“No violan en manada, violan en grupo. No son animales, son varones”, circuló como un mantra en las redes sociales. El lunes por la tarde, seis jóvenes de entre 20 y 24 años violaron a una chica dentro de Volkswagen Gol blanco en el barrio porteño Palermo. A plena luz de día y con personas circulando por la calle. La noticia, a días del 8M, genera indignación y tristeza. Las redes sociales se llenan de mensajes. Piden los nombres y las fotos de los ahora detenidos. Publican sus cuentas de Instagram, sus DNI y algún que otro dato personal. Exigen una reparación y una Justicia feminista. Recuerdan “la cultura de la violación”, “el mandato machista” y que son “hijos sanos del patriarcado”. Cuestionan la espectacularización mediática y que se los trate como enfermos o animales. Apelan a la ESI, a la ley Micaela pero también a los escraches y castigos. Repiten consignas que el movimiento feminista instaló en los últimos años: “No es no”, “No nos callamos más”, “Si tocan a una, nos tocan a todas”. Arman vivos de Instagram y encuestas sobre las formas de cuidarnos entre nosotras. Opinan los varones que invitan a romper con los mandatos de masculinidad que, muchas veces, terminan en prácticas aberrantes. Un conductor de TV pone el foco en la víctima con la excusa de ser “abogado del diablo” y sentimos que atrasamos años. El odio, la indignación y el hartazgo crecen. También los debates y análisis que intentar explicar por qué pasó y cuál es la solución. Poco se interroga sobre las necesidades de la víctima, pero al menos, rescatan, no se habla de cómo iba vestida. Recuerdan que esto pasa todo el tiempo en todo el país y que nadie se entera, porque nadie denuncia, porque la Justicia no escucha.
En medio del repudio al aberrante acto cometido por estos jóvenes surgen interrogantes: ¿Cómo el feminismo no la vio venir? ¿Hay que escracharlos? ¿Qué quiere la víctima? ¿Falta educación y una reforma judicial feminista? ¿Por qué los varones cis no cuestionan las prácticas machistas de sus grupos de amigos?
La socióloga Marisa Germain invita a abrir el debate y pensar en el discurso que habilitan las redes sociales. Se pregunta cómo esa forma de comunicación corre los límites de la interacción moralmente mediada entre las personas cara a cara. Señala la escasa eficacia moralizadora de algunas instituciones, como por ejemplo la escuela, y la complejidad de aplicar la ESI de igual forma en todos lados. Observa un avance de las derechas en los discursos sin restricciones que habilitan las redes y considera que, antes del punitivismo, es necesario pensar estrategias para que determinadas personas no cometan determinadas conductas.
“Lo de Palermo llama la atención porque está sustraído a un contexto y hace pensar que se sienten habilitados en un espacio público, a plena luz, donde hay gente circulando. Tenemos que preguntarnos qué pasa socialmente para que en el otro no opere un límite. Pensar las condiciones por las que hacen grupo. No hay una condición por fuera de lo humano en quien produce un comportamiento aberrante. Tenemos que pensar en cómo generamos humanos capaces de comportamientos aberrantes. No es un monstruo, es el hijo de una mujer, el hermano de una mujer, el amigo de una mujer. Pensemos cómo fabricamos un monstruo”, se pregunta Germain, en diálogo con El Ciudadano.
Límites corridos
Germain analiza los discursos que circulan en las redes sociales y su relación con las formas de violencia. “Hasta dónde la violencia en múltiples formas avanza de modo diferente a partir de la emergencia de las redes sociales y de sus modalidades”, se pregunta, al tiempo que habla de una especie de impunidad del campo virtual: “Hay poca discusión pública sobre la relación que existe entre las formas en que se habilita la comunicación, que puede ser anónima, burlando las reglas de convivencia, y hasta dónde esas formas corren cada vez más los límites de la interacción moralmente mediada entre humanos. Hay cosas que uno no dice cara a cara y la comunicación a través de las redes empezó a mover ese límite moral”.
La socióloga indaga en la posible conexión entre esas formas de comunicación y la habilitación a ciertas prácticas. “Cómo eso que se dice empieza a construir la posibilidad de actuar sobre otros. Hay una serie de cuestiones que en el espacio público, cara a cara, no podrían ser planteadas sin consecuencias como la censura o intervenciones”, agrega.
Germain señala que la comunicación a través de las redes sociales permite, a su vez, el encuentro de personas con intereses “dislocados del resto”. “La red habilita claves, encuentros y contraseñas que permiten que se formen grupos que antes tenían más dificultades de encuentro por fuera de los espacios institucionales”, explica.
Y abre el interrogante sobre la necesidad de regulación de los discursos virtuales: “Circulan de un modo escandalosamente abierto, desde el formato del meme, que hace aparecer con el chiste lo que en realidad es la degradación de otro ser humano, la conformación del otro como un blanco susceptible. Hay que pensar la relación entre las redes, el mundo virtual y la actuación en el mundo real, como coaliga y permite hacer grupo”.
La mirada del otro
Germain relaciona el abuso grupal en Palermo con la pérdida de la función moralizadora de las instituciones. “Tenían un rol en la formación de barreras morales, de normas que nos constriñen internamente, es decir, vienen de la sociedad, las aprendemos y después funcionan desde adentro. Hay instituciones que han perdido esa capacidad sin relevo, por ejemplo, la escuela. Hasta dónde sigue siendo un espacio en el que la mirada de otros tiene la capacidad de constreñir. Esa pérdida puede asociarse, en parte, a la ruptura de alianza entre los adultos”, explica y se pregunta “hasta dónde tenés en la escuela la capacidad de homogeneizar la enseñanza de la ESI”.
La socióloga observa un avance en ciertos discursos de derecha habilitados por las formas que adquieren los debates en redes. “Hasta dónde las derechas en general, incluidos los grupos que antagonizan las posiciones del feminismo, tienen cierto éxito en el espacio público virtual al señalar toda forma de reinvindicación de derechos de determinados grupos como parte de un privilegio suscitado desde el progresismo. La crítica sobre el progresismo ubica como un privilegio minoritario lo que, en realidad, es una equiparación de derechos. Esa pugna en el espacio público de las redes, que no tiene reglas, permite coaligar estas reinvindicaciones que, en la medida en que se multiplican, adquiere condición política con todos los riesgos que implica”, señala.
Habilitación social vs. punitivismo
Para Germain los jóvenes que violaron en Palermo parten de la certidumbre de que está habilitado. “Hay una especie de habilitación social y la respuesta tiene el mismo formato. «Hay que matarlos» es una voz que apareció en las redes sociales y también en los reclamos por los problemas de seguridad. Que circule como palabra y no encuentre un límite genera efectos. No hay respuesta colectiva institucionalizada que sancione a quien lo pronuncie en las redes sociales”, opinó.
En cuanto a los discursos punitivistas señaló la importancia de buscar estrategias que lleguen antes de las denuncias y la sanción para construir previamente una barrera interna que le impida a cierta persona decir o hacer determinada conducta.
“La incitación al linchamiento es una extensión de la lógica punitivista. El proceso penal es pensado de modo tan poco fiable que la alternativa que habilita son otras formas de sanción en el ámbito público. En paralelo, está la exposición pública y la ausencia de construcción colectiva de límites. La lógica de las redes cancela el debate. Hay una rápida toma de posición y destrucción del portador del argumento contrario pero no hay pregunta sobre dónde construimos el límite. Hay una toma de posición rápida que las redes habilitan y el procedimiento termina definiendo el fondo”, expresó.
Para Germain el camino es interrogar las condiciones sociales que habilitan a cometer un comportamiento aberrante. “Tenemos que preguntarnos qué circulaciones hay en las redes, con quiénes intercambian, cómo se hicieron amigos para pensar cómo se va construyendo para ellos esa habilitación. En el caso de los rugbiers de Gesell también había gente alrededor. La mirada del otro no limita, no opera como censura. Tenemos que preguntarnos qué pasa socialmente para que el otro no opere como un límite”, analizó.
“Insistir con preguntas, investigar, interrogar qué hace posible que determinadas personas tengan ciertos comportamientos. No hay que dejarlos afuera, hay que pensar cómo es posible que algo de esto se constituya”, cerró.