Espectáculos

Final y principio

“Territorio compartido”: todo lo que puede un cuerpo, sobre todo, cuando toma la forma del alma

Finalizó este domingo en La Orilla Infinita el ciclo gestado por Ficción Física que reunió un puñado de materiales liminales entre la danza y el teatro, al tiempo que instaló un día y un horario infrecuentes para las escénicas locales


“El alma es la forma de un cuerpo organizado, dice Aristóteles. Pero el cuerpo es precisamente lo que dibuja esta forma. Es la forma de la forma, la forma del alma”, escribió el filósofo francés  Jean-Luc Nancy en uno de sus 58 Indicios sobre el cuerpo, entendiéndolo como el gran paradigma del nuevo milenio y, en ciernes, la materia fundante de las escénicas contemporáneas.

Así, con los fragmentos de otros fragmentos, con las ideas compartidas y las debatidas, con un concepto amplio acerca de las escénicas donde los bordes se borran y los rótulos pierden valor para producir sentido desde un concepto liminal entre la danza y el teatro, el ciclo Territorio compartido, que finalizó este domingo en la sala La Orilla Infinita luego de cinco domingos consecutivos siempre a sala llena, abre una serie de valiosos interrogantes, y entre más, instala la idea de un espacio necesario de circulación de materiales y público en un horario atípico, los domingos a las 19, que todo indica, dada la repercusión de la propuesta, que llegó para quedarse o bien repetirse cada tanto, abriendo una agenda para aquellos materiales que alcanzan otra dimensión si se los programa en el marco de un ciclo de estas características.

Partiendo de un concepto contemporáneo en relación con el cuerpo, ya sea vestido, desnudo, armado, pensado, desarmado, sano, roto, académico o disidente, entre más, tomándolo como el límite del sentido, y volviendo a Nancy, “para hablar o para escribir a partir del cuerpo”, la propuesta se concretó a partir de una iniciativa del colectivo rosarino Ficción Física, integrado entre más por Marcelo Díaz y Alejandra Anselmo, en colaboración con el Colectivo Dominio Público de Caba, el proyecto Es Bailar y el espectáculo local Vivo en una obra, asociados a La Orilla Infinita, el espacio de Colón al 2100 que en apenas un año logró instalarse como una valiosa alternativa en la agenda local.

Todo comenzó el primer domingo de junio con la producción porteña Copia original. La muerte del autor o el éxtasis de las influencias, del Colectivo Dominio Público, con el trabajo en escena (también a cargo de las coreografías) de la rosarina Inés Armas, junto a Gabriel Urbani y Laura Peña Núñez, bajo la dirección de Fagner Pavan. Se trata de un trabajo donde la puesta de sentido pasa por entender que, supuestamente, todo está inventado y que, en todo caso, la resignificación de eso que ya existe vuelve a poner en tensión ideas y formas en lo escénico (son otros cuerpos y otros tiempos históricos), tomando como disparadores coreografías clásicas de Trisha Brown o Pina Bausch, entre más (que de un modo ingenioso aparecen en escena), y sin renegar sino poniendo a favor el concepto que indica que el cuerpo “conoce el mundo copiando”.

El domingo siguiente se presentó Les Desnudes, con el trabajo en escena de Florencia Rivosecchi, Alma de Camaleón, Mariela Herrera, Yanina Silva y Diego Stocco, también director, una propuesta donde lo liminal es el cuerpo, el paradigma que “todo lo puede”, la irremplazable materia de lo escénico. Con la más completa desnudes como un concepto que pone distancia de cualquier posibilidad de erotismo incluso pensado al desnudo como una forma de “vestuario”, se trata sin embargo de un material inquietante, desafiante, donde el cuerpo es materia, lenguaje y mensaje, y donde el contacto de los cuerpos entre sí abre una instancia política desde la cual, más allá de lo coreográfico y el movimiento, se pone en juego la diversidad en el sentido más amplio del concepto.

El tercer domingo fue una jornada de cruces, con La Cripta. Exhumación teatral, una experiencia escénica del Colectivo Ficción Física con las intervenciones de Es Bailar, y el trabajo en escena de Ulises Fernández, Mauro Cappadoro, Diego Stocco, Luciana de Pauli, Julieta Almirón, Santiago Lagar, Ignacio Campos, Cecilia Colombero y Helena Vitar, bajo la dirección de Alejandra Anselmo y Marcelo Díaz. La Cripta es una experiencia inmersiva y política, no exenta de ironía, acerca de lo quedaría después del fin del mundo. Lo que vino después, juego y delirio kitsch bien catártico, muy necesario para los tiempos que corren donde el arte, para algunos, se volvió algo “peligroso”. Romper con ese cerco, en el presente y aunque resulte extemporáneo o atípico, se vuelve un hecho político y de gran rebeldía.

Si de hallazgos se trata, a la semana siguiente, la sorpresa la dio Vivo en una obra, propuesta local de reciente estreno que propone un diálogo muy potente respecto de lo que hoy se entiende como liminal entre la danza y el teatro. Con idea y dirección de Puca Nela y el atronador trabajo en escena de Florencia Álvarez, María Emilia Fernández, Ángel Báez y Bruno Baraldi, el material abre todo el tiempo a una idea de lo coreográfico-narrativo contemporáneo con el cuerpo como gran paradigma y pone a jugar pequeños mundos desde un humor y una vitalidad que hacía tiempo no se veían en las escénicas locales. Tensiones, secuencias ásperas que desafían y siempre van por más, y una energía cinética que fagocita la mirada del espectador porque todo se acelera en el aire, en el piso, en los cruces, en los juegos, son las que transitan los bailarines-performers en Vivo en una obra.

Así, después de cinco domingos consecutivos, el último día de junio, Territorio compartido terminó con un clásico local de alto impacto y notable vigencia, Diego y Ulises, con una atinada previa en la que la bailarina, docente e investigadora del movimiento Natalia Pérez leyó fragmentos de su libro Apuntes de clases, acercando ideas, entre más, respecto de los cuerpos en escena y el paso del tiempo.

Con el impactante trabajo de Diego Stocco y Ulises Fernández (dos creadores verdaderamente extraordinarios), Diego y Ulises, bajo la notable dirección de Marcelo Díaz, propuesta con un recorrido que abarca más de una década de funciones incluyendo una larguísima lista de festivales nacionales e internacionales, hace foco en el imaginario del cineasta Gus Van Sant, en su idea iconoclasta del amor, en esa forma de retratar lo Queer que lo hace único y con la que el material dialoga, al mismo tiempo que propone un universo escénico inquietante, que del mismo modo que se romantiza, se destruye, se agota en esa idea de los cuerpos y el movimiento como materia orgánica de relato, donde conviven el amor, el deseo y la violencia.

“Nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Cuánta verdad en esa frase fundacional de Baruch Spinoza que también puede volverse una pregunta y que pareciera dialogar con otra de Natalia Pérez, que aparece en uno de los tantísimos textos de su referido Apuntes de clase, que leído por ella misma se podía escuchar mientras el público ingresaba a La Orilla este último domingo. Entre muchas otras cosas, ese fragmento busca indagar en eso que, se supone, acontece en un “territorio compartido” en el campo de lo escénico: “Aprender a movernos es, entre otras cosas, un experimento de interactuar, de dialogar con el entorno; ensayamos, probamos, vacilamos, tropezamos, tenemos síntomas, nos movemos con más gracia o con más torpeza, sentimos que fluimos o que estamos estancados; un diálogo que está íntimamente relacionado a cómo percibimos y sentimos. Si las experiencias de movimiento no modifican algo de esas matrices perceptivas, el movimiento puede ser inmenso”.

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