Viviana Canosa fue comprada, lo que implica que tenga que, como lo está haciendo hoy por hoy, lisa y llanamente cerrar la boca ante algunas cuestiones y, de vez en cuando mirar a Camilo García con una mirada que al otro le hace acordar a su antiguo jefe, que decidió no prestarle atención por ahora a El Trece y navegar entre América y Telefé. Lo de Carla Peterson parece cool pero no se entiende cómo alguien escribió eso. Leticia Brédice (por suerte) gana terreno en El elegido. Volvió Karin Kohen, herida como se había ido. Patricia Bullrich sigue en la política y sigue apareciendo en la tele como si nunca hubiese escuchado hablar de algo llamado “pasado”. Gustavo Sylvestre sale más blanquito por América 24, y en TN apareció Graciela Camaño muy parecida a Vanessa Show, por el botox y el dibujo de las cejas arqueadas como la junta de pelos que Mónica Gutierrez tiene en la cabeza y ni mú dice al presentar las más terribles salideras bancarias, mientras de noche Roberto Pettinato ni siquiera hace lo que puede ya, y más de uno espera que Mariana Fabbiani, alguna vez, explote ante la catarata de pavadas que le toca presentar y que, se nota, no tiene ganas. Tortonese fue y el calzoncillo del hijo de Ernestina sigue sin ser noticia. Lo de Nora Dalmasso pasó de ser una novela de Claudia Piñeiro a una entrecruzada pugna de políticos y testaferros. Orlando Barone en 6, 7, 8 no entra en sí mismo al verse como se ve, y Sandra Russo tiene desde hace meses la misma cara de poca bragueta que pareciera estar a punto de algo. Pero no. Desde rincones hasta opuestos dos personas envejecen y muestran que, como canta otro al que una María se le está apagando, con el tiempo esto se cae como una fruta vacía y nadie se encuentra con nadie en un punto y que aquello fue una falsa alarma. Sergio Denis tiene una canción que a muchos les mete pilas pero a él no porque al parecer amagó con irse de entre los mortales, mientras que a Charly García lo muestran gordo como un sapo, desvencijado y sostenido como una marioneta, o como esas cosas que se llaman estrellas y que dicen que aún brillando ya están muertas. Todo eso (y más) sucede por la televisión argentina. Pero aún falta alguien.
El águila de dos cabezas
En un mes aproximadamente se hace de cuerpo visible quien nunca se fue de la pantalla nacional. En menos de un mes vuelve la cabeza que refundió toda la posible galantería de ser, digamos, persona de la televisión y transformarlo todo en una especie de feria americana donde todos, mal que les pese, valen lo mismo. El valor (de ser artista y/o personaje) es una cuestión, al parecer, muy importante dentro del medio que hace la televisión, pero Marcelo Tinelli les avisa que nadie vale nada y que a fin de cuentas, los millones que empezó a amasar desde que un peso era un dólar son, en realidad, el peso en cuestión. Pero esa cabeza que gestó ese imperio esconde otra cabeza que, por derecha y por izquierda, pareciera detestar a todo cuanto persona/personaje se le ponga al lado, pareciera esconder cierto enojo de rico sin abolengo, pareciera ser y no ser tilingo sino peor, pareciera decir que las mujeres sólo valen cuando suben a un supuesto cuarto piso del edificio de Ideas del Sur y se arrodillan para firmar el contrato, pareciera decir que sólo siendo esposa una mujer puede ser digamos tenida en cuenta como heredera y amarla como tal, pareciera decir que su sonrisa y afabilidad compinche con la teleaudiencia no es más que una postura que no hace más que juzgar lo que él mismo está generando, pero de lo que no está siendo parte bajo ningún concepto porque, como le dijo una vez a un jurado de su programa en relación a un cruce entre la que se acostaba con Massera y la tardía vieja loca desclasada del music hall: “Esos son problemas de ustedes”. Y hablaban de HIV con la misma soltura que pronunciaban la palabra “trayectoria”. Algo así también sucedió el año pasado cuando, en vivo, la frenó en seco a una Reina Reech desbocada que osó decir que él (Marcelo Hugo Tinelli, de Bolívar, provincia de Buenos Aires), aprobaba y hasta alentaba todo cuanto despelote y embarre se gestase ahí dentro, en, entre y por las galerías del set donde se emite y graba Showmatch. O cuando Carla Conte le dijo en la cara y en vivo que por qué no le cortaba las polleritas a sus hijas. Ahí fue que Marcelo Hugo, jocoso como siempre, dejó entrever un gesto de desidia, al menos, y guardó las tijeras en sus bolsillos llenos de plata fácil y gente que la imagen abandonó. Y hasta ganó Carla Conte ese año y hasta Tinelli la abrazó, emocionado casi, siempre. En un mes vuelve todo eso. Y más.
La danza de los vampiros
Partiendo de la base que nunca el baile fue lo importante, y eso estuvo más que claro desde el arranque y no tiene por qué ser un dato peyorativo sino más bien una postura frente a la intencionalidad de las cosas por las cuales se hace televisión, el invento mexicano de ese imperio llamado Televisa, Bailando por un sueño, Ideas del sur lo reconfiguró para Argentina hace más de siete años, y hoy por hoy da como resultado, en el masivo del público de la televisión que es mirada como puro suceder digamos, una polarización de contenidos donde ya quedan muy pocas cosas libradas al libre albedrío de un impulso mal colocado, y algunas cosas ya no sucederán. Acá vuelve Canosa comprada y mal teñida, y una Reina Reech que de jurado le pusieron a Flavio Mendoza al lado, y a éste a Marcelo Iripino, el gordito que sonreía y sonreía como desaforado cuando le hacía los musicales a Susana Giménez en los años noventa del siglo pasado. O sea, desde la tarde de todos los días ya desde enero está claro que este año será contundente en cuanto a quilombos pero medido en cuanto a opiniones. Este año será Bailando… y será Cantando por un sueño y los nombres de los participantes aún van y vienen. Esto implica que toda esa gente en danza a la espera, o ya firmó y se hace la sota o la palabra “ensayo” en ese programa es apenas una imitación de un estado jamás conocido.
La lista de los argentinos no le debe sumar mucha plata toda junta porque Tinelli apunta a tener a Mike Tyson y Pamela Anderson que, si bien ya tienen su lápida mediática, fuera de Estados Unidos siguen siendo, al menos, Lepera. A los famosos también hay que sumarles el, la o lo que salga más carneable y carnoso de Soñando por bailar, un verdadero jardín de gatitos muy manoseados ya por el medio al que tanto aspiran acceder.
Juvenilla
Haciendo zapping, como al voleo, se lo pudo escuchar a Jorge Rial decir de su misma boca pero por dos cuestiones distintas, que le podría pegar un tiro en la nuca a alguien, y que qué país hicimos para esta gente. Esta gente, en esa cuestión, eran los jóvenes que según él se reflejan en Gran hermano y en la misma gente que dice que sigue, apoya, alienta y vota a uno de los participantes, de sobrenombre “Cristian U.”, sin apellido y al parecer adicto a varias cosas de las que la producción de Gran hermano le alimenta la abstinencia de vez en cuando. Abstinencia es una palabra complicada que viene asociada generalmente a las drogas ilegales, a la cocaína específicamente y a la que la televisión casi siempre encubre con palabras tales como “picos de hipertensión” o “stress” o “depresión” o “ataques de pánico” cuando a lo mejor sería más fácil y menos careta de parte de muchos hacerse cargo de estas cuestiones y no andar con cinco definiciones distintas de la palabra moral encima, despotricando contra todos los que la hicieron y hacen, como Moria Casán, que está “que sí que no que soy lo más emperatriz que hay” para sumarse al jurado en Bailando por un sueño, y que la semana pasada, por la dudas, dijo de todo lo más vulgar que hay para decirle a otro, Moria le dijo un poco a Carmen Barbieri, que la volvieron loca para que reventase su autoestima, dicen, el año pasado en Ideas del sur, y que ahora parece que está acusada de discriminar a una travesti que, encima, al parecer tiene HIV y ése fue el motivo por el cual Carmen Barbieri la alejó de su compañía teatral. Todos le echan la culpa a Javier Faroni, un productor teatral que la mata callando (siempre). Todo un desmadre sin forma y sin gusto como viene sucediendo desde hace unos años por la pantalla argentina y, sobre todo, por la de El Trece (ex Canal 13), donde las ficciones de Adrián Suar, Polka y compañía sólo arrancan cuando Luciano Castro se saca la camisa. Pero nada más. El resto es de Tinelli.