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“Tenemos síntomas muy parecidos a los adictos”

Por Santiago Baraldi.- Lorena y Virginia asisten desde hace tiempo a Nar-Anon: enfrentaron la dependencia de sus parejas, pero se fortalecieron ellas.

“Cuando uno ingresa al grupo se da cuenta cuáles son los factores que uno tiene en relación al adicto: nos damos cuenta de que tenemos síntomas muy parecidos a ellos. Por eso nos identificamos como coadictos o codependientes, porque sin consumir la sustancia tenemos actitudes similares al adicto, queremos que hagan lo que está bien, pero bien para nosotros, y ahí comienzan los conflictos”, relata Lorena quien hace un año asiste a las reuniones del grupo Nar-Anon, que contiene a familiares y amigos de drogadependientes y cuyo espacio es libre, anónimo y gratuito (ver aparte). Virginia estuvo de novia con un adicto y decidió correrse de un lugar “al que ya me había acostumbrado, estaba cómoda viviendo mal. Uno se convierte en cómplice de la enfermedad, alimenta todas las actitudes que pueden llevar a que el adicto vuelva a consumir”. Nar-Anon funciona en Rosario hace 16 años y 25 en el país, tanto Lorena como Virginia aseguran que “cuando uno llega al grupo no se pregunta cuánta plata tiene, a que religión pertenece, cómo está vestido, el que llega lo hace por que ya no sabe cómo enfrentar la situación que desgasta la familia y enferma al entorno”.

—Cuando se tiene un adicto en la familia, ¿el problema para el entorno es poner límites, no saber cómo encarar el problema? 

—Lorena: Este es un programa de recuperación para el familiar. El cambio de actitud del familiar ayuda a que el adicto tome conciencia que tiene un problema. Con limites, el adicto se da cuenta de que algo tiene que hacer. Básicamente es una enfermedad donde lo síntomas están en el consumo, que es lo más evidente, pero en gran parte tiene que ver con las actitudes cotidianas. Al imponer límites los vínculos comienzan a ser más sanos y es un poco el remedio para una enfermedad que no se cura. Por eso es importante que los familiares y amigos comiencen un plan de recuperación para poder sostener una vida sana.

—¿El tema de la culpa esta muy presente en el familiar?

—Virginia: Yo no puedo ayudar si primero no me fortalezco yo: conocer los límites. Me creía superpoderosa, y después, declararme impotente ante un montón de cosas, es lo que más me costó. Y aceptar a la adicción como una enfermedad y no caer en decirle a la persona adicta: “Vos sos el culpable”. Asumir que es una enfermedad familiar. A veces, es anecdótico saber en qué momento el ser querido comenzó con las adicciones, porque a veces es interminable y se pasa el presente, se desvirtúa el poder encontrarse. Cuando no reconocía mis propias limitaciones y tampoco podía aceptarlas era por que el dolor excedía mi capacidad. Al rendirse y poder aceptar un montón de cosas uno se libera. Poder aceptar el dolor en la medida que uno pueda ir fortaleciendo hace que uno decida en qué creer y en qué no y por otro lado, aceptar los propios sentimientos. Sostener de manera heroica que uno puede salvar al otro, desvirtúa mucho, juzga sentimientos…

—¿Nar-Anon tiene asistencia de profesionales?

—Lorena: No, no intervienen profesionales sino que el único requisito es ser familiar o amigo de un adicto. Es un programa de experiencia donde no estamos sometidos a la vigilancia de nadie, es anónimo, sólo con decir el nombre o un nombre para identificarnos es suficiente. No hay obligación de pagar. Se puede entrar y salir del grupo.

—¿Qué es lo primero que se le plantea a un familiar que se suma?

—Lorena: Le damos a leer los doce pasos, donde uno primero reconoce que uno es impotente ante la adicción, te fortalecés para creer en un ser superior, que en mi caso es Dios, pero como esto no es religioso, para otro el poder superior es la silla en la que está sentado con el grupo. Ahí se comienza a ver lo que uno tiene de enfermo, a cambiarlo, y eso contagia. Es una confraternidad constituida por familiares y amigos de adictos que comparten su experiencia, fortaleza y esperanza con el fin de hallar solución a los problemas que tenemos en común. Yo aceptaba como que me había tocado estar casada con un adicto, pero luego cambió a un ¿por qué? y ¿qué quiero para mí? y comencé a rever mi situación. Cuando yo ingresé al grupo, mi marido ya hacía unos años que estaba en Narcóticos Anónimos, yo creía que el problema era la droga. Cuando él estaba libre de sustancias gracias a participar en los grupos de NA y yo seguía con actitudes y hábitos que me eran incómodos, me di cuenta que pensaba de una manera y actuaba de otra. Ahí tomé conciencia e ingresé a Nar-Anon.

—¿Es importante que asista todo el grupo familiar?

—Lorena: Seguro, es muy emotivo ver a abuelos, abuelas, padres, hermanos, parejas. Generalmente viene uno primero y luego se van sumando para poder entender que todos están involucrados. Hay todo tipo de clases sociales y de todo tipo de vínculo con el adicto.

Virginia: En mi caso vine al grupo hace un año y medio, en mi caso fue la pareja que tuve en ese momento, después me separé y me di cuenta que podía no tener al adicto al lado pero mis actitudes eran las mismas. Los miedos, las obsesiones, una especie de compulsión de querer controlarlo todo y no asumir las propias limitaciones o las capacidades que uno tiene y que hay cosas que no están en nuestras manos. Si yo no cambio, termino atrayendo a una pareja que me va a ser daño porque me siento cómoda estando mal, es autodestructivo…

Lorena: Yo llegué con una distorsión de lo que creía, increíble; a tener responsabilidades y no exceso de responsabilidades. Creía que ser muy responsable era bueno y a mí me produjo un desgaste terrible, creía que hacía todo bien y el único problema era la persona que consumía a mi lado, estaba muy limitada y gracias al grupo pude pensar qué es lo que quiero, identificar mis necesidades; el programa apunta a una calidad de vida, comenzar a reemplazar hábitos por relaciones más sanas.

—¿Hay un discurso común en el familiar que llega por primera vez?

—Virginia: Sí, uno dice: “Esto ya lo viví”; en algún momento decís: “Estas son mis palabras”, somos miembros que compartimos una problemática común. El compartir una historia es voluntario, hay un coordinador, pero no hay autoridad. La gente sale y entra al grupo cuando lo necesita.

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