol y los 30 grados que regala el verano. A pocos metros de una de las esquinas con la mejor oferta gastronómica de la localidad, las mujeres pintan en la vereda de la Comisaría 28 “Justicia” y “Policía cómplice”.

Interrumpen el tránsito de la avenida y se dirigen a la Fiscalía. Golpean las puertas cerradas –“siempre están cerradas las puertas de la Justicia para nosotras”-, grita Vanesa, integrante de la Comunidad mapuche Paicil Antreao.

Ingresan, rompen algunas macetas, un par de escritorios y vidrios. Pintan “Justicia por Guada”, “Ni una menos”, “Yuta cómplice”. Pegan carteles “Basta de femicidios”, “Bautista Quintriqueo femicida”, “La Policía no actúa”.

Los Fiscales Adrián De Lillo y Fernando Rubio escuchan impávidos. Arriesgan una explicación sobre la falta de acciones tras las denuncias y el establecimiento de la perimetral. Hablan de oficinas, encargados, trámites, lecturas, imputaciones futuras.

“¡La Justicia es clasista, machista y racista!”, encara al Fiscal De Lillo una de las mujeres que participa de la movilización.

Caminan hasta el Hospital, montan una guardia para evitar que trasladen a Quintriqueo. Pasan varias horas en la puerta del nosocomio, charlan, se indignan, dan entrevistas, acuerdan vocerías, son jóvenes la mayoría, pañuelos verdes en las mochilas y a modo de barbijos, la certeza de que esta vez la tragedia les pasó muy cerca.

El día va terminando y nuevamente marchan las mujeres. Esta vez se dirigen a la Comisaría para pedir explicaciones por el traslado del femicida a San Martín de los Andes. Desandan la avenida Arrayanes entre turistas que las aplauden en las esquinas. Ponen velas en la puerta de la dependencia policial, golpean los vidrios, pegan carteles. Se esfuerzan en que las velas no se apaguen.

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Hace tres años, pocos meses después de llegar a Villa La Angostura, Guadalupe sintió que no tenía más fuerzas. En casa de una amiga lloró y contó que no podía mantenerse, que no podía convivir con su prima, que no encontraba trabajo, que no podía salir de pobre, y que a sus 18 años volvería a Villa Llanquín, a vivir con su padre.

Amiga de su amiga, esa noche Moro llegó a esa casa. Conoció y vio llorar a Guadalupe. La contuvo y la convenció de intentar “una vez más”, le dijo, porque “no te podés dejar caer”. Le aconsejó ir a ver a Arturo, a la panadería, que era bueno le dijo y que le iba dar una oportunidad. Al día siguiente Moro se anticipó, llamó al dueño de la panadería y cuando Guadalupe se contactó todo estaba arreglado. Trabajó mucho y bien Guadalupe, alquiló su casita después de huir de la familia de su pareja, cuidó a su hija, hizo amigas, se puso de novia. “Estaba feliz”, dice ahora Moro, al recordar que Guadalupe había aprovechado esa última oportunidad. Moro lo cuenta al lado de una ambulancia donde el novio de Guada está por ser trasladado, y en la puerta del Hospital donde está el cuerpo de su amiga. Repite la palabra oportunidad y pucherea debajo del barbijo.

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