Una bola de nieve. Un episodio que comenzó como una mera acción policial de rutina, creció en volumen hasta convertirse en escándalo, con denuncias y hasta un pedido al ministro de Seguridad de la provincia, Marcelo Saín, para que intervenga en el caso, ya que se plantea la presunta comisión de más de un delito por parte de los uniformados. De hecho a un trabajador que filmaba la situación un agente le propinó una vistosa trompada o toma de lucha y marchó preso, y a una trabajadora de un centro de salud de barrio Las Flores, que tenía permiso para circular y la que le estaban limpiando su auto, también terminó detenida. Y para peor, cuando le restituyeron sus pertenencias, varias horas después, el documento que la habilitaba como personal esencial no estaba en su billetera: por ello ya hizo una denuncia en sede policial y ahora espera que el Ministerio Público de la Acusación se contacte con ella para ampliarla.
Y, acompañada por organizaciones políticas, sindicales, sociales y por el propio equipo del que forma parte en la cartera de Salud de la provincia, quiere también llevar el caso a Asuntos Internos y al mismo gobierno santafesino, ya que como ella misma refiere que le dijeron cuando la dejaron ir “esto está todo mal hecho”.
Todo comenzó este lunes por la mañana en un lavadero familiar de zona sur, en Uriburu e Hipócrates, a la altura del 0 al 100 de la avenida, donde hay varios locales de limpieza y algunos hasta alquilan veredas, canillas y enchufes para que los que no tienen espacio propio también puedan trabajar. Este primer día de la fase 4 de la cuarentena obligatoria muchos abrieron, y en una vereda jóvenes trabajadores se sentaron a esperar posibles clientes. Pero en su lugar llegó una comisión policial, les pidió permiso de circulación y, como no tenían, los agentes iniciaron el procedimiento para detenerlos. Vecinos que vieron la escena intentaron interceder, pero no hubo caso. Otro muchacho, que trabaja en el lavadero lindero, comenzó a filmar el procedimiento con su celular y se acercó hasta la patrulla: el video corta en el exacto momento en el que un joven agente –sin barbijo– le pregunta en tono desafiante: “¿Los querés acompañar?”, y se le abalanza encima.
En la filmación aparecen varios de los uniformados que protagonizaron el operativo el auto y la camioneta que estaban utilizando hasta ese momento. Se ve también uno de los lavaderos en cuestión, y a Natalia Fernan, trabajadora del Centro de Salud Nº15 “Juan Domingo Perón”, quien había llevado su auto para que lo limpiaran, no donde ocurría todo, sino al lado.
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Su intervención en la escena, asegura, no fue para dificultar o entorpecer el procedimiento: quería preguntarle a alguno de los chicos detenidos –tres en total hasta ese momento– un número de teléfono o una dirección para dar aviso de la situación: “Ellos eran los únicos que estaban, y ya los habían esposado y se los llevaban. Y el lugar quedaba todo vacío, con la hidrolavadora, la aspiradora y los cepillos y las herramientas en la calle sin que nadie las cuidara”, relata.
Ella se dirigió a la única mujer que estaba en el operativo, pero por respuesta obtuvo un seco: “Retírese”, y un disimulado empujón, relató. Se quejó a la joven policía por eso, y fue a hablar con otro uniformado, reiterando el pedido. Mientras recibía una idéntica respuesta verbal, pero sin agresión física, llegaba un móvil de refuerzo. En esa escena, uno de los detenidos la llama y le grita su dirección. Eso le valió una golpiza allí mismo, según contó. “Pará, no le peguen así, basta”, recuerda que dijo. Un instante después la joven agente le daba otro empujón, esta vez bien visible, y le aplicaba una llave para inmovilizarla y esposarla: “Queda detenida”.
Para entonces habían llegado más refuerzos, recuerda: “Ya había como cinco móviles una camioneta, y cuando el que me estaba lavando el auto ve que me llevan a mí, cruza la calle y les dice: «No, ¡ella es mi clienta!»”.
“Lo agarraron entre dos y le dieron una tunda. Estuvieron como 30 segundos dándole todos los puñetes rápido, lo dieron vuelta y le pusieron las esposas. ¡Lo llevaron también a él!”, continúa.
Como ella no podía subir con las esposas puestas a la caja de la camioneta, entre dos uniformados la lanzaron. Y la caravana partió hacia la comisaría 15ª.
Odisea desde adentro
Cuando llegaron todos al lugar de detención, un agente apartó Natalia y le comenzó a entintar los dedos: “Es la rutina, por circular sin permiso por el Covid-19”, le explicó. Ella volvió a identificarse como personal de salud, y el agente titubeó: “Usted no firme nada”, le dijo y fue a averiguar. Al rato, volvió: “Mire, señora, yo no sé bien qué pasó, pero la tengo que fichar igual”, le anunció. Allí decidió no hablar más: “Me tuvieron desde las 11 como hasta las cuatro en un cuartito chiquito, primero con un chico que ya estaba detenido ahí y después sola. Si era por Covid-19, no había distancia social en ese cuarto tan chico”, recuerda. El lugar estaba vidriado, y pudo ver a los chicos que habían detenido antes que a ella: “Estaban en un jaulón en el patio, con otros. Y ahí tampoco había distancia”, refiere.
Sobre el final, continúa el relato, la fue a ver otra agente, quien le explicó que le iba a tomar “la última parte de la declaración” y le iba a devolver las pertenencias: “Le pido mil disculpas. Yo no sé bien cómo fueron las cosas, pero esto está todo mal hecho”, le dijo.
Natalia le relató todo lo que había pasado, y le afirmó que en todo momento se había dirigido con respeto hacia los uniformados y en ninguno había cuestionado la “injusta” detención de “tres laburantes”, precisamente en una zona conflictiva. Y se dispuso a recibir su billetera, pero ahí la bronca acumulada se volvió indignación: no estaba el permiso de circulación. Y no tenía uno sino dos: era un talón con un código QR que genera el sistema cuando se cargan los datos y, como la primera impresión había salido “borrosa”, le habían hecho otra. Así que tenía dos documentos iguales, pero ninguno seguía estando en su billetera. Y allí mismo decidió hacer efectiva la denuncia, que los agentes de la seccional le tomaron, contra sus pares, que supone de la Policía de Acción Táctica.
Así que pese a que en todo momento dio explicaciones de la situación, la mujer no pudo cumplir su jornada laboral, no pudo entregar medicación que pacientes debían recibir, su auto y su teléfono quedaron en el lavadero de Uriburu, y ella sin documentación importante y con dolores en la mano izquierda, el hombro derecho y una rodilla “de todos los zamarreos” que soportó. “Ahora me duele todo el cuerpo”, dice con disgusto, y cierra: “Fue una situación de mierda. No está bien”.