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Testimonio en momentos difíciles

Un día como hoy, hace 40 años, un grupo de tareas de la Esma asesinaba en una esquina porteña al escritor, periodista y militante Rodolfo Walsh.

“Hasta que te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según cómo la manejás, es un abanico o es una pistola, y podés utilizarla para producir resultados tangibles, y no me refiero a los resultados espectaculares, pero con la máquina de escribir y un papel podés mover a la gente en grado incalculable. No tengo la menor duda”. La cita es del escritor, periodista y militante Rodolfo Walsh, quien un día como hoy, hace 40 años, fiel a su compromiso de dar testimonio en momentos difíciles, cayó asesinado a balazos por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) que le tendió una emboscada en la esquina porteña de San Juan y Entre Ríos, lo acribilló e hizo desaparecer el cuerpo.

Un día antes, el jueves 24 de marzo de 1977, él disparó por última vez con su máquina de escribir, una vieja Olympia portátil. Ético, comprometido y valiente, apuntó con su arma nada menos que al monstruo grande que pisaba fuerte en la Argentina de los años de plomo.

Aquel jueves 24 de marzo de 1977 la Junta Militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti cumplía su primer año usurpando el poder en la Argentina al frente del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. No había nada para festejar y mucho para lamentar. El país se había sumergido en una larga noche donde dominaba la tortura y reinaba la muerte.

Walsh escribió entonces su memorable “Carta Abierta a la Junta Militar”, para denunciar los salvajes crímenes de la dictadura. “La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años”, comenzó Walsh su Carta Abierta. En ella, al decir de Osvaldo Bayer, “lo previó todo, denunció todo, dijo todo; en tierra y de frente”.

“Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror. Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional”, detalló Walsh, y pasó a enumerar a lo largo de varias carillas todo aquello que no se leía en los diarios, no se escuchaba en las radios ni se veía en la televisión.

“Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”, remató Walsh cerca de la medianoche de aquel jueves y estampó su firma.

Al día siguiente, el viernes 25 de marzo del 77, Walsh y su última esposa, Lilia Ferreyra, salieron de su casa clandestina de San Vicente, a 45 kilómetros de Buenos Aires, y se despidieron cerca del mediodía ni bien llegaron en tren a la Capital Federal. Walsh, disfrazado de anciano, llevaba consigo un viejo portafolios con cinco copias de la carta para entregar en varios encuentros. Junto a las copias también había una pistola Walther PPK calibre 22.

Su primer interlocutor la recogería en mano, mientras Walsh caminaba por la calle San Juan, entre Sarandí y Entre Ríos, en el sur de la capital federal. Pero era una trampa. Su contacto se había quebrado víctima de las sesiones de tortura en la tétrica Esma. El llamado Grupo de Tareas 3.3.2 le preparó una emboscada: lo esperaba una treintena de militares vestidos de civil y armados hasta los dientes.

Así, Walsh pasó a engrosar la lista de desaparecidos por el terrorismo de Estado. Después se supo que murió luchando en pro de su utopía, asesinado por el grupo de tareas con el que se enfrentó en el barrio porteño de San Cristóbal.

En el veredicto dictado el 26 de octubre de 2011 por el Tribunal Oral Nº5° quedó probado que Walsh fue asesinado por el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2 de la Esma, un hecho por el que fueron condenados, entre otros, los marinos Alfredo Astiz y Jorge “Tigre” Acosta. Lo que hasta entonces figuraba como “desaparición”, pasó a llamarse “homicidio”.

“Ha quedado legalmente demostrado”, dice el fallo del juicio por la causa Esma, que el 25 de marzo de 1977, entre las 13.30 y las 16.00, cuando Walsh intentó sacar su pistola, “un grupo de la Unidad de Tareas 3.3.2 de la Esma, integrado por entre 25 y 30 personas, comenzó a dispararle hasta que la víctima se desplomó en la avenida San Juan entre Combate de los Pozos y Entre Ríos”.

Pese a las versiones previas y distintas, dice que la muerte se produjo inmediatamente, que lo cargaron ya muerto en un auto para trasladarlo a la Esma “sin poderse precisar, al día de la fecha, el destino dado a sus restos”.

Al igual que para muchos argentinos, 1976 había sido el año más trágico para Rodolfo Walsh. El 29 de septiembre, su hija María Victoria, militante montonera, murió en un enfrentamiento con militares.

Con ese dolor a cuestas, en 1977 y a los 50 años de edad, a Walsh le tocó enfrentar a los cruzados de capucha y picana que jamás le perdonaron su palabra y su ética, su intelectualidad comprometida y rebelde.

Lo que los represores ignoraban es que esa batalla –como otras– la tenían perdida de antemano, porque a Rodolfo Walsh podían matarlo pero ya no podrían callarlo.

Un escritor comprometido

Cuentista, dramaturgo y periodista excepcional, Walsh era un escritor de profundo compromiso que había trascendido tanto por sus cuentos policiales como por sus exhaustivas y atrapantes investigaciones periodísticas, escritas en el estilo del llamado Nuevo Periodismo que lo convirtieron en un auténtico precursor del Non Fiction, género cuya creación se atribuye al norteamericano Truman Capote.

Antiguo integrante de la Alianza Libertadora Nacionalista, militante de la CGT de los Argentinos, FAP y Montoneros, creador de las agencias Prensa Latina y Ancla, colaborador de publicaciones como Mayoría, Leo Plan, Vea y Lea, Panorama, Semanario Villero y director del periódico CGT, Walsh fue autor de grandes obras como los libros de cuentos Variaciones en rojo (1953), Los oficios terrestres (1965), Un kilo de oro (1967) y Un oscuro día de justicia (1973); las antologías Diez cuentos policiales argentinos (1953) y Antología del cuento extraño (1956); las investigaciones periodísticas Operación Masacre (1957), ¿Quién mató a Rosendo? (1969) y El caso Satanovsky (1973); y las obras de teatro La Granada (1965) y La Batalla (1965).

En un texto que acompañaba, originalmente, al cuento “La máquina del bien y del mal”, incluido en la recopilación Los diez mandamientos, de 1966, Walsh escribió: “Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de seis años. En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces”.

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