Carola Chávez (*)
En diciembre de 2012 la palabra “Patria” se convirtió en la burla favorita del antichavismo. La usaban a modo de inteligentísimo y chisporroteante sarcasmo, a modo de puñalito necrófilo, como siempre, creyendo que burlándose de la Patria, atacando a la Patria, dañaban sólo al chavismo, porque ellos, repito, inteligentísimos, pensaban que esta no es su Patria, o sea, you know.
Recuerdo que cuando el bachaquerismo(**) apretaba y era difícil conseguir medicinas, no faltaba el empleado asalariado que se creía dueño de Farmatodo y que te decía en tono sádico: “No hay Losartán, pero tenemos Patria”, y si a alguien se le ocurría reclamarle, se alborotaba más el veneno y te escupía: “Pídeselo a Maduro, pues”.
Y faltó la leche, y en una cafetería de mala muerte que aspiraba a ser sifrina anunciaban que sólo servían café con Patria, es decir, sin leche. Risitas soberbias ahogadas en café negro, porque no había leche para mí, chavista, pero tampoco para ellos, que no sólo no tenían leche, tampoco tenían Patria.
La Patria era la frustración, la mezquindad, la codicia, la escasez, la desgracia, todo lo malo que abunda, según ellos aquí, y que no existe allá, en otros países más catires(***), más civilizados; esos lugares maravillosos llamados Primer Mundo donde no hay bachaqueros, hijos de la “viveza criolla”, producto exclusivo de los habitantes defectuosos de este lado –inferior– del mundo, sí, mundo inferior donde les tocó la desgraciada suerte de nacer.
Soñando con irse demasiado se fueron muchos. Tan demasiado se fueron que publicaban sus selfies celebrando fechas patrias, con todo y banderitas, de países a los que acababan de mal llegar. Nos restregaban, a los que no nos quisimos ir, fotos de supermercados llenos de Nutella –una vaina rara ese afán por la Nutella igual que por los rollos de papel toilet–.
No sólo nos mandaban fotos, también se dedicaron a mandarnos instrucciones a control remoto de cómo se debe dirigir un país. Que aprendiéramos de los Estados Unidos, de España, de Chile, de Ecuador, Colombia, de Perú… Y nosotros tan sin querer aprender.
Embajadores de la antipatria, se dedicaron a despotricar del país generoso que dejaron atrás. No había nada bueno en esta tierra, salvo algunas playas libres de negros, la Harina Pan, el Cocosette, el Toddy, la chicha el Chichero… que ya no hay, o sea, porque el chavismo acabó con todo lo bueno, y todo lo bueno eran marcas comerciales que, en su orfandad de sentido de pertenencia, terminaron convirtiéndolas en sus símbolos patrios cool.
Todo era burlas, desprecio y un patológico deseo de ver al país arrasado por una guerra, Míster Pompeo, please; una bomba atómica, una solita sobre los chavistas, una hecatombe, un terremoto, un tsunami, la espada de fuego de San Miguel Arcángel, paracos colombianos, los Rastrojos, el presidente (Aeiou), sanciones, ¡sí!, sanciones… lo que sea, pero que se acabe el sufrimiento de los que se fueron y no soportan ver que aquí la vida sigue, la jodedera y la alegría siguen, a pesar de las dificultades.
Todo era soberbia, burla, superioridad e Instagram. Entonces llegó el coronavirus y la realidad nos alcanzó a todos. Y la realidad era lo que llevamos diciendo todos estos años: que hay dos formas básicas de entender la vida, desde lo material o desde lo humano, y que nosotros, humildemente, optamos por lo humano, siempre. Que la economía debe estar al servicio de la gente, no la gente al servicio de la economía. Que los gobiernos se deben a las personas naturales, no a un puñado de poderosas personas jurídicas. Ya creo que no se los tenemos que explicar más. De eso se está encargando el Covid-19.
La soberbia de algunos gobiernos catires, superiores, de esos que dan instrucciones a los gobiernos “defectuosos” como el mío, ha costado la vida a miles de inocentes. El resguardo de ese monstruo come-gente que llaman “la economía”, por encima de la vida humana, la verdad grotesca desnudándose, ya sin disimulos, ante los ojos de millones de víctimas condenadas a muerte por la codicia de los que ya tienen de todo en exceso, de todo menos corazón.
Entonces los malos eran los buenos y los buenos fueron los malos y el mundo civilizado se hunde en su propio excremento y Europa resulta que sí empieza de los Pirineos para arriba. Que el sur es muy humano y esa gente se muere porque acostumbra a besarse y abrazarse, a querer mucho a sus Nonos, a sus Yayas, costumbres prehistóricas nada productivas, que no tenemos que costear los blancos, incoloros e insípidos, que sabemos descartar lo descartable, no sé si me entienden, negritos brutos…
Entonces a los nuestros, los que se fueron despotricando de su país, les cae la gota fría: no sólo es el virus respiratorio, es el virus de la xenofobia, de la exclusión, el virus del capitalismo que los persigue y arrincona. Allá no hay taima. Y toda esta tragedia que desbordó al sistema que nos vendieron como perfecto –y que nosotros, en Venezuela nos negamos a comprarles– explota en la cara como un barro de Guaidó, y el Iphone último modelo, pagado en cuotas, sirve sino para pedir ayuda.
Miles de videos colgados en el mismo Instagram que usaban para su burlita con “Patria”, unos pidiéndole al gobierno –que han desconocido siempre– que los vaya a buscar, que los ayude, que los saque de allá donde están. Otros contando los días para que esta pesadilla se acabe y se puedan subir a un avión que los regrese para acá, al país donde viven los abrazos de su familia, donde sobran las manos solidarias, donde nadie te va a dejar morir.
“Tenemos Patria” –nos dijo Chávez esa dolorosa noche de despedida– y los que entendimos nos dedicamos a defenderla, incluso de sus propios hijos malcriados, para que ellos, los que la malquieren, tengan siempre una Patria a dónde regresar.
Ojalá ellos un día entiendan: “Que pase lo que pase, seguiremos teniendo Patria”.
¡Nosotros venceremos!
(*) Escritora. No es pariente del ex presidente Hugo Chávez sino hija del economista y profesor universitario José Chávez y madre de dos muchachas. Cuida dos perros, dos gatos y seis morrocoyes (tortugas).
(**) Reventa de productos de primera necesidad o combustible que se comercializan a precio subsidiado o se entregan en forma gratuita en planes de asistencia social
(***) Americanismo que refiere a las personas rubias de ojos celestes, verdosos o amarillentos