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Teletrabajo: lo que se juega en materia de ventajas y perjuicios

Cuando se examina en términos reales qué sucede con esta nueva modalidad se encuentra  que hay más aislamiento social, empobrecimiento del vínculo entre pares y fragmentación de los colectivos gremiales

Juan Pablo Sarkissian

“El teletrabajo es una forma de trabajo a distancia, en la cual el trabajador desempeña su actividad sin la necesidad de presentarse físicamente en la empresa o lugar de trabajo específico.

Esta modalidad trae beneficios tanto al empleador como al trabajador, y a la sociedad a largo plazo, cuidando el medio ambiente. Se realiza mediante la utilización de las tecnologías de la información y comunicación (TIC), y puede ser efectuado en el domicilio del trabajador o en otros lugares o establecimientos ajenos al domicilio del empleador”, así es definido el teletrabajo por el actual Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la nación.

Como se trata de una definición tan genérica como amplia se ponen de manifiesto, a priori, dos cuestiones: el teletrabajo ya existía, no es una novedad de época ni un argumento para una discusión posterior por parte de gremios y sindicatos.

De esta descripción se desprende el rol vital del Estado y las centrales sindicales para la regulación del llamado teletrabajo, pero ¿qué se entiende realmente por teletrabajo?

Lo primero que habría que señalar es que el teletrabajo es una tarea “atípica” atravesada (mediada) por las Tecnologías de Comunicación y la Información (TIC). Así, “el trabajo en casa” es una de las posibilidades del teletrabajo.

Al antecedente de esta práctica se lo puede encontrar en las llamadas “guardias pasivas” mediadas por algún soporte técnico. Esta modalidad es utilizada por grandes empresas donde la tecnología es el eje de la producción y/o servicio (telefonía, software, electrónica, comunicación, etc.).

La otra práctica del teletrabajo, extendida y declarada esencial en el contexto de cuarentena producto de la pandemia del covid  19, la llevan a cabo los trabajadores vinculados a través de plataformas digitales y que, “esencialmente”,  trabajan en la calle, “fuera de casa”.

Si bien es cierto que el salto tecnológico a lo largo de la historia modificó (y modificará) las relaciones de producción, también es cierto que en el marco de un sistema capitalista, dicho salto tecnológico tiene como única variable el aumento de la cuota de ganancia del capital en claro detrimento del bienestar de los trabajadores.

O mejor, no hay en la tecnología per se, una intención de generar condiciones para el bien común, es decir, no hay neutralidad en las aplicación de las técnicas; por el contrario, el objetivo final es suprimir al sujeto trabajador y expulsarlo a la marginalidad.

El desarrollo tecnológico es inevitable y no se trata de oponerse o resistirse, a la usanza del movimiento Ludista, que en la Inglaterra de finales siglo XVIII incendiaban las maquinas textiles por entender que destruían el trabajo de los artesanos.

Pero lo inevitable no implica resignación. Es allí donde el rol del Estado y las organizaciones sindicales emergen con su tan necesario poder de regulación. Pensar el mundo del trabajo atravesado por las TIC es asumir una nueva transformación en la organización de la producción, la cual no puede ser ajena a los intereses de los trabajadores, porque de lo contrario otra etapa de flexibilización y precarización laboral inundaría la sociedad en su conjunto.

En este sentido, Cecilia Anigstein, doctora en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de General Sarmiento, que investiga el mundo sindical, señala que la “uberizacion” de algunos servicios se produjeron “porque las grandes empresas se dieron cuenta de que ya no necesitan contratar trabajadores directos, porque los costos de transacción bajaron tanto que el negocio no es armar una empresa y contratar trabajadores sino generar grandes plataformas digitales, pensados como dispositivos, donde yo conecto consumidores con proveedores.

Estos proveedores son trabajadores independientes, autónomos, cuentapropistas, es decir trabajadores informales, precarios”. Y agrega: “El teletrabajo, en sus dos vertientes, el trabajo en casa (home office workers) y el de las aplicaciones, más la robotización y la inteligencia artificial, son promovidos desde hace varios años por sectores vinculados a las empresas multinacionales y por organismos internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Mundial (BM) y el G-20, y también por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y el peligro es enamorase de estas prácticas sin un análisis crítico de las mismas”

En efecto, según la investigadora, en los últimos trabajos publicados por el Banco Mundial sobre el teletrabajo, el organismo se refiere a esta modalidad como “smart working” (trabajo inteligente) que se desarrolla en “la oficina virtual”.

“En la actualidad, el teletrabajo, entendido como trabajo en casa, ya es viejo; ahora es la oficina virtual, en cualquier lugar, a cualquier hora”, remarca Anigstein. Y señala: “Allí se plantea que una de las maravillas que permite esta modalidad es la flexibilidad. Hay en estas afirmaciones un referencia directa a la década del 90, donde había un discurso social muy fuerte que sostenía que el modelo fordista ya no estaba funcionando bien, que las regulaciones del Estado eran un problema y que era beneficioso para trabajadoras y trabajadores tener nuevas reglas de juego más flexibles”.

La vida es bella

En efecto, las consignas de época de la panacea digital son: promoción del empleo, mayor  oportunidad para mujeres y jóvenes, desarrollo de las pequeñas empresas, ruptura de la lógica del trabajo monótono, menor estrés y mejor conciliación entre vida familiar y laboral, entre otras.

Cualquier parecido con lo que ocurría en los años 90 no es mera coincidencia. “Nada de esto funciona (ni funcionaría) sin el rol activo y presente del Estado. ¿Quién se encarga de los servicios esenciales? Suponer que la desigualdad entre hombres y mujeres se resolvería con estas prácticas no es ingenua, es política”, asegura Anigstein.

La investigadora remarca: “¿Qué es lo que sucede en términos reales? Todo lo contrario. Las personas terminan trabajando los fines de semana, feriados, trabajan por las noches y tienen grandes dificultades para desconectar en sus momentos de descanso.

Lo que vemos cuando empezamos a examinar en términos reales qué sucede con el teletrabajo es que hay más aislamiento social, empobrecimiento del vínculo entre pares y fragmentación de los colectivos gremiales”.

Finalmente, Anigstein se pregunta “¿Qué tareas se pueden realizar en esta modalidad y  quiénes la pueden desarrollar?”, y luego afirma: “No es para todos, es una tarea calificada”.

“Hay que preguntarse qué perdemos con estas prácticas. Lo primero que aparece es el proceso de aprendizaje, la socialización, el saber hacer, la cooperación. Incluso está en juego una conquista ancestral como es la jornada de ocho horas”.

 

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