“Hay un nuevo entorno tecnológico que permite que, al mismo tiempo, muchas personas cooperen entre sí para distintas cosas. Wikipedia, que es la mayor colección de conocimiento que haya organizado alguna vez el hombre, está hecha exactamente así: miles de personas cooperando de manera simultánea”. Ayer, y de la mano de Patricio Lorente, presidente de Wikimedia Argentina, conceptos a simple vista tan diferentes entre sí como libertad, internet, códigos, arte, computadoras, propiedad, conocimiento, se juntaron para tener un sentido, un sentido bastante común. En el marco de la jornada mundial por el Día de la Libertad del Software –cuyo capítulo local se hizo en la vieja estación Rosario Norte, organizado por el Grupo de Usuarios de Software Libre de Rosario– Lorente habló con El Ciudadano y trazó un panorama de cosas en principio complicadas, que según él son más simples de lo que parecen.
— Hoy se está celebrando el Día de la Libertad del Software. ¿Por qué hay que liberar al software? ¿Y de qué?
— Lo primero que hay que pensar es a quién le hacen caso las computadoras. Tu computadora o mi computadora no nos obedece a nosotros, si no al que programó los programas que corren sobre ella. Y la verdad es que eso encierra una serie de problemas sobre los que normalmente uno no le presta atención. Porque la cuestión es que en una computadora uno escribe su correspondencia privada, hace transacciones con los bancos, guarda información sensible, y como la máquina le obedece a quien la programó sería importante que por lo menos alguien pueda ver, leer, entender y, eventualmente, modificar el código sobre el que está programado. Cuando los programas no son libres nada de eso se puede hacer, y tampoco saber qué es lo que pasa en realidad, porque hay un secreto vinculado a la propiedad intelectual y a cuestiones comerciales que impide conocer. Eso sólo se puede con software libre, un software que se puede copiar, distribuir, modificar y que, además, brinda una garantía de acceso al código de fuente.
—Estas cuestiones suelen pensarse como muy difíciles de entender… ¿Es realmente complicado tener una computadora con Linux, o editar un libro o un disco con otra licencia?
— Sí, claro, es de sentido común pero también vital. Porque si no termina sucediendo que el conocimiento tiene dueños, no ya sólo el software. Las normas tradicionales de derechos de autor no dan respuesta a eso, porque están pensadas para un contexto completamente distinto. Hace treinta años, por ejemplo, para difundir masivamente un libro había que disponer de un aparato industrial y de una enorme logística. Hoy nada de eso es necesario. Sin embargo la vieja industria reclama más restricciones que antes, lo que es toda una contradicción.
—¿Y qué ocurre ahora?
—Cuando hace diez años nació Wikipedia, sonaba a una cosa muy loca. Y de hecho sigue sonando, porque, ¿cómo puede ser que voluntarios absolutamente anónimos construyan la enciclopedia más grande jamás construida? Eso sólo es posible cuando uno pega un salto sobre la noción de derechos de autor. Antes la noción era: “Yo escribo y entonces es mío” ahora es: “Yo escribo y aporto a todos”.
—En ese sentido, ¿qué es la propiedad intelectual y derechos de autor?
—Propiedad intelectual es en realidad un conjunto bastante grande de normas distintas. Derechos de autor es parte de ese conjunto, también lo son las patentes y son cosas absolutamente diferentes, básicamente porque las patentes protegen una idea que se supone que trae aparejada una aparición técnica. En cambio, los derechos de autor protegen expresiones, un texto determinado, una fotografía determinada.
—Y existen alternativas a esos derechos, como Creative Commons.
—El primer movimiento que puso en crisis el sistema tradicional de derecho de autor fue el Movimiento de Software Libre. Entre otras cosas, este movimiento desarrolló la licencia GPL, un contrato entre alguien que produce algo y alguien que lo usa y que permite regular los derechos de autor de tal manera que los puede esquivar, como otorgar permisos en lugar de restricciones. Durante muchísimos años, la única licencia libre fue la GPL, después también una particular para documentación técnica llamada GFDL. Pero estaba escrita en un lenguaje jurídico muy complicado, no se adaptaba demasiado bien. Y alrededor de estos problemas e inquietudes se fue formando un grupo de abogados que trataban de desarrollar herramientas jurídicas más flexibles para licenciar obras intelectuales, artísticas, científicas, etcétera. Fue por iniciativa de Lawrence Lessie, un abogado norteamericano, que nació Creative Commons. Éste, básicamente, es un sistema de licencias en el que el autor elige qué permisos le va a dar a quienes disfruten de tu obra: si la pueden copiar o no, si la pueden vender o no, hacer una obra derivada o no, etcétera.
—Si alguien escribe un libro y arma su propia licencia, ¿tiene marco legal?
—Sí, claro. Son contratos válidos en Argentina, y que en muchísimos países han sido probados en Tribunales. Es un contrato establecido entre el autor y sus lectores, donde el autor dice qué pueden hacer o no.
—¿Y qué papel juegan las editoriales, los sellos discográficos y otros privados?
—Bueno, claramente, su rol está cambiando. Hay quienes se resisten y plantean un lobby muy fuerte para leyes más restrictivas y más represivas frente a eventuales violaciones a los derechos de autor; pero hay sobre todo editoriales y discográficas nuevas y pequeñas que están entendiendo que la lógica del negocio cambió. Y claramente cambió, porque si el negocio era copiar música y distribuirla en el mundo, eso hoy se puede hacer con una computadora de hogar.