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Tiempo de fricciones y lucha facciosa

La disputa entre kirchneristas y sciolistas, una constante en el oficialismo.

Como esos partidos de fútbol en los que la pelota anda todo el tiempo por el aire, en los que abundan las patadas y la falta de ideas, la política argentina parece haber ingresado en un período de fricciones que pone el acento en la lucha facciosa antes que en priorizar las soluciones para los ciudadanos de a pie.

Esta situación obedece no solamente al abismo político abierto entre el gobierno y la oposición, sino también a los constantes cortocircuitos que chispean en el oficialismo. Las disputas entre kirchneristas y sciolistas, el malestar interno ante el avance de La Cámpora y la feroz pelea en la CGT son pruebas evidentes.

La salida que le encontró el gobierno a la crisis abierta por la tragedia ferroviaria de Once, al rescindir la concesión de la empresa TBA, también muestra a las claras que el paso del tiempo no es garantía de creatividad: tres meses después del accidente, optó por emparchar el sistema antes que por restaurarlo.

“Los subtes están como el Sarmiento. Juegan a la ruleta rusa con la gente”, comentó entre sus funcionarios de más confianza el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, tras conocerse que el Ministerio de Planificación le había dado el ramal Mitre de trenes a la empresa Metrovías, operadora de los subterráneos.

La observación de Macri no carece de sentido común, pero el jefe de Gobierno se ubica como si fuera un observador externo de la realidad metropolitana, cuando en rigor debiera constituirse en uno de los artífices de las soluciones. Así, vuelve a primar la mezquindad política de las principales autoridades.

Si uno de los problemas de las millones de personas que todos los días se trasladan entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires es la inseguridad de los medios de transporte, otro tema que tiene mayor dimensión aún es la elevada inflación. Su permanencia en el tiempo afecta a todas las variables económicas.

A tal punto que, de acuerdo a la mayoría de los economistas, el freno a la disparada del dólar paralelo no pasaría tanto por una devaluación brusca del peso argentino, sino más bien por una política acertada para bajar el nivel inflacionario, hasta llevarlo a valores que se muevan dentro del dígito.

También ayudaría la efectiva instauración de la “sintonía fina” anunciada por la presidenta en el inicio de su segundo mandato, aunque todavía no plasmada en los hechos a juzgar por el crecimiento del déficit fiscal –tanto de la Nación como de las provincias– que evidencian las propias estadísticas oficiales.

A su vez, las trabas a las importaciones terminan provocando más ruido que soluciones prácticas para la economía nacional. “Tenemos muchos frentes abiertos: la crisis externa, el freno interno y encima las ocurrencias de Moreno”, le dijo a este columnista un gerente de la industria automotriz.

La fortaleza política del oficialismo bloquea, hasta el momento, el surgimiento de una crisis de proporciones, como las que acostumbra a padecer en forma cíclica la República Argentina. Pero incluso en este terreno se registraron algunas señales preocupantes, que encendieron alarmas, en los últimos días.

En este escenario embarrado e inestable, la primera en percibir la necesidad de parar la pelota parece haber sido Cristina Kirchner. Así puede interpretarse su pronunciamiento en el acto por el 25 de Mayo en San Carlos de Bariloche, desde donde desalentó el proyecto re-reeleccionista que anida en el propio oficialismo.

“Transferir la posta es ineludible. Los que crean en la eternidad, que por favor recen un rosario a la noche y se den cuenta de los frágiles que somos todos”, aconsejó la presidenta. Igualmente, como la política no es una foto sino una película, sólo el tiempo definirá el futuro de la mandataria.

Mientras tanto, el kirchnerismo se propuso contener el avance del gobernador Daniel Scioli, tras su confesa aspiración presidencial de cara al recambio de 2015. Para ello impulsó la creación de una Comisión de Acción Política que tomará las principales decisiones en el Partido Justicialista.

Pero donde realmente la Casa Rosada tiene a Scioli contra la espada y la pared es en el terreno financiero, puesto que su administración requiere del auxilio de la Nación para poder hacerle frente a un déficit estructural. Eso condiciona todo, incluida la reforma impositiva trabada en la Legislatura.

El retaceo de fondos no sólo lo sufre Scioli. También otros gobernadores, incluso oficialistas, que ven cómo se les reducen los ingresos de coparticipación, según lo admitió el tucumano José Alperovich. Y el cordobés José Manuel de la Sota acaba de tomar deuda –con autorización nacional– a tasas muy elevadas.

Las demandas gremiales tampoco ayudan a mejorar la situación, puesto que muchas de ellas tienen más que ver con una interna entre líderes sindicales que con justos reclamos de los trabajadores. La indefinición de la pelea por la conducción de la CGT es la muestra más palmaria de esta situación.

Las luchas facciosas pueden ser condenables pero en definitiva son parte de la política. En cambio, lo que no tiene retorno es el ridículo. Lo sabe el juez Norberto Oyarbide, que acaba de encarnar uno de proporciones al anunciar públicamente que había desbaratado un atentado contra el ex presidente colombiano Álvaro Uribe. Para su pesar, la bomba encontrada no era destructiva sino de estruendo. Menos mal que la Corte Suprema le insufló nuevamente aire al prestigio de la Justicia con un fallo ajustado a derecho sobre la ley de Medios.

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