Los nuevos daños colaterales de la segunda ola de coronavirus terminaron de echar por tierra el sueño de los teatros reabiertos en Rosario. Apenas algunos espacios disfrutaron de una vuelta a medias en el reciente verano, ofreciendo funciones en patios o en salas con aforos muy reducidos, que con lo recaudado no pagan ni los gastos.
No es la primera vez que el Estado deja de lado al arte alternativo y tristemente hay que reconocer que tampoco será la última, más allá de que después se llenan la boca hablando de la necesidad de ofrecer a la comunidad “bienes culturales de calidad”, pero muy pocos estuvieron alguna vez en una sala independiente y muy lejos están de entender y valorar el fenómeno.
De todos modos, frente a la reiterada asimetría en las decisiones, la feroz resistencia de un movimiento colectivo que sabe de persecuciones y olvidos padecidos a lo largo de toda su historia, hará que una y mil veces más (no tengan dudas de eso) se vuelva a poner de pie porque de eso se trata el teatro: una expresión artística cuyo valor radica, también, en su fragilidad, y que si no le teme a algo es a la repetición, pero sobre todo, a sostener los sueños y en particular, aquellos que tienen una resonancia en lo colectivo.
Pero el contexto es un sólo y no se discute, la salud (la vida) va siempre primero y hay una pandemia que parece haber vuelto recargada. Lo paradójico es la desidia con la que se toman las decisiones, el desparpajo con el que funcionarios provinciales y municipales miran para el costado cuando algún periodista con interés real de informar les pregunta: “Por qué bares e iglesias sí, y teatro no”. Del otro lado, el silencio.
Las respuestas se esfuman porque no se puede explicar lo inexplicable, no se puede decir lo que no tiene una respuesta coherente. Entonces las respuestas elípticas, siempre salvadoras, evaden el tema y todo, una vez más, queda en nada.
Pero el cansancio en el sector del arte alternativo ya es indisimulable e insoslayable. El déficit de las salas independientes es de larga data y el año de cierre que soportan, sumado al desfinanciamiento en materia cultural de los cuatro años atroces de macrismo, obligó a algunos espacios a cerrar sus puertas definitivamente, y seguramente, se sumarán otros.
Los subsidios, entre otros de menor cuantía, del Instituto Nacional del Teatro (INT), llegan pero no alcanzan. Y la realidad de las salas cerradas, que al mismo tiempo y en su gran mayoría son espacios de formación y talleres, dejó sin trabajo a cientos de personas. Sí, a cientos, que en algunos casos, en los últimos meses, debieron recibir bolsones solidarios de distintos sectores para poder comer.
Seguramente, esas personas no serán tantas como las del sector gastronómico (o sí), aunque aquí se hable de otro tipo de “alimento”, tan necesario como el básico, y extrañamente muchas más que las que agrupan templos e iglesias, que en gran medida se sostienen con el aporte del Estado, y que mantienen por estas horas sus puertas abiertas, como pasó en gran parte de la pandemia.
Lo concreto es que hoy las salas de teatro independiente vuelven a estar cerraras. Y siguen cerradas porque no tienen poder de lobby, como sí lo tienen las iglesias, los dueños de los shoppings o de los corredores gastronómicos, entre más.
Una campaña que durante 2020 llevó adelante la Asociación de Teatros Independientes de Rosario (Atir) bajo la consigna: “Un teatro vacío es un teatro en peligro”, mostraba los números que son incontrastables. Fueron miles de personas las que no pudieron ir al teatro en todo este tiempo y son más de mil las funciones suspendidas que dejaron sin trabajo no sólo a actores, actrices, directores y dramaturgos, sino también a una larguísima lista de rubros que aparecen involucrados cada vez que se pone en marcha el hecho teatral.
Pero todo tiene una explicación: es un año electoral. Y entonces es más fácil dejar de lado a un sector del arte independiente que, consiente de la realidad que atraviesa la pandemia, tuvo en cuenta en todo este tiempo, y en las breves reaperturas, todos los cuidados del protocolo mientras la gente se apiñaba en otros ámbitos (río, isla, bares, shoppings) donde los cuidados brillaban por su ausencia y disparaban el número de contagios.
Entonces el mensaje es claro: siempre es mejor no meterse ni con la Iglesia, ni con el sector gastronómico, ni con el fútbol, ni con nada que mueva el amperímetro y sostenga una cuota de poder, algo que claramente no tiene la gente del teatro alternativo.
La subestimación al sector del teatro independiente es de largo aliento y va mucho más allá de la pandemia. Pero tengan cuidado: el teatro independiente es muy peligroso, particularmente porque junta a personas inteligentes y sensibles, que tienen ideas, que piensan, que gestionan proyectos colectivos casi desde el anonimato, sin dinero (o con muy poco) en la mayoría de los casos, y los concretan. Pero sobre todo, porque el teatro, cuando es valioso y verdadero, abre cabezas y ayuda a pensar, a movilizar. Es oportuno recordar que siempre es el bufón el que incomoda rey, el que termina desenmascarando los conos de sombra del poder de turno.